La ballena franca austral es un mamífero cuyo hogar puede ocupar millones de kilómetros cuadrados del océano. Conocerla, detectar sus amenazas y defenderla supone también velar por la diversidad marina en general. Por eso, el Instituto de Conservación de las Ballenas (ICB) de Argentina la convirtió hace dos décadas en su razón de ser. Desde entonces, elaboran un registro de los ejemplares que avistan y fotografían desde la costa y desde el aire, en el que reflejan sus características, comportamientos y relaciones de parentesco de hasta cinco generaciones.

Observándolas, han identificado cómo las madres enseñan culturalmente a sus hijos a llegar hasta las zonas de alimentación. Y gracias a sus datos, se descubrió cómo el fenómeno climático El Niño mermaba el número de nacimientos. Para protegerlas han lanzado campañas de concienciación para escolares y un programa de adopción. Una intensa actividad por la que Fundación BBVA les concedió el premio a la Conservación de la Biodiversidad en Latinoamérica 2012. Cuando su presidente, Diego Taboada, y su director científico, Mariano Sironi visitaron Madrid para recoger el galardón, charlamos con ellos de su apasionante labor.

P: ¿Por qué dedicarse a las ballenas?

D.T.: A mí personalmente, me cambiaron la vida. Les pasa a muchas personas, porque nadie que haya visto una ballena lo olvida jamás. Son inmensas y verlas en libertad provoca un impacto muy fuerte y genera una perspectiva muy agradable. Eso representan para mí, la vida en libertad.

M. S.: A mí me fascina un animal tan grande (de 14 o 15 metros) y a la vez es tan grácil y elegante, y que controla tan bien sus movimientos. Hace casi 20 años que estudio ballenas francas y no termino de acostumbrarme a su tamaño. Además, me gusta su dimensión espacial y temporal. Hay registros de migraciones de más de 8.000 km. Para las ballenas el hogar es el planeta.

P: ¿Y qué tiene la franca austral para vosotros?

M. S.: La consideramos una especie bandera en el sentido de que, si la protegemos de una forma efectiva, también estaremos protegiendo ese inmenso hábitat y, por lo tanto, extenderemos el trabajo de conservación a la biodiversidad marina.

P:¿Os centráis sólo en esta especie?

M. S.: También colaboramos desde hace unos 10 años con el Centro de Conservación Cetácea, una ONG de Chile que se centra en las ballenas azules.

P: ¿Cómo se distingue a una franca austral de otras ballenas?

M. S.: Sobre todo por las callosidades de su cabeza, cubiertas de crustáceos que les dan un color blanquecino. Además estos mamíferos no tienen aleta dorsal y tienen una estructura más rechoncha. Además, los balleneros solían fijarse en que su soplido se abre en forma de V. Como curiosidad, los machos tienene los testículos más grandes del planeta, de hasta una tonelada de peso.

P: Vuestra sede se encuentra en la Península de Valdés (Argentina), pero los animales no están allí todo el año.

M. S.: Esa es una zona de cría, donde pasan el otoño y el invierno. Las primeras llegan para parir en abril y las últimas se van en diciembre hacia sus zonas de alimentación en el Atlántico Sur, situadas a miles de kilómetros.

P: Pero, si nacen tan lejos, ¿cómo encuentran el camino?

D.T.: Un investigador de nuestro equipo, Luciano Valenzuela, determinó en su tesis doctoral el traspaso cultural de madres a hijas. Es decir, les enseñan dónde están las áreas de alimentación durante el primer viaje que hacen con ellas como bebés. La madre les dice: acá está la comida. Al año siguiente regresan y ahí las destetan.

P: ¿Todos los individuos tienen un comportamiento similar?

M. S.: No. A mí me gusta hablar de la «ballenidad», entendida como la personalidad de cada ballena. Una de las mayores bellezas del trabajo de campo con especies silvestres es que uno empieza a conocerlos como individuos. Cuando estaba haciendo mi tesis doctoral sobre el comportamiento de ballenas juveniles pasé muchas horas tras el telescopio y empecé a apreciar esas diferencias.

P: ¿Te ha llamado especialmente la atención la «ballenidad» de alguna?

M. S.: Sí. En 1999 nació una cría a la que llamamos Hueso, por una mancha con esa forma en su lomo. Era absolutamente inquieta y sociable. Siempre buscando interactuar con otras. Al cabo de los años, en 2006, estaba haciendo otra observación y me fijé en una madre con una cría hiperactiva. Saltaba y daba coletazos, daba la vuelta a la madre, se acercaba a otra pareja de madre y cría… Me llamó la atención, y pensé “¡qué cría molesta! Pobre madre, que no tiene paz”. Me morí de emoción, cuando me di cuenta de que la madre era Hueso, a la que no había vuelto a ver, y que había sido exactamente igual de bebé.

P: ¿Esa individualidad os ayuda a concienciar sobre la necesidad de protegerlas?

D. T.: Sí, la idea es transmitirle a la gente que no son esas cosas que flotan por ahí, sino que hay una historia detrás de cada individuo. Por eso tenemos un programa a largo plazo es lo que nos permite contar biografías de cuatro o cinco generaciones de familias completas en las que hay bisabuelas, tías, primas, hermanas. Y eso cambia la percepción de la importancia que tiene el mar para las ballenas.

P: ¿En qué consiste su programa de adopción?

D. T.: Con él se puede elegir una de las doce ballenas del programa y se recibe en casa un certificado con la ballena, su biografía, todos los registros que tenemos de su vida y una serie de materiales impresos y un DVD con documentales. Esto es a cambio de una donación con tarjeta de crédito que puede empezar en los 5 o 10 euros mensuales y puede realizar cualquier persona de cualquier lugar del mundo. De hecho tenemos muchos españoles y aprovechamos para darles las gracias desde aquí.

P: ¿Qué pretende conseguir a largo plazo?

M. S.: Por ejemplo, fortalece las reacciones que podrían producirse ante el asesinato bajo los arpones de los países balleneros. Mochita es una de las ballenas del programa, ahijada de cientos de personas. La adoran, vemos gente que sube noticias de Mochita a sus blogs personales, lo comparten con sus amigos y forma parte de su familia como una mascota. Saben quién su familia, cómo se llaman sus hijas y cuál es su “ ballenidad”. Si la arponeara un buque japonés, no sería lo mismo decir “cazaron 180 ballenas” que “mataron a Mochita”.

P: ¿Qué importancia tiene una ballena para su ecosistema?

M. S.: En vida alimenta a los parásitos que lleva encima, pero sus cadáveres también son muy aprovechados. Van al fondo y se convierten en pequeños arrecifes, o a la costa, donde alimentan a petreles y otras especies. Además la materia fecal de las ballenas tiene un alto contenido en hierro, que provee al sistema marino de toneladas de nutrientes al año. También ayudan a combatir el efecto invernadero, porque el mar absorbe carbono y de ahí ingresa en los tejidos de las ballenas. Se convierten en los bosques del mar.

P: ¿Qué otros argumentos hay para conservar a las ballenas?

D. T.: Aparte del bienestar animal y la biodiversidad, existen argumentos económicos. En el mundo hay más de 15 millones de turistas que hacen avistaje de ballenas, en más de 500 comunidades del planeta que generan más de 2.000 millones de dólares, según un informe de IFAW. En términos numéricos y económicos, que son los que muchas veces entienden los políticos, las ballenas son mucho más rentables vivas que muertas. El turismo es una industria limpia, si se hace correctamente. El avistaje es una actividad tremendamente educativa que tiene normas, está reglamentada.

P: ¿Colaboráis con las instancias de decisión política?

D. T.: A todos los niveles: municipal, provincial, nacional, regional e internacional. Hemos desarrollado una red latinoamericana en la que más de 50 ONGs trabajamos en red. Parte del reconocimiento de la Fundación BBVA se debe a ella.

Una de las claves de nuestro trabajo es construir consensos, y cuando hay una lógica, siempre nuestras acciones son propositivas. Desde hace décadas acarreamos el concepto de esperar que el Estado resuelva los problemas, por lo menos en Latinoamérica. Y es un error tremendo. ¿Cuándo vas a dejar de quejarte y a empezar a involucrarte? ¿Qué estás haciendo para modificar las cosas? Ese es el espíritu que nos moviliza y que trae la gente que se suma a nuestra organización.

P: ¿Cuáles son las principales amenazas para las ballenas?

M. S.: Aparte de la caza, la contaminación química por metales o contaminantes orgánicos como fertilizantes y pesticidas que terminan ingresando al sistema marino. También la contaminación acústica, que afecta a su comunicación. Las ballenas viven en un mundo de sonidos y, si se altera, es como que nosotros viviéramos en un mundo en constante neblina. Algunos científicos creen que puede ser una de las causas de la reducción en la tasa de reproducción y ya hay estudios que dicen que cambiaron su frecuencia de vocalización, porque no se escuchan.

P: ¿Y nosotros podemos escuchar su canto?

M. S.: Depende de la especie, en la ballena franca sí. Se las escucha cuando está vocalizando, porque el sonido sale a la superficie, y cuando están arriba y respiran, o se quedan dormidas y roncan.

Las jorobadas son las que componen las canciones y tienen un canto más agudo.

D. T.: En nuestra sede, cuando sales de la puerta y tienes una bahía donde hay 20, 30 madres con crías. Las madres van y vienen y les enseñan a nadar.

M. S.: Así como mucha gente en su jardín tiene un perro o un gato, nosotros más allá de la puerta tenemos ballenas.

Madura y vete

Cada madre enseña a su cría a nadar y a realizar la larguísima migración hasta las zonas con alimento. Tras el regreso, al cabo de un año, llega el momento de impulsarla a la independencia.

© Cortesía ICB

Juegos de adultos

Mientras crían, las ballenas ayunan y necesitan toda su energía para producir leche. Cualquier disturbio del ballenato supone un gasto extra. No hay momentos para el juego. A veces se encuentran dos y se ponen a jugar, y las dos madres van y los separan.

© Cortesía ICB

 

Enemigo a cuestas

En 1969 se publicó por primera vez que una gaviota había sido vista devorando el dorso de una ballena viva en Península Valdés. Hoy todas las gaviotas de ester lugar han aprendido que no tienen por qué esperar a que la ballena muera para alimentarse de su piel. Según han observado en el ICB, en 1995 la frecuencia de ataque era del 12% y hoy está entre el 24 y 25%. En las fotos aéreas de 1974 se aprecia un 1% de ballenas con lesiones, mientras en las del 2008, el 77% tenían heridas visibles desde el aire. 

Como consecuencia, las ballenas pasan un cuarto de su jornada intentando evitar los picotazos, e incluso han reaccionado introduciendo un comportamiento nuevo: dormir con la espalda arqueada para que no sobresalga de la superficie, elevando la cabeza y la cola. Lo hemos llamado postura de galeón.

 © Cortesía ICB

 

Ojo avizor

Gran parte del trabajo de campo consiste en observar desde la costa. A esa tarea se añaden análisis genéticos, toxicológicos y nutricionales. Con ellos se ha podido establecer una base de datos sobre población que ha contribuido a determinar la relación entre el cambio climático y una reducción de la natalidad entre las ballenas francas.

Cuando se produce el fenómeno de El Niño, cada 6 o 7 años, se reduce la zona de hielos, el hábitat de las larvas de krill, que constituyen el principal alimento de estos cetáceos. Como no se nutren bien, muchas de ellas no están en condiciones de criar la siguiente temporada.

© Cortesía ICB

Cada una es cada quien

Un software de identificación ayuda a catalogar cada ejemplar a partir de fotografías aéreas. Este sistema de fotoidentificación por medio del patrón de callosidades, que es distinto en cada individuo, lo desarrolló el norteamericano Roger Pen.

En el CIB lo lleva a cabo Vicky Rowntree, directora del programa de ballena franca en Ocean Alliance, la organización hermana en EEUU. A partir de las imágenes que toman John Atkinson y Mariano Sironi va actualizando el catálogo y agrega registros nuevos de cada ballena conocida y abriendo los de las nuevas.

© Cortesía ICB

Identidad en blanco

 La cabeza tiene unas áreas de piel engrosada en las zonas en que los humanos tenemos pelo: encima de los ojos, labios, a lo largo de la mandíbula inferior. Y están recubiertas de crustáceos muy pequeñitos llamados ciánidos, similares a cangrejitos, que viven sobre el tejido calloso, se alimentan de la piel de la ballena y de plancton. Son parásitos de color blanquecino y dan esa coloración a las callosidades, formando un patrón que facilita la identificación desde el aire.

© Cortesía ICB