Estos seres vivios se alimentan succionando los jugos de células vegetales y animales, y también de organismos completos, incluidos otros tardígrados. Miden entre 0,1 y 1,2 milímetros de longitud.

Tienen aspecto de diminuto oso gominola, con un cuerpo rechoncho, 4 pares de patas no articuladas y textura gomosa. Muchos son transparentes, pero también los hay rojos, naranjas y verdes. Habitan por todo el mundo en ambientes húmedos, marinos, de agua dulce o terrestre, como, por ejemplo, las superficies de musgos y helechos. Están emparentados con los artrópodos, y hay más de 700 especies conocidas.
Su minúsculo tamaño hace que puedan ser arrastrados por corrientes atmosféricas cual partículas de polvo. Se estima que surgieron hace unos 600 millones de años.

El espacio (vacío). Sin atmósfera. Sin oxígeno. Sin agua. Sin (apenas) gravedad. Donde la temperatura “efectiva” es de unos pocos grados por encima del cero absoluto. Y la radiación (solar y cósmica) posee energía y capacidad de penetración suficiente para causar daños en las estructuras celulares, incluido el ADN. ¿Es posible vivir en estas condiciones? Si algún ser vivo puede, esos son los tardígrados. Unos diminutos invertebrados que bajo la lente del microscopio presentan aspecto (por su fisonomía, color y hasta textura) de oso gominola. Pero que su graciosa apariencia no lleve a engaño. Pues bajo ella se ocultan unos seres prácticamente indestructibles: igual pueden soportar presiones de hasta 6.000 atmósferas (seis veces mayores que las que se dan en los más profundos fondos marinos). Temperaturas por debajo de los -200ºC y por encima de los 150ºC. Niveles de rayos X 250 veces superiores a los que acabarían con cualquiera de nosotros o de nuestros vecinos terrícolas. Y pueden subsistir más de 100 años sin agua. Todo ello hace de estos ositos de mar, sin ningún género de dudas, los representantes del reino animal más resistentes sobre la faz de la Tierra.

La prueba más dura

Se pueden encontrar en los más insospechados ambientes del planeta, porque lo han colonizado del todo: desde los musgos que brotan en las paredes de las acogedoras chimeneas familiares hasta las infernales chimeneas termales. Tampoco parece extraño que, dada su naturaleza, hayan sido los elegidos en una investigación sobre supervivencia en el espacio exterior, lo que mantendría viva la posibilidad de los viajes interestelares.

¿Sobrevirán los tardígrados en el espacio exterior? El proyecto TARDIS, de la Agencia Europea Espacial (ESA), se ha encargado de constatarlo. Han enviado 180 ositos a orbitar la Tierra, los han expuesto a las peores condiciones del espacio exterior, y sí, han sobrevivido. Lo que, de paso, ha servido para poner de nuevo sobre el tapete la hipótesis de la Panspermia para explicar el origen de estos animalitos. Hipótesis que supone que llegaron aquí a bordo de algún meteorito procedente del espacio. Los superpoderes de los tardígrados tienen su origen en su naturaleza anhidrobiótica, es decir, en su capacidad para vivir en ausencia de agua a base de entrar en un estado de animación suspendida (o si se prefiere, de hibernación-a-lo-bestia, que para algo les tenía que servir ser “osos”). Este mecanismo les permite poner su metabolismo “a cero” y permanecer así hasta que las condiciones del entorno son lo suficientemente favorables para reiniciarse o reactivarse. En este estado pueden soportar la total falta de agua, así como las condiciones extremas de presión y temperatura, tanto en la Tierra como en el espacio.

Habilidad para Reparar los daños

¿Pero y las letales, para el común de los (seres vivos) mortales, dosis de radiación? Las radiaciones ionizantes alteran la configuración original de las moléculas de cualquier organismo, y con ello afectan a su función. Una finísima capa cérea, con la que se recubren los tardígrados, no es, por descontado, protección suficiente. De hecho, los trajes de los cosmonautas a duras penas logran contener el 30% de estas dañinas radiaciones. Los indicios apuntan a que deben disponer de un sofisticado sistema de reparaciones urgentes del ADN que, este sí, debe mantenerse activado “las 24 horas del día”.

Los científicos esperan que desentrañar los mecanismos íntimos que gobiernan dichos procesos sirvan para hacer realidad ese sueño de la ciencia ficción que son los “eternos” viajes interestelares, con la tripulación en estado de animación suspendida, hasta que el ordenador de a bordo inicie el programa de reactivación una vez alcanzado el destino.

Redacción QUO