¿Quién se ofrece voluntariamente a tener relaciones sexuales en un laboratorio? Se supone que el sexo es una conducta íntima que se lleva a cabo (en la mayoría de las circunstancias) de puertas adentro. Sin embargo hay quienes se atreven, en el nombre de la ciencia, a llevar sus intimidades, solitarias o en pareja, a un laboratorio. Para los científicos esto es una oportunidad única de espiar en el interior de una de las conductas básicas de los animales y en particular de los humanos. Desde la fisiología, hasta la anatomía, las neurociencias, la genética o la ginecología, todas tienen un interés en profundizar en el antes, después y durante de nuestros rituales de apareamiento.

Lo habitual en este tipo de ensayos es que los investigadores se sitúen en una cabina separada donde pueden registrar, escuchar, pero no ver, a los participantes. A veces, dependiendo del objetivo, se utilizan máquinas de resonancia magnética o electrodos para registrar la actividad muscular en ciertas partes del cuerpo, para tener una idea de la fuerza que se ejerce con determinados movimientos.

Pero hay otros estudios que son algo más invasivos. En ellos se utilizan por ejemplo, pletismógrafos de pene o falometría, unos dispositivos miden la circunferencia del pene en respuesta a imágenes sexuales. En el caso de las mujeres, la respuesta sexual se mide con un pletismógrafo vaginal; un sensor dentro de un pequeño cilindro insertado en la vagina como un tampón. Obviamente no es ni de cerca, lo más erótico a la hora de pensar en sexo.

Pero medir la respuesta corporal no es la única forma de entender el sexo para los expertos. La realidad es que el sexo está tanto en el cuerpo como en la mente. No solo en cuanto a respuestas hormonales, sino también a las condicionadas por los sentimientos (comparativas de las respuestas de parejas recientes y con décadas en las espaldas) y hasta las creencias.

Toda esta parafernalia de científicos y dispositivos alrededor del sexo puede hacer que los voluntarios se vuelvan demasiado conscientes de que sus actividades están siendo analizadas y, aunque a algunos esto les puede motivar más, ¿cómo sabemos si podemos generalizar los resultados de los estudios de sexo basados ​​en laboratorio?

Esta es una de las razones por las cuales los estudios de sexo necesitan tantos voluntarios, para llevar a cabo una media y comprender los casos que se encuentran en ambos extremos, sean los que sean. Entonces, ¿qué se necesita para ser voluntario en un estudio sexual?

Lo primero es que no es necesario ir en pareja: hay estudios centrados en hombres y otros en mujeres de modo individual. Luego depende mucho del objetivo del estudio, esto determina mucho el perfil del voluntario. De acuerdo con el Laboratorio de Salud Sexual, de la Universidad de Queens, siempre se pide que los participantes sean mayores de 18 años y, si se trata de un estudio de pareja, que al menos lleven 3 meses juntos. En algunos casos se requiere también cierta dosis de…”resistencia”: como en el estudio que analiza el dolor del pene.

Existen ensayos que, aunque precisen que los participantes estén en una relación de pareja, no se precisa la presencia de ambos, como en este del Institute of Translational Health Sciences que persigue analizar la eficacia de una pastilla anticonceptiva masculina.

Hay universidades, como la UNED, que llevan a cabo estudios científicos sobre sexo para los que precisan voluntarios, y también hay laboratorios. Obviamente los requisitos varían y no siempre hay compensaciones. De hecho, en la mayoría de los casos, no se paga en metálico. El Laboratorio de Salud Sexual antes mencionado, compensa a los participantes con unas tarjetas de compra de Amazon por valor de unos 30 euros.

Juan Scaliter