Vava es un taburete. De madera y estructura simplona, como cualquier otro, pero tiene algo que lo saca de lo común: estamos ante una estrella del erotismo. Y como tal, paseó sus líneas sinuosas durante la exposición Aurora de la Stockholm Furniture & Light Fair, una de las grandes citas del diseño escandinavo. Así lo quiso su creadora, la diseñadora noruega Kristine Five Melvær, cuando trazó sus sugerentes curvas; es el efecto que busca con cualquiera de sus ingenios, desde tapicerías hasta vajillas o productos de iluminación. Todos comparten, además de su sensual diseño, el propósito de su creadora de crear un vínculo erótico con quienes usan sus productos. El caso de esta joven escandinava no es único. Miles de objetos cotidianos con los que convivimos, de repente, se vuelven voluptuosos. En realidad, todo puede serlo, según el diseñador gráfico Sergio Ángel Guillén. “Todo –dice– tiene su propia sensualidad, todo erotiza. El mundo está erotizado y, por tanto, lo que en él habita está tocado por esa magia lúdica y sensual. Nuestro cuerpo es también una zona erógena completa que nos permite percibir lo que no tiene materia”. Una copa de vino, las formas y transparencias de las alas de una mariposa, la comisura del pecho que apenas asoma por el escote, el vuelo lento de los cabellos que son acomodados por las manos femeninas o el sutil aroma del azahar al caer la tarde en el jardín. El diseñador se explaya en la idea: “Son ínfimos granos de arena en este mar de sensaciones y de sueños donde todo, incluso el golpeteo de las teclas de esta computadora, se convierte en un motivo sensual y mundano que suma felicidad (o erotismo)”.

El erotismo sin desnudos aflora, casi con obsesión, en casi todas las películas de Buñuel.

Berlín exhibe estos días una muestra de esa voluptuosidad de las cosas cotidianas, donde un panecillo recién hecho, una bota de cuero resplandeciente o un reloj de bolsillo se transforman en objetos de deseo. La muestra The Eroticism of Things. Collections on the History of Sexuality, en el Museum der Dinge (Museo de las Cosas), indaga en la génesis del erotismo, en cómo una forma, un color, una alusión más o menos explícita, la similitud con alguna parte del cuerpo humano y la fantasía resultante de tocarla y, sobre todo, la intención, pueden convertir lo cotidiano en sensual. La sensación táctil es la que domina la exposición, dejando a los visitantes que descubran por sí mismos el poder de seducción de una seda, el látex, el cuero o el metal.

Qué lo hace erótico

La muestra recoge piezas de las colecciones de los míticos sexólogos Magnus Hirschfeld y Alfred Kinsey y de la coleccionista de arte erótico Naomi Wilzig. “Arroja luz sobre cómo un objeto erótico refuerza o cuestiona las relaciones de género y cómo el uso cotidiano de las cosas puede encender el deseo y la lujuria, provocar fantasías y convertirse en herramientas de placer sin que esto tenga nada que ver con el fetichismo o la patología”, explican sus comisarios.

¿Por qué, de pronto, un objeto adquiere esa cualidad inesperada consiguiendo encender nuestra libido? ¿Qué lo hace erótico? “Como personas mundanas y presas de la lujuria, asignamos roles a lo que nos ha causado placer. Es un placer que se construye y se reconstruye, puliendo y afinando, llenando de sutilezas maravillosas a los objetos de nuestra cotidianidad”, responde Guillén León.

Más o menos sutil, más o menos explícito, el erotismo está presente en cualquier forma de creación artística, incitando al deseo sexual y como realidad inseparable de la condición humana. Stephanie Sarley, una artista contemporánea, ha escogido diferentes piezas de fruta para proyectar esta idea.

Instagram censuró tres veces a la artista Stephanie Sarley por sus vídeos jugueteando con naranjas.

Su Instagram está lleno de imágenes y vídeos en los que sus manos juguetean con diferentes piezas de fruta. Una naranja, un tomate o un melocotón dejan de ser meros alimentos ricos en vitamina C cuando caen en manos de esta artista californiana. “Es mi modo de expresar el arte y de reivindicar el feminismo, haciendo uso de la erótica de la imaginación, en contraposición con lo explícito”, aclara en sus redes. El primer vídeo simbolizaba el acto sexual con una mujer durante su menstruación. Sus dedos introduciéndose en una naranja sanguina pretendían romper tabúes y dar voz a la sexualidad femenina. La escena se viralizó y, desde entonces, su cuenta de Instagram cada vez es más abultada. A pesar de las críticas y de la censura, ya supera las 165 publicaciones y vídeos en los que acaricia, frota suavemente y penetra con sus dedos la fruta hasta hacerla estallar, simulando así la explosión de un orgasmo.

Después de una resaca

Los ilustradores Sergio Mora y Lyona demostraron que incluso la resaca de una noche de cañas puede transformarse en algo libidinoso. Con ese espíritu ilustraron una parte del libro Cuando el negro se hace rosa, un homenaje a lo erótico. Mora ha trabajado para numerosas marcas y también para artistas como Fangoria o Kiko Veneno. Sus dibujos recrean la sensualidad a través de las figuras y colores. Lyona, realizadora además de dibujante, está detrás de algunos videoclips musicales de Love of Lesbian, Lori, Meyers, Amara o Sidonie. “Lo erótico es sutil –explica–. Lo que es evidentemente sexual no me interesa. Encuentro eróticas las cosas que me parecen naturales, lo que ocurre por casualidad. Una camisa que se abre sin querer, una mano que roza los labios mientras el protagonista piensa… Prefiero acércame a un objeto o a un personaje que mostrar toda una escena. Me gusta sentir el vello erizándose o casi percibir el olor de la piel y acariciar con la cámara”.

La asociación es tan sutil que, a veces, aparece casi sin querer. El torno de alfarero dejó de ser una simple pieza usada por los artesanos cuando Molly, la protagonista femenina de Ghost, se lo colocó entre sus piernas y acarició con sus dedos la arcilla húmeda mientras sonaba en la gramola del salón Unchained Melody. Luis Buñuel decía que no era consciente del erotismo de sus películas. O eso al menos quiso hacer creer. “Me quedo admirado cuando se habla del erotismo de mis filmes. No lo veo. No me doy cuenta. Creo que actúa de manera bastante irracional”, declaró. Y es verdad que tenía mucho que ver con la atmósfera, más que con la temática. El caso es que este carácter aflora, casi con obsesión, en sus películas, y en la mayoría nace de la voluptuosidad y sensualidad de sus personajes femeninos. “El andar femenino es una de las cosas que más me atraen”, reconocía. En Diario de una camarera, Jeanne Moreau camina con botas altas y abotonadas. “Es una delicia la manera en que se dobla sensualmente su tobillo”. Le parecían también muy sugerentes unos muslos por los que se desliza algo viscoso, como la leche que se escurre por las piernas de la chica en Los olvidados. “La piel se hace más cercana”. O la clara y las yemas de unos huevos rotos que fluyen por los muslos de Susana. En La edad de oro, la heroína lame el dedo gordo de una estatua para compensar la insatisfacción que le deja su amante.
“Lo que generalmente no es erótico es un desnudo. Es puro, pero no erótico”, repetía.

El cineasta coincidía en esto con la idea que apunta el filósofo francés Jean Baudrillard en su obra El otro por sí mismo: “Toda esa panoplia de senos, nalgas y sexos no tiene más sentido que expresar la inútil objetividad de las cosas”. El autor recuerda en sus páginas una exposición en el Centro Pompidou en la que varios maniquíes exageradamente realistas, de color carne e íntegramente desnudos en una posición banal provocaban estupefacción en los espectadores. Todo era tan explícito que no había nada que ver. “Ni siquiera engañaba al ojo. Y solo cuando se engaña al ojo, el juicio se divierte en adivinar. En general, cualquier imagen, cualquier forma, cualquier parte del cuerpo vista de cerca es sexo”.

Para el ilustrador Mora, la erotización de un objeto es similar al flechazo amoroso. “Cualquier idea tiene que haber seducido como mínimo al creador para llegar a materializarse. Ese momento de inspiración sería similar al del enamoramiento, aunque en realidad todo lo que creamos busca ser objeto de deseo, seducir al espectador”. Luego tiene por delante, según matiza Lyona, el deber de transmitir esa intención erótica, algo que en sus dibujos trata de conseguir desde la mirada de sus personajes. “Si veo deseo en sus ojos, el espectador también lo verá”. 

El sexo explícito no vende

Lyona insiste en la idea de la sutileza, algo con lo que juega la publicidad desde hace tiempo, cuando constató que el sexo no ayuda a vender e incluso puede romper la intención de compra, al desviar la atención al estímulo más obvio y desplazar la marca o el producto. Así lo observó una investigación de la Universidad Estatal de Ohio: “No encontramos casi ninguna evidencia de que aumentara la efectividad publicitaria. En general, vimos que disminuyó”, explicó en un comunicado Brad J. Bushman, coautor del estudio. Según comprobaron, a quienes más atrae el sexo en un anuncio es a jóvenes menores de 34 años, es decir, el sector con menor poder adquisitivo.

La publicidad lo que hace entonces es crear una atmósfera muy íntima para capturar la sensualidad de una tableta de chocolate o del freno de mano de un coche, por nombrar algún ejemplo. En uno de sus anuncios, Volvo dejó el freno de mano levantado apelando así al miembro viril y a la compra masculina. Felipe Dávila, mercadólogo y apasionado por el comportamiento del consumidor, reconoce que la estética femenina y su representación para fines comerciales es lo que ha ido transformando el carácter informativo de la publicidad en persuasivo. “La figura de la mujer continúa siendo un signo de seducción. Los productos y marcas utilizan insinuaciones sexuales con el uso de la desnudez parcial o escenas sugestivas para dotar de erotismo a los objetos”. Jean Paul Gaultier se inspiró en las formas de Mae West para lanzar al mercado su fragancia Classique. En su versión femenina, el frasco recrea un torso varonil marinero. J’adore de Dior se diseñó también como símbolo de elegancia y feminidad con un frasco de curvas sensuales de cuello largo y cintura marcada donde el metal recuerda a un collar masái.

Voluptuosidad en la pista

Recordemos también cómo el escote de Venus Williams en aquel partido que se jugó el 16 de enero de 2016, en Flinders Park, delató el interés de las marcas por erotizar las pistas de tenis. Ya en 1995, cuando la tenista rusa Anna Kournikova hizo su aparición, con 14 años, se vio cómo Adidas, la marca que la potenció desde sus inicios, había optado por la estrategia de convertirla en sex symbol. ¿Realmente esto añade valor a la marca? Javier Varela, consultor de marketing, sugiere que, para valorarlo, antes habría que preguntarse si el sexo forma parte de la propia marca o simplemente se está usando para incrementar el recuerdo del spot o de la campaña. “En el caso de un uso del erotismo o de imágenes y contenidos de corte claramente sexual en campañas en las que este no está directamente relacionado con el producto o con la marca, no aporta más que impacto momentáneo, o quizás haga que se recuerde el spot, pero no tanto al anunciante”, indica reforzando las conclusiones del estudio de Ohio. Esto no significa, a su juicio, que en marketing no se pueda añadir el componente erótico a casi todo. “Es la iconografía publicitaria y sus lenguajes gráficos los que acaban por convertir los mensajes, los productos y sus usos casi en una experiencia hipnótica”.

Inevitablemente, la sensualidad que ha invadido la vida cotidiana haciendo de cualquier utensilio un objeto de deseo forma parte de la cultura y, según las palabras de Mario Vargas Llosa, representa un momento elevado de la civilización: “No es tanto un hecho en sí, sino más bien una mirada, una elección subjetiva, una pasión o una manía que se proyectan sobre todo lo existente, erotizando a veces cosas que parecían ser totalmente ajenas. Erotismo es elevar el amor físico a planos superiores de elegancia, exquisitez y creatividad”.

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