¿Eres de los que creen que Origen, la nueva película de Christopher Nolan es rara? ¿Que se necesita verla dos o tres veces para acabar de entenderla por completo? Pues aquí te proponemos una lista de 15 películas míticas que aunque las veas veinte veces nunca llegarás a comprenderlas del todo. De hecho, es probable que ni siquiera sus propios autores supieran muy bien qué es lo que estaban contando. Acompáñanos en este viaje a las entrañas del cine más «anormal» jamás filmado.

…Y la nave va

Que Fellini nunca ha sido un director convencional, pues ahí están Roma o el Satyricón para confirmarlo, con su inimitable desfile de extravagancias y de seres monstruosos o retorcidos. Pero si hay una película suya que siempre me ha provocado extrañeza es esta, rodada en 1983. Un grupo de personajes que parecen surgidos de un tebeo se embarcan en un crucero de placer a través del Mar Adriático (un mar hecho de papel de plata, que conste) a principios del siglo XX. Cantantes de opera obesas que parecen travestis, seres maquilados de forma delirante, enanos… todos ellos conforman la tripulación de una nave cuyo puerto de destino debería lamarse «absurdo». Anque no llegarán nunca a él, al ser hundidos por un destructor de la marina austrohúngara (¿un homenaje de Fellini a Berlanga?). Y el detalle más surrealista es que en la bodega del barco viaja un gigantesco rinoceronte, que será uno de los pocos supervivientes del naufragio. Lo gracioso es que cuando le preguntaorn a Fellini que significaba el animal y porqué lo había metido en el barco de su película, respondió: «Venga… todo el mundo sabe que a principios dle siglo XX era obligatorio que todos los barcos llevaran a un rinoceronte en su bodega». Así era Federico.

Gertrud

No sabemos si existe vida después de la muerte, pero si así fuera y en ese mundo existiera el cine, Gertrud sería lo más parecido que se me ocurre a un filme rodado desde el más allá. Filmado en 1962 por Carl T. Dreyer, maestro del cine sueco y autor de obras de arte como Dies Irae u Ordet, esta fue su última película. Su argumento trata sobre una mujer madura enfrentada a una encrucijada vital: casada con un hombre al que no ama, hastiada de su maduro amante, y enamorada de un joven que la desprecia. Hasta ahí todo parece normal. Lo extraño reside en como está filmada la película. Personajes que nunca se miran entre sí, que recitan sus diálogos directamente a la cámara, sin entonación ninguna, como si estuvieran… ¡muertos! Y es que Gertrud parece un filme interpretado por espíritus en lugar de actores de carne y hueso. Tengamos en cuenta, además, que la cinta trata sobre una mujer que busca el amor absoluto, pero jamá un filme sobre la pasión fue más frío y desapasionado. Y ahí radica su capacidad de fascinación. No olvidemos tampoco su escena final. La protagonista, finalmente sola, vive en una habitación que parece una cripta y luce un maquillaje y un extraño peinado que recuerda al que Gary Oldman muestra en las primeras escenas del Drácula de Francis Ford Coppola. Un detalle que me hace pensar: ¿Y si Gertrud no es realmente un filme sobre el desamor sino una historia de vampiras (emocionales)? Se admiten interpretaciones.

El ángel exterminador

Permítanme una anécdota personal. TVE emitió esta película una noche de agosto de 1983, con motivo de la muerte de su director, Luis Buñuel. Terminado el pase televisivo, recuerdo que mi famlia me preguntó: ¿Y bien… que significa esa película?» Les miré anonadado, y les respondí: «¿Y por qué tiene que significar algo?» El ángel exterminador, filmada en México en 1964, nos muestra a un grupo de burgueses que se reúnen en casa de una amiga para una cena de gala. Pero conforme pasa la noche, el hastío y la pereza se apoderan de ellos y ninguno se decide a abandonar la casa. Al principio mantienen la compostura ante tan extraña situación, luego, el pánico y la locura se apoderan de ellos. Y cuando están a punto de morir de hambre y sed, un rebaño de ovejas entra en la mansión para que puedan comer su carne y beber su sangre. Finalmente, de la misma forma misteriosa que quedaron atrapados, logran salir de su encierro, pero… No contaré nada más, tan solo diré que Buñuel cierra su película con una revuelta popular que no se sabe muy bien a que viene, masacrada a sangre y fuego por las fuerzas represivas. Hay quien dice que la película es una metáfora de como se desmorona el orden moral de la burguesía. También hay quien cree que no tiene significado alguno. Personalmente, la veo como un filme de terror puro y duro, como una de esas pesadillas en las que uno trata de moverse o realizar alguna acción, pero una fuerza misteriosa lo impide. Pero, claro, solo es mi opinión.

Teorema

Esta también es fina. Y, curiosamente, también podría haberse titulado El ángel exterminador. Porque Pier Paolo Pasolini (quien la dirigió en 1968) nos muestra a una típica familia de clase media (padre, madre, hijo e hija), cuya vida se ve alterada por la llegada de un misterioso personaje interpretado por el inquietante Terence Stamp. Una especie de emisario de la destrucción, un ángel laico de beleza andrógina que seduce a cada uno de los miembros de la familia y les hace purgar por sus pecados (que en realidad son los de toda la burguesía) condenándoles a morir de forma espantosa. Baste decir que uno de los personajes femeninos se entierra viva a sí misma en una de las escenas más angustiosas que recuerdo. ¿Crítica a la institución familiar? ¿Una visión laica del apocalipsis cristiano? Hay interpretaciones para todos los gustos. Lo que es innegable es la influencia que este filme ha ejercido en títulos posteriores. Y sino, recuerden Canino, extraña cinta griega estrenada este mismo año, y que es hija bastarda de este Teorema sangriento.

La fortaleza

En Hollywood tambén se han producido auténticas rarezas. Mi preferida es esta, rodada por Sydney Pollack en 1968 y con un espectacular reparto encabezado por Burt Lancaster y Peter Falk (el inolvidable Colombo). En un primer vistazo,su argumento parece de lo más convencional. Durante la batalla de las Ardenas, un pelotón norteamericano se refugia en un antiguo castillo medieval para defenderse de los alemanes. Pero la cosa no resulta tan sencilla. Porque en el castillo hay un matrimonio de aristócratas. Él es impotente pero desea que su esposa engendre un hijo para para proseguir con la estirpe familiar, así que la hace acostarse con el teniente del pelotón. Mientras, el sargento (Falk) que es panadero, se va a un burdel y en la cocina se pone a amasar pan, a las vez que las furcias del local queman vivos a un grupo de nazis que aparecen por allí. También hay un cabo que es un fanático religioso y recorre los alrededores con una cruz de madera y vestido como un eremita. Un montón de soldados desconcertados le sigue escuchando sus pláticas, pero una bomba alemana se los carga a todos. Y al final, Burt Lancaster vestido con una armadura medieval se sube a un torreón del castillo y comienza a disparar contra los nazis con una ametralladora, mientras los alemanes utilizan la escalera de un camión de bomberos para tratar de escalar los muros de la fortaleza. No me negarán que rarita, rarita, lo es un rato. El director, Pollack, dijo en una entrevista que era una historia simbólica. Pero se le olvidó explicar que era lo que pretendía simbolizar. A mí que no me pregunten.

El Topo

Y después de una de guerra, una del oeste. Pero claro, este no es un western como los demás. Como iba a serlo estando dirigido por el chileno Alejandro Jodorowski, un tipo que practica la psicomagia y la anomancia; si, exacto, leer el futuro en las arrugas del ano. El caso es que El Topo, rodada en 1970, es más rara que un perro verde. Su protagonista es un pistolero que tiene que proteger a una comunidad de frailes sodomitas (todos ellos interpretados por enanos) de un forajido y sus hijos. Pero hay que decir que el bandido tiene casi cien hijos. El héroe va acompañado de un niño que se pasa todo el filme despelotado y aparecen también dos pistoleras lesbianas que se lo montan en el desierto. El barro se convierte en sangre al pisarlo y en una de estas, el protagonista es secuestrado por una comunidad de seres deformes que le conducen a su mundo subterráneo. Allí pasa cuatro años recibiendo lecciones místicas y al salir de nuevo a la superficie decide inmolarse quemándose a lo bonzo, pero sobrevive y… ¿Sigo? ¿O basta con decir que esta es una de las películas más lisérgicas jamás rodadas y que Jodorowski confesó que plasmó en ella las visiones que le producían el consumo de ciertas hierbas?

Un hombre de suerte

El director Lindsay Anderson se hizo famoso en 1968 rodando un filme titulado If, protagonizado por un jovencísimo Malcom McDowell. En 1973, con McDowell en la cima de su popularidad tras haber hecho La naranja mecánica, director y actor volvieron a unirse para filmar esta ¿comedia? Así la califican, pero hay que tener un sentido del humor muy especial para esbozar siquiera una sonrisa con esta extraña fábula. McDowell encarna al ejecutivo de una multinacional del café que inicia un viaje de trabajo por Inglaterra. Un estúpido acidente le llevará a una clínica donde se hacen experimentos humanos para crear híbridos entre hombres y animales. Escapa de allí y se refugia en una iglesia abandonada, donde habita una comunidad liderada por una mujer que alimenta a su rebaño ¡dándoles de mamar de sus pechos! Las peripecias del protagonista van siendo cada vez más delirantes y absurdas en un viaje en el que la lógica ha quedado aparcada en el tercer fotograma del filme. Anderson decía que era una crítica al sistema capitalismo. Pues nosotros nos lo creeremos, aunque tras haber visto el filme dos veces, no tengo del todo claro que los tiros vayan por ahí. Eso sí, aviso para fans: en el tercio final sale una jovencísima y hermosísima Helen Mirren, mucho antes de convertirse en la aclamada protagonista de La reina.

Zardoz

En 1974 la ciencia ficción era un género de moda. Por eso, esta película de 1974 hizo unas cifras de taquila realmente espectaculares. Lo malo es que la gente salía de las salas con cara de poker y preguntándose: «¿Pero de qué narices iba esto?». Zardoz fue dirigida por John Boorman, años antes de hacerse mundialmente famoso con la magnífica Excalibur, y protagonizada por un Sean Connery que quería quitarse de encima la imagen de James Bond. Y para ello no se le ocurrió nada mejor que cambiar el esmoquin de 007 por un look estrafalario con coleta, matojo de pelo en el pecho y luciendo una especie de tanga-slip que le hacía lucir sus poderes. Inenarrable. ¿El argumento? En el año 2057 una élite ha conseguido erradicar la mortalidad por causas naturales, y viven en una especie de burbuja protegidos de los habitantes del exterior, llamados «Los Brutales». Zardoz, el protagonista, pertenece a un grupo de guerreros que siguen las órdenes de un Dios con forma de cabeza de piedra voladora que les ordena exterminar a los Brutales. Pero el héroe se introduce dentro de la cabeza y descubre… Bueno, no queda muy claro lo que descubre. Eso sí, dicen que la película es una metáfora sobre el absurdo de una vida ilimitada, sobre la falsedad de las religiones…

Cabeza borradora

En mi diccionario particular, el nombre de David Lynch aparece como sinónimo de raro. No hay ninguna película suya que pueda calificarse de convencional, ni siquiera El hombre elefante, pero tampoco hay ninguna tan extraña como esta, Cabeza borradora, su opera prima rodada en 1976. Filmada en un tenebroso blanco y negro, tenemos a un obeso protagonista que vive en un ambiente industrial de pesadilla. El rudido de las máquinas de las fábricas no cesa nunca, y el personaje vive atormentado por sueños en los que ve como su cabeza es utilizada para fabricar gomas de borrar. Si las cosas ya no le iban bien, le irán peor cuando se entere de que su novia está embarazada. La chica tampoco es muy normal, porque del ombligo le salen cosntantemente lombrices de unos cuatro metros de longitud. Con semejante antecedente no sorprende demasiado que al dar a luz el bebé resulte ser una especie de monstruo que vive en un permanete quejido. Angustiosa, obsesiva, desconcertante y realmente aterradora, Cabeza borradora es una pesadilla fílmica que deja un recuerdo perenne en la mente del espectador. Sus significados son múltipes, y así hay quien dice que trata de los miedos del hombre a la paternidad no deseada, el rechazo a la deshumanización que ha provocado la sociedad industrial…

Stalker

El ruso Andrei Tarkovski no es un directo apto para públicos impacientes. Se toma su tiempo para contar sus historias, y lo hace siempre de una manera oblicua, sin dejar muy claro que es lo que quiere decir. En Stalker, filme de ciencia ficción de 1979, nos leva a un mundo desolado en el que circulan leyendas sobre la existencia de una zona prohibida en la que quien logre acceder, alcanzará la sabiduría absoluta. Un científico y un intelectual descreídos conocen casualmente a un stalker (un merodeador) que dice haber estado en dicho lugar y le piden que les conduzca hasta allí. Pero conforme se van a acercando, sus deseos de conocer el secreto que allí se esconde se van desvaneciendo. Finalmente, llegan al lugar y comprueban que el stalker tenía razón y la zona prohibida existe, pero aún así dan la vuelta y abandonan el lugar sin descubrir cuál es el secreto que encierra. ¿Una metáfora sobre la búsqueda de la fe, como han apuntado algunos estudiosos? ¿O tal vez sobre la inutilidad de la misma? Déjenme que entre en la zona prohibida y ya les contaré.

Arrebato

Si el cine español ha dado un filme de culto, es este. Estrenado en 1980, permaneció en cartel durante diez años ininterrumpidos en las sesiones de madrugada de los ya desaparecidos cines Alphaville. Dirigido por Ivan Zulueta, Arrebato es un poema sobre la adicción… La adicción al cine, un arte visto como una droga, que vampiriza la vida y el alma del aficionado. Ahí está ese extraño fotograma de clor rojo que se apodera de quien lo ve. Arrebato es una película que peude verse una y otra vez y siempre te sorprende. ¿La razón? Que no puede explicarse porque el filme de Zulueta es como ese fotograma rojo que hemos citado: un misterio que te atrapa, como un chute en vena que va directo a tu lado emocional. Pero parte de la fascinación que desprende esta elícula se debe también a la hipnótica voz de uno de sus protagonistas, Will Moore, un extraño personaje que fue un icono de la movida madrileña, que sobrevivió a las drogas y que actualmente vive refugiado en algún lugar de América del Sur. La voz de Moore es una de las más enigmáticas que jamás he escuchado en una película. Se introduce en tu cerebro y luego… Acabas viendo fotogramas rojos.

Malaventura

Con Manuel Gutiérrez Aragón me pasa en cierta forma y salvando todas las distancias, como con Lynch, que es difícil encontrarle una película que se ajuste al calificativo de convencional. A la hora de elegir la más extraña de las suyas me debatía entre Maravillas (porque un filme que mezcla quinquis con judíos sefarditas es cualquier cosa menos normal), y esta. ¿Por qué elegí Malaventura? Por varias razones, la principal porque aún no se muy bien como calificar esta fascinante y extraña fábula. Trata sobre Manuel, un pijo sevillano que está triste porque su novia le ha abandonado. Le sale un flemón (ya saben, eso de «mal de muelas, mal de amores») y su preciosa madre lo manda al dentista. Pero desde la ventana de la consulta el chico presencia un asesinato, aunque se niega a delatar al culpable porque es la nueva pareja sentimental de su ex novia. Vaya lío, ¿no? La primera vez que vi Malaventura pensé que era un filme sobre la melancolía. Que lo es. Pero la segunda vez que me acerqué a ella la vi como un retrato insólito de una ciudad. Porque jamás se ha visto una Sevilla más triste, más gris y más mortecina que la que aquí se muestra. Y la película también es eso. Pero el tercer visionado me hizo pensar que realmente la película trata de como se va la vida y se viene «el morir», que diría Jorge Manrique. Y es que también trata de eso. No se si la veré una cuarta vez, pero estoy seguro de que si lo hago le descubriré algún nuevo meandro. Y es que Malaventura es una de esas películas que están abiertas a tantas interpretaciones como veces te acerques a ella. Y por si fuera poco, la maravillosa Cristina Higueras (la única que sonríe en este filme sobre gente triste) hace de «ravissante» madre del melancólico Miguel Molina. Y solo tres años de edad les separan. Ya me dirán si eso no es raro.

Videodrome

David Cronenberg es como David Lynch, otro de esos tipos en cuyo diccionario personal no figura la palabra «normal». Pero si hay una película extraña en su ya de por sí extrañísima filmografía, esa es Videodrome. una fantasía de 1988 sobre una cadena de televisión cuyo visionado altera la mente de quien la contempla. Como muestra decir que al personaje de James Woods, de tanto ver la dichosa tele, le sale una vagina en el pecho y se viola a sí mismo introduciéndose el cañón de una pistola. En fin. Ya sabíamos que abusar de la televisión no era bueno. Y eso que en aquella época aún no existían ni Gran Hermano, ni Sálvame… ¿Cuántas vagianas le habrían salido al pobre Woods si llega a ver un debate con Belén Esteban?

Pinocho raíz de 964

Con semejante título debería sobrar cualquier intento de explicar porque considero esta película como rareza. Pero como me pagan por ello, hala, ahí voy. Esta película japonesa de 1991 es una versión del celebre cuento de Pinocho. Pero una versión muy peculiar. El protagonista es un androide sexual al que le han borrado la memoria y lo sueltan en pleno Tokyo. El cybermuchacho anda por ahí perdido buscando su identidad y en esas concoe a una annésica que sin saberlo también esconde un horrible secreto. No hay más trama, solo una sucesión de escenas completamente abstractas, de diálogos absurdos y una degeneración contínua en el arroyo de la violencia más desatada y del sexo más sarnoso. Por cierto, a Pinocho no le crece la nariz en ninguna escena. Le crece otra cosa. Y un aviso: si no tienen el estómago de acero y la mente ya completamente deshecha, ahorrense el visioando de este filme. Será felices viviendo en su normalidad. Ah… Las escenas de la ciudad que se revuelve sobre sí misma en Origen, las han sacado de aquí.

Dellamorte Dellamore

Aquí en España la rebautizaron Mi novia es un zombi, y claro, con ese título, no duró ni una semana en cartel. Debimos de verla cinco, pero con los años se ha convertido en un filme de culto, y con todo el merecimiento. Su protagonista, un esbelto Rupert Everett, es una especie de Quijote contemporáneo que trabaja de enterrador. Junto a él, por supuesto hay un Sancho Panza, su fiel amigo Ghiani, gordo y sordomudo. Los dos tienen una misión tremebunda: rematar de noche a los muertos que han enterrado de día y que resucitan convertidos en zombis. El héroe se enamora de una viuda que solo se excita en los osarios, que muere y que vuelve convertida en novia cadáver, y Ghiani cae a su vez seducido por la cabeza de una adolescente decapitada. Pero no hay lugar para el amor en el mundo de estos dos perdedores. Los muertos siguen levantándose y un dia le susurran al héroe que porqué no deja de matarlos a ellos y comienza a liquidar a los vivos… Esta película italiana de 1993 en el fondo es un extraño poema de amor y muerte que trata sobre la irrealidad y que cuestiona permanentemente que el mundo en el que vivimos sea auténtico (exactamente lo mismo que haría Matrix varios años después, pero de forma más descarada, más macarra… más latina). Pero que también trata del miedo del hombre hacia el poder de lo femenino, y muestra a la mujer como un ser lunar al que el varón es incapaz de saciar incluso después de muerta. O, al menos, eso es lo que yo interpreté. Pero se admiten sugerencias.