Todos hemos oído alguna vez la leyenda urbana de que los esquimales tienen 50 (e incluso 100) formas de decir la palabra nieve. El origen del mito se remonta a hace un par de siglos y se lo debemos al antropólogo de origen judío alemán Franz Boas. Si bien es cierto que no iba del todo desencaminado en su afirmación, hemos de reconocer que exageró con soltura. Una exageración completamente justificada si tenemos en cuenta la relación que le unía a los inuit, lo que pudo influenciarle para no ser del todo objetivo.

Mientras Boas estudiaba distintos manantiales de agua al norte de Canadá, se le fue la noción del tiempo y acabó perdido entre árboles y lagos. Serían los inuit los que se encargarían de rescatarle en la isla de Baffin, un hecho que le cambió la vida. Tras la experiencia, Boas decidió mudarse a Estados Unidos y convertirse en antropólogo. Allí, dio clases en la Universidad de Columbia, donde dirigió el departamento de Antropología.

Al volver de su aventura, Boas contó a todo aquel que le quería escuchar que los esquimales disponían de decenas de palabras distintas para nombrar a la nieve. Y así comenzó el mito. Desde entonces, un gran número de científicos ha intentado confirmar si Boas tenía razón. Por su parte, también le crecieron los detractores, quienes difundieron por todos los rincones que esto era solo un bulo. Algunos incluso escribieron ensayos para contradecirle de la forma más académica posible.

¿Quién tenía razón?

Lo cierto es que Boas exageró, pero no iba desencaminado. En primer lugar debemos comprender que no existe un idioma esquimal y que los inuit se expresan con múltiples dialectos muy ricos (gramaticalmente hablando). Según explicó recientemente la lingüista Arika Okrent, «algunos de ellos disponen de más palabras para la nieve que otros». Existe otro punto importante que hay que tener en cuenta. El lenguaje inuit permite formar nuevas palabras con tan solo añadir determinados sufijos. Este detalle podría ser clave, ya que Boas pudo llegar a entender algo que no entendieron sus detractores: que había sutiles diferencias entre las palabras, pero que, efectivamente, eran distintas. Por su parte, los enemigos del antropólogo vieron estas diferencias tan anodinas que no las consideraron relevantes.

Peleas de gallos aparte, son varios los estudios que se han realizado en torno a esta afirmación. El último ha sido realizado por científicos de la Universidad de Berkeley y la Universidad Carnegie Mellon, que decidieron comprobar cuánto había de verdad sobre lo que algunos han bautizado como el bulo del vocabulario esquimal. En esta ocasión, en lugar de contar las palabras que utilizan para la nieve los inuit, los yupik y otros nativos de las regiones árticas, enfocaron la situación a la inversa que todos sus antecesores: decidieron observar cómo las personas que viven en climas más cálidos se referían a la nieve y compararlo con sus homólogos del clima frío.

¿Cuántas formas hay en español de decir hielo?

Esto dio lugar a resultados muy curiosos e interesantes. Según explica Alejandra Carstensen, estudiante de doctorado de psicología y coautora del estudio publicado en PLoS ONE: «encontramos que aquellas personas que habitan en las regiones más cálidas del mundo utilizan la misma palabra para referirse al hielo y a la nieve«. Tiene sentido. En España, por ejemplo, tenemos múltiples formas de expresar ‘el caloret’ o de describir a un ladrón, pero nos faltan palabras en el vocabulario para describir climas por debajo de quince grados bajo cero o para buscar un sinónimo de hielo. Está claro que la gente que vive en climas más cálidos, donde la nieve es una preocupación menor, se preocupan muchísimo menos de las diferencias sustanciales que pueden existir entre la palabra ‘nieve’ o ‘hielo’ que los habitantes del Ártico. Los hawaianos, por ejemplo, utilizan la palabra hau para referirse a ambas.

Para probar su teoría, los investigadores se ‘armaron’ con múltiples diccionarios lingüísticos y meteorológicos. También se valieron de herramientas como Google Translate y redes sociales como Twitter. Su fin era llevar a cabo una extensa búsqueda de palabras que se refiriesen a la nieve y al hielo en casi 300 idiomas distintos. Una vez conseguidos estos datos, vincularon estas palabras al clima local y su ubicación. «Queríamos ampliar la investigación más allá de las lenguas esquimales», explica Charles Kemp, profesor asociado de psicología en la Universidad de Carnegie Mellon y autor principal del estudio: «la idea de que las lenguas reflejan las necesidades de sus habitantes es general». Según explican en artículo publicado en PLos ONE, el estudio está basado en investigaciones anteriores del equipo en las que se muestra cómo el lenguaje está determinado por nuestra necesidad de comunicar de forma precisa y eficiente.

Este descubrimiento apoya de forma indirecta la supuesta exageración que Franz Boas dijo en 1911. Como explicó el antropólogo en su momento, las múltiples formas que tienen los inuit de decir nieve refleja «los principales intereses de un pueblo». Está claro que cuando ves nieve por todas partes todos los días y a todas horas, acabarás apreciando diferencias sustanciales en sus copos. Un día será más espesa, otro menos densa y otro incluso de aspecto aterciopelado. ¿Cómo no bautizar a todas ellas si nos encanta dar nombre a todo aquello que vemos? Tiene cierta lógica.

Fuentes:

sciencedaily.com | journals.plos.org | mnn.com | mentalfloss.com |

Redacción QUO