Dado que las trampas sexuales buscaban manipular los aspectos oscuros de las vidas privadas de sus víctimas, y que la homosexualidad ha sido hasta hace poco un tema tabú, se entiende que los espías gays hayan sido tan útiles. Lo demuestra la historia del Círculo de Cambridge. Tras la II Guerra Mundial, un joven y brillante agente del MI5, Kim Philby, recibió la orden de reclutar colaboradores. Lo que sus superiores ignoraban es que Philby era un doble agente al servicio de la Unión Soviética. Sus elegidos fueron tres amigos de sus años de estudiante en Cambridge: Anthony Blunt, Gary McLeod y Francis Burgess. Los tres eran cultos, elegantes y… gays, además de marxistas. Kilby los utilizó para seducir a altos cargos que también eran homosexuales, y chantajearles después. Su red de extorsión era tan amplia que el escritor John LeCarré dijo: “El servicio secreto británico parecía una agencia de contactos masculinos”. Cuando las fugas de información fueron tan evidentes como para intuir que la organización estaba trufada de topos, Philby y sus amigos desertaron a la Unión Soviética. Casos así ha habido cientos, y los habrá. Las “trampas de miel” siempre serán un arma poderosa porque, como decía Richard Meier, subdirector de la Stasi: “El dinero y el sexo nunca fallan. Quien no caiga con uno, caerá con el otro”.

Redacción QUO