Se dice que las separó, que las hirió o que mató a la hembra. Como resultado de su acción, se convirtió en mujer. Transcurridos siete años, paseando por el mismo lugar, la escena se repitió, mató al macho y recuperó su condición masculina. La fama de Tiresias llegó hasta los dioses. Zeus y su esposa, Hera, le consultaron a propósito de una disputa que mantenían: ¿es la mujer o el hombre quien experimenta mayor placer en las relaciones sexuales? Tiresias, según ellos, debería saberlo, puesto que había experimentado la doble condición de varón y mujer y, por tanto, el placer sexual de ambos. La respuesta fue: “Si el placer se compusiera de diez partes, nueve le corresponde­rían a la mujer y una al hombre”. Hera vio de este modo descubierto el secreto de su sexualidad y, airada, privó a Tiresias de la vista, si bien le otorgó la capacidad mántica y el privilegio de la longevidad. Que cada cual se quede con la versión que más le guste de este mito. Pero Tiresias experimentó un doble cambio de sexo, el placer y el deseo femeninos, aparte de los masculinos, incluso el poder desear a un varón con su condición femenina. ¿Convertirse en mujer fue un castigo o una lección necesaria? Sin duda, una experiencia muy necesaria para conocer al individuo del otro sexo y, de este modo, conocerse mejor a sí mismo. ¿No irían mejor las relaciones entre hombres y mujeres si nos ocurriera lo que a Tiresias y conociéramos perfectamente cómo siente el sexo opuesto? Si existió un dios cuyas conquistas amorosas relatadas por poetas y mitógrafos son apasionantes, es Zeus, soberano del Olimpo helénico y de los humanos. Su lista de conquistas era interminable: diosas, ninfas, mujeres… Para que ser descubierto, adoptó las más peregrinas metamorfosis: cisne, toro, lluvia de oro… El resultado de sus encuentros sexuales fue una numerosa prole y algo reservado a las mujeres: el parto de su hija Atenea.

Para comerte mejor
Se cuenta que Metis, hija de Océano y Tetis, terminó rindiéndose a sus deseos. De su relación con Zeus concibió una hija. Pero Gea le predijo que si Metis daba a luz a una hembra, luego engendraría un hijo que llegaría a destronar a su padre. ¿Solución? Zeus se tragó a Metis. Cuando llegó la hora del parto, Hefesto –otros dicen que Prometeo– le partió su melenuda cabeza de un hachazo, y Atenea, hermosa y de ojos glaucos, salió armada y dando un grito de guerra que resonó en todo el orbe (¡como para permitir que Tiresias la viera desnuda sin su permiso!). Por cierto, que a Atenea no le interesaron nunca ni el matrimonio ni los placeres sexuales, por eso permaneció siempre virgen. Así de fantástica era la sexualidad de los dioses, o más bien, nuestras fantasías sexuales realizadas a través de ellos. Pero no los envidiemos; al fin y al cabo, ellos tienen que hacerse humanos para poder desear. Si fueras un dios y lo tuvieras todo, carecerías de lo que nos hace estar vivos: el deseo.

Desde estas plumas nos vigilan los ojos de Argos
Si eres infiel a tu pareja procura que no te vea ningún pavo real, pues debemos la belleza de estas plumas a una de tantas correrías amorosas de Zeus. Se cuenta que Zeus se enamoró de la belleza de Ío, doncella de Argos y sacerdotisa de Hera; y en un sueño, leordenó que fuera a la orilla del lago de Lerna para consumar su deseo de tenerla en sus brazos. Para ocultar su aventura a su esposa Hera, Zeus transformó a Ío en una preciosa ternera blanca y le juró a su mujer que nunca había amado a este animal. Hera exigió que se la ofreciera como presente, y encargó su custodia a Argos de los Cien Ojos. Podía vigilarla, pues de sus múltiples ojos solo cerraba la mitad cuando dormía. Pero Zeus ordenó a Hermes que liberase a su amante. Hermes mató a Argos, y Hera, agradecida por el servicio prestado, inmortalizó su memoria trasladando sus ojos a las plumas del pavo real, ave que le estaba consagrada. De Ío se sabe que, tras dar a luz a Épafo, hijo de Zeus, recuperar su antigua figura y llevar una vida errante, fue transformada en constelación.

Redacción QUO