La fantasía es uno de los más poderosos inductores del deseo. Cualquier tipo de imagen mental que tenga un significado erótico para la persona se considera una fantasía sexual. Así, un fetichista puede excitarse simplemente con pensar en un zapato de tacón de aguja o en un uniforme de cuero negro. La razón del poder que tienen esas imágenes reside en que gracias a nuestra mente podemos controlarlas a nuestro antojo, satisfaciendo (aunque sea a nivel parcial) sueños y deseos de los que no siempre podemos disfrutar en el mundo real. Según las investigaciones realizadas por Jeffrey Symons y Burton Ellis, en las fantasías masculinas cobran más relevancia los detalles relacionados con la anatomía de la persona deseada y la visualización clara y concreta de los momentos más crudos del acto sexual. Por el contrario, parece ser que las fantasías femeninas conceden más importancia al contexto emocional y a las situaciones previas al coito. En lo que sí coinciden ambos sexos es en que la ausencia de este tipo de ensoñaciones puede ser un síntoma de problemas relacionados con la falta de deseo.

Redacción QUO