La primera vez fue en 1998The Times South of China informó de que se había suicidado saltando al vacío desde un hotel de Hong Kong. La víctima real era un hombre llamado igual.

La segunda vez fue en 2001 Empezó a correr un hoax (rumor) falso por internet según el cual Gates había muerto en los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas.

Al año siguiente, en 2002 La NBC emitió un reportaje sobre su muerte en accidente de tráfico. En realidad, era un avance de un falso documental titulado Nothing so strange.

Y en 2003 los informativos de Corea del Sur “mataron” a Gates y provocaron una caída del 1,5% en la bolsa de Seúl, con pérdidas de 3.000 millones de dólares.

¿Es posible imaginar una impresión mayor que la que tiene que causar leer la noticia de la propia muerte? Lo explicó a las mil maravillas Mark Twain (de nombre real Samuel Langhorne Clemens), quien una mañana de 1897, mientras preparaba el desayuno, leyó en un diario la noticia de que había sido asesinado varias noches antes, a la salida de una casa de juego. “Del susto, los huevos se frieron solos, sin encender la sartén”, relató en sus memorias. Aunque, una vez superada la primera impresión, se tomó la cosa con humor y envió un telegrama al periódico, en el que decía: “Han exagerado ustedes la noticia de mi muerte. En mi vida he pisado esos lugares indecentes conocidos como casas de juegos. Mi asesinato sucedió a la salida de un burdel”. Al igual que el creador de Tom Sawyer, otros muchos personajes también han tenido el macabro privilegio de sobrevivir a la noticia de su fallecimiento. Algunos incluso han asistido a su propio funeral.

Exequias prematuras
Hay gente que ha muerto docenas de veces. Como Fidel Castro, cuyo deceso ha sido anunciado en varias ocasiones durante los últimos años, lo que le llevó a declarar en una de sus últimas apariciones públicas: “Cuantas más veces me matan en las noticias, más inmortal me hacen”. Las palabras del dictador cubano encierran algo de verdad, ya que el anuncio de una falsa muerte puede aumentar la popularidad de cualquier personaje. Eso fue lo que pensó el prestigioso pianista austríaco Friedrich Gulda, un músico excelente con fama de extravagante. Un día de marzo de 1999, el artista se preguntó si realmente el cariño que sentían por él era sincero y lamentarían su muerte. Para comprobarlo, tuvo la idea de enviar un fax anunciando su falso deceso, dos horas antes del inicio de un concierto que iba a ofrecer en Viena. Gulda entró en el teatro disfrazado y, cuando el director del auditorio anunció al público allí congregado que acababan de recibir la noticia del fallecimiento del músico, observó entre bambalinas el desconcierto que reinaba entre los presentes. Complacido, se deshizo de las ropas que camuflaban su identidad y apareció sobre el escenario como un resucitado, lo que provocó una sonora ovación de su público; le admiraban tanto que le perdonaron la broma de mal gusto. Lo que ignoraba el artista es que durante el escaso tiempo que duró la farsa, uno de sus colaboradores se había puesto en contacto con la Universidad de Viena, en la que Gulda daba clases de Musicología, para postularse como sucesor suyo. “Vaya”, comentó el pianista cuando se enteró. “Veo que alguno se ha alegrado de mi muerte antes de tiempo”. Un año después, al músico se le ocurrió conmemorar el aniversario de su broma organizando una fiesta de resurrección. Pero lo malo de burlarse de las cosas de la muerte es que a veces la supuesta gracia se vuelve contra uno, y el pianista falleció realmente a los dos meses de la macabra celebración. Dicen que cuando le comunicaron la noticia al propietario del teatro en el que tenía que actuar, el empresario respondió: “Bien, seguiré con el programa previsto. El telón subirá a las nueve”. Pero en esta ocasión, Gulda no pudo acudir. El músico pertenecía a una larga estirpe de personajes con un ego tan desmesurado que movieron cielo y tierra para no perderse sus propias exequias. Como el emperador Carlos V, quien en 1558, presintiendo que el fin de sus días estaba próximo, organizó su propio funeral. El 19 de septiembre de ese año asistió a su propio velatorio, y el 20 a su misa de réquiem. La verdad es que no se las perdió por poco, ya que el soberano abandonó el mundo de los vivos el día 22.

La que sí ha sobrevivido a estos juegos ha sido la millonaria Brooke Hayward, ex mujer del actor Dennis Hopper, quien en 2002 (a sus 65 años) celebró en Venecia un adelanto de su funeral. “Ensayo general de mi viaje al más allá”, lo llamó. Recorrió los canales en una góndola tumbada en un ataúd y seguida por otra embarcación con una orquesta que tocaba piezas de Vivaldi. La Parca aún no ha invitado a la señora a hacer su última travesía.

Redacción QUO