Dormir la siesta no sólo depende de la cultura o el ambiente en el que hemos nacido, los genes también determinan si somos de esa gente que hace la siesta

En algunos países mediterráneos como España, donde existe la cultura de la siesta, a veces se rechaza esta tradición pensando que puede interferir con el sueño nocturno o que incluso engordar. En cambio, en países donde no existe este hábito, como Estados Unidos, algunas empresas están promoviendo la siesta como una forma de aumentar la productividad.

Los estudios sobre los efectos a largo plazo de dormir la siesta son a veces contradictorios. Se ha comprobado que una siesta corta de una media hora mejora el rendimiento deportivo, la atención, el estrés, la fatiga y la calidad del sueño.

Sin embargo, las siestas muy largas, de más de una hora de duración, están asociadas a un mayor riesgo de diabetes y enfermedades cardiovasculares. Los beneficios de la siesta siguen por tanto una curva en forma de letra J, si son cortas son beneficiosas, y a medida que se hacen más largas aumentan los riesgos.

Un nuevo estudio del Hospital General de Massachusetts en colaboración con investigadores de la Universidad de Murcia, ha definido la arquitectura genética que está detrás de la siesta y su relación con otros rasgos metabólicos y del sueño. La preferencia por hacer la siesta también está en nuestros genes.

Los genes de la siesta

La genética tiene una gran importancia en nuestra preferencia por dormir la siesta. Además, es más probable que heredemos las preferencias por la siesta, que otros rasgos del sueño como la duración del sueño nocturno o la hora de irse a dormir.

En un futuro se podrán hacer recomendaciones personalizadas sobre si es recomendable que una persona duerma la siesta, así como la duración y la frecuencia, según su genética

El nuevo estudio representa la investigación más completa que se ha hecho hasta la fecha sobre la relación entre la genética y la siesta. Los autores del estudio se basaron en la información genética de 452.633 personas recopilada del Biobanco del Reino Unido. Además se les preguntó a todos los participantes con qué frecuencia dormían la siesta.

Los datos mostraron que existen 123 regiones en el genoma humano que están relacionados con la siesta y que influyen en nuestra elección de dormir o no. Además, a algunos participantes se les hizo llevar un acelerómetro, un monitor que mide la actividad física a lo largo del día. Los investigadores pudieron conocer qué participantes eran más sedentarios durante el día, lo que podía identificar a quienes dormían la siesta.

En el análisis de datos genéticos, los autores del estudio identificaron al menos tres tipos de personas que son más propensas a dormir la siesta:

  • Propensión al sueño: aquellas personas que son más propensas al sueño y necesitan dormir más que otras.
  • Sueño ligero: las personas con sueño interrumpido por la noche, es decir, que no tienen un sueño de calidad, son más propensas a dormir la siesta para compensar.
  • Grandes madrugadores: las personas que tienden a levantarse temprano y utilizan la siesta para completar las horas de sueño necesarias.

Los resultados de este estudio indican que dormir la siesta no sólo depende de nuestra cultura o el ambiente en el que hemos nacido. La genética tiene una gran importancia en este comportamiento.

Algunas de las personas que se encontraban en una de las tres situaciones anteriores padecían problemas cardiovasculares, y factores de riesgo como una mayor circunferencia de cintura y una presión arterial elevada. Los investigadores advierten que sería necesario estudiar esta asociación antes de sacar conclusiones definitivas.

La coautora del estudio, Marta Garaulet, indica que gracias a esta investigación se ha podido entender por qué hay personas que, después de comer, necesitan descansar mientras que otras, teniendo la oportunidad, no lo hacen o no lo consiguen aunque lo intenten. El estudio ha ayudado a comprender mejor por qué para algunas personas la siesta es beneficiosa y para otras no.

REFERENCIAS

Genetic determinants of daytime napping and effects on cardiometabolic health

Heritability of siesta and night-time sleep as continuously assessed by a circadian-related integrated measure

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