Una de las tareas de los científicos de todo el planeta ahora mismo es determinar cuáles han sido las medidas más afectivas a la hora de limitar la propagación del coronavirus SARS-CoV-2, responsable de la COVID-19. Y, comparar estrategias de distintos países es el objetivo del proyecto OxCGRT 

Con la información en la mano, los expertos esperan que estos datos les ayuden a obtener una mayor precisión para controlar las tasas de transmisión y los números de infección. “No se trata solo de la próxima epidemia – explica Rosalind Eggo, experta en modelos matemáticos de la London School of Hygiene and Tropical Medicine (LSHTM) –. Se trata de ¿qué hacemos ahora?”.

Eggo es una de las responsables del proyecto Oxford COVID-19 Government Response Tracker (OxCGRT). En él se analizan 13 intervenciones diferentes (desde pegatinas en el suelo para marcar distancias hasta el cierre de los colegios) en más de 100 países bajo un índice de “rigurosidad” que identifica la gravedad general de la respuesta de cada país y permite la comparación entre naciones que adoptaron diferentes enfoques.

Según los datos del proyecto (OxCGRT), Hong Kong fue el lugar donde se tomaron las medidas más restrictivas con mayor antelación.

Hong Kong, por ejemplo, parece haber reaccionado de un modo muy eficaz. Con una población de casi 7, 5 millones, ha reportado solo 4 muertes y poco más de 1.000 infectados. Los investigadores que estudian el enfoque de Hong Kong ya han descubierto que la reacción rápida, la cuarentena y las medidas de distanciamiento social, como el uso de máscaras faciales y el cierre de escuelas, ayudaron a reducir la transmisión del coronavirus. De hecho, según los datos del proyecto (OxCGRT), Hong Kong fue el lugar donde se tomaron las medidas más restrictivas con mayor antelación.

Los primeros hallazgos del equipo de Oxford también sugieren que las naciones más pobres tendieron a adoptar medidas más estrictas que los países más ricos, en relación con la gravedad de sus brotes. Por ejemplo, Haití impuso el cierre al confirmar su primer caso, mientras que Estados Unidos esperó hasta más de dos semanas después de la primera muerte para decretar la orden de quedarse en casa. Eso podría tener que ver, según Anna Petherick, responsable también del proyecto, con que los países de bajos ingresos con sistemas de atención de salud menos desarrollados, actúan con más cautela. También podría reflejar el hecho de que el brote llegó a estas naciones más tarde, dándoles más tiempo para aprender de los demás.

Junto a este proyecto también se encuentra la iniciativa del Complexity Science Hub Vienna (CSH Vienna). Los responsables han analizado detalles de alrededor de 170 intervenciones en 52 países. Al mismo tiempo recopilan información sobre los esfuerzos recientes de algunos países para reiniciar la vida cotidiana y las medidas que los acompañan, incluido el uso obligatorio de máscaras faciales.

La combinación de toda esta información permitirá a los investigadores, y eventualmente a organizaciones como la OMS, comparar las respuestas de cada país. Sin una vacuna o un tratamiento efectivo, detener la transmisión sigue siendo la mejor defensa contra COVID-19.

“Conocer los efectos de cada medida de control es crucial para descubrir cuáles pueden alterarse o eliminarse de manera segura – concluye Petherick –. Si podemos aprender qué debemos poner en práctica y qué funciona mejor para poder detener la propagación y también recuperar nuestra rutina”.