Pero la “venganza” de la naturaleza al fabricar un superpolen no explica por sí sola la epidemia de estornudos que llega todas las primaveras. Según los especialistas, esta tiene que ver también con la debilidad del sistema inmunitario de los humanos. Le ha ocurrido lo contrario que a los árboles que son agredidos: en vez de fortalecerse, se ha debilitado. En la mudanza del campo a la ciudad, el hombre ha ganado en mu­chas cosas, pero su salud se ha hecho más vulnerable. “Ahora vivimos en una burbuja: nada más nacer nos vacunamos, y en cuanto tosemos nos dan un antibiótico, con lo que el sistema inmunitario se hace perezoso y no sabe cómo reaccionar ante estímulos que antes eran habituales”, explica el doctor Gastaminza. La limpieza extrema, paradójicamente, nos hace más vulnerables a sustancias en principio inocuas. Más de 60 estudios publicados en los últimos años corroboran esta teoría. Una de estas investigaciones, la del alergólogo Von Matius, demostró que en niños de 6 a 13 años de edad, la alergia era mucho menor entre los que habían tenido contacto con establos y leche de campo durante el primer año de vida que entre los que habían vivido en ciudades. El 22% de estos últimos tuvo síntomas de fiebre del heno, frente a un 5% de los niños de ámbitos rurales. En la gestación, y durante los tres primeros años de vida, se forma y madura el sistema inmunitario. Sus “soldados” son los linfocitos T, y estos se dividen en los Th1, que defienden al organismo de virus y bacterias, y los Th2, que actúan frente a los alérgenos. Lo ideal es que ambos estén en la misma proporción, pero en los recién nacidos se produce un desequilibrio a favor de la respuesta inmunitaria, Th2. La balanza se equilibra en los primeros años de vida, conforme se entra en contacto con el medio ambiente y se expone el niño a los patógenos. En un medio limpio de gérmenes, esta maduración defensiva queda incompleta, de forma que la respuesta inmunitaria sigue a favor de los Th2. Eso es la alergia, una reacción desproporcionada del mecanismo de defensa del organismo frente a las agresiones externas. Las investigaciones sobre biología de las alergias han resuelto este enigma, pero siguen sin desentrañar otras preguntas clave. ¿Por qué, entonces, un tercio de las personas que tienen este desequilibrio no desarrolla ningún síntoma? La respuesta de mo­mento solo se intuye. Se cree que si esa alteración se registra en una persona genéticamente predispuesta, las probabilidades de que tenga reacciones son muy altas. Puede decirse que no es alérgico el que quiere, sino el que puede. La herencia familiar desempeña un papel muy importante, aunque hasta el momento no se han identificado con certeza genes relacionados con las alergias.

Redacción QUO