El mensaje en Slashdot, la página web de noticias para informáticos, pondría a cualquiera el corazón en un puño: “El hermano de mi amigo se ha suicidado la semana pasada. Era un buen estudiante de informática, y le iban a aceptar en una escuela muy prestigiosa”. El suicida no había dejado nota, ni explicación alguna. La única pista podía estar en sus cuentas de correo de Gmail y Hotmail, y en su página privada en MySpace. “¿Sería ético intentar romper su contraseña en esta situación?”, cuestionaba el autor del mensaje.

La pregunta generó un largo debate. Las compañías de internet debían facilitar el acceso a los familiares, según unos. Otros argumentaban que, por muy triste que fuera el caso, no se po­dían revelar datos privados, ni siquiera tras la muerte del propietario. No es un caso aislado. Los padres del marine Justin Ellsworth, muerto en Irak, tuvieron que llevar a juicio a Yahoo para acceder a su correo. Cada vez con más frecuencia, los muertos se llevan a la tumba sus contraseñas, y con ellas el acceso a su correo, sus cuentas bancarias, obras inacabadas, mensajes con amantes clandestinos, o simplemente, la lista de sus contactos, que no saben que han partido hacia el otro mundo.

Antes, la correspondencia del finado aparecía en un cajón, al alcance de su familia y amigos. En el caso de los escritores de renombre, sus herederos podían incluso publicarla y obtener un jugoso beneficio. Pero una porción cada vez mayor de nuestra vida está en el ciberespacio, intangible. Y el email es solo una parte de nuestro legado.

Patrimonio digital
Según la consultora Nielsen, dos tercios de los usuarios de internet en el mundo usan hoy redes sociales como Facebook y MySpace. Allí se guardan desde mensajes personales hasta colecciones de fotografías y listas de libros, que solo se pueden consultar en la red. También hay usuarios con verdaderas fortunas en entornos virtuales, como Second Life y World of Warcraft, donde una espada mágica o una isla pueden alcanzar miles de euros en las subastas de internet. Otros, más modestos, poseen una colección de música comprada en iTunes. Pero la mayoría de las propietarias de los sistemas de correo no prevén la muerte de sus usuarios.

Robert Bryant, un vecino de Lawton, Oklahoma, lo dejó todo bien atado antes de morir. Su hijo encontró una memoria USB que contenía sus contraseñas y una lista de personas a las que notificar su muerte. Si las posesiones materiales están protegidas por un testamento, ¿no debería ocurrir lo mismo con las digitales?

Vacío legal
Por si todo lo anterior falla, algunas compañías están redactando normas para acceder a los datos de una persona fallecida, aunque no lo ponen fácil. Google permite acceder a una cuenta de Gmail si se proporciona el certificado de defunción y un poder notarial en el que se cede el acceso a la cuenta. El proveedor America Online sigue la misma política. Microsoft es algo más permisiva, y si se certifica la defunción y la relación familiar con el fallecido, se compromete a facilitar el contenido de la cuenta de Windows Live Mail (antes Hotmail); eso sí, grabado en un CD.

La compañía más restrictiva es Yahoo. Según los términos del contrato de Yahoo Mail, la información de la cuenta de correo es privada, y no se puede divulgar. Ni siquiera tras la muerte del propietario. Además, Yahoo borra una cuenta a los 30 días de inactividad. Es poco margen para intentar recuperar los mensajes de un fallecido, como los padres del marine Justin Ellsworth (véase el recuadro) pudieron comprobar. El caso llegó a los tribunales, y solo entonces la compañía accedió. Sin em­bargo, ya hay quien ha detectado hue­co en el mercado: la funeraria digital.

Un nuevo mercado
El sitio web Slightly Morbid almacena una lista de personas a las que se notificará nuestro fallecimiento mediante un mensaje personalizado que el usuario guarda (en vida) al crear su cuenta. El sistema requiere una tercera persona, que se encarga de confirmar el fallecimiento y activar la notificación. El alta más barata cuesta 9,95 dólares, y los militares en servicio tienen un descuento de un 20%. Algo parecido ofrece Legacy Locker. En este caso se proporciona al usuario una tarjeta con un código. Con esto y la dirección de correo del usuario, cualquier persona puede activar el envío de mensajes y desvelar la información que el usuario quisiera legar. La cuota de 299 dólares proporciona el servicio de por vida.
En greatgoodbye.com, otro de estos sitios de ultratumba, las cuentas de mayor precio permiten almacenar ví­deos y grabaciones en MP3. En este caso, los mensajes se activan cuando una persona de confianza mete un código para notificar la muerte del usuario. El engorro de depender de otras personas se puede evitar con servicios como DeathSwitch, en el que el usuario debe acceder a su cuenta periódicamente para confirmar que está vivo. Si el sistema no recibe respuesta en un tiempo determinado, se activará el envío de mensajes contratado. Cuesta 20 dólares al año, y permite componer hasta 30 mensajes de correo, cada uno con 10 destinatarios diferentes. En caso de despiste, el usuario puede anularlo.

Por último, el más seguro es farawayfish.com. En este servicio se selecciona no a una, sino a tres personas de confianza para confirmar el fallecimiento, y deben contestar al menos dos de ellas. Además, antes de nada se envía un mensaje de confirmación por SMS al propio usuario, que en caso de estar vivo puede cancelarlo todo.

Tú eliges, pero te recomiendo que dejes atado tu legado digital cuanto antes. ¡Descansa en paz!

Homenaje en red
El perfil de Marta del Castillo en Tuenti seguía activo dos me­ses después de su de­saparición; así que el fiscal jefe de Sevilla pidió su retirada para preservar el derecho a la intimidad de la fa­milia.

Eso fue después de que los me­dios de comunicación sacaran del perfil fotos y conversaciones de la joven con sus supuestos asesinos. Tras eso, se han abierto otros en su memoria.

El legado del marine
Cuando el marine Justin Ellsworth murió en 2004 durante una patrulla en Irak, Yahoo se negó a facilitar las contraseñas de su email a sus padres, basándose en los propios términos del contrato.

Tras una dura batalla legal, Yahoo cedió el acceso a la cuenta, donde se encontraron miles de mensajes de spam y ninguno de los enviados por el soldado, que no los almacenaba, y que eran precisamente los que la familia quería recuperar.

El caso William Talcott
El poeta de San Francisco William Talcott se llevó a la tumba su contraseña de correo.
A su hija le resultaba imposible comunicar su muerte a sus fans de todo el mundo y los miles de contactos profesionales que acumuló en vida.
Como en el caso del marine, Yahoo argumentó que el correo era privado y se negó a facilitar la contraseña a la descendiente.

Darío Pescador