Foodini es un artefacto con forma de caja que provoca el asombro de cualquiera que lo ve en acción. No es extraño, ya que este ingenio, desarrollado por la empresa Natural Machines de Barcelona, es una impresora 3D de alimentos. Un invento que promete sublevar las cocinas y convertirse en la revolución culinaria más impactante de las últimas décadas.

El nespresso de los fogones

Su funcionamiento es muy sencillo: tiene seis cápsulas o compartimientos, donde se cargan los productos comestibles. Con ayuda de una aplicación para teléfonos inteligentes o tabletas, se programa una receta y la máquina se encarga de combinar, capa por capa, los ingredientes almacenados previamente. Por ejemplo, si quieres cenar raviolis, solo tienes que distribuir la masa en los apartados correspondientes, presionar unos botones y listo: la máquina mezclará los elementos, les dará forma y los dejará a punto para llevar el plato al horno.

“Queremos ser como el Nespresso de los dulces, vender los medios y la pasta para producirlos. Se pueden hacer galletas, cremas y capas de pasteles decorados”, explica Emilio Sepúlveda, uno de los tres fundadores de la empresa española que comercializa este producto a casi mil euros la unidad. La impresora tiene, además, conexión a internet, lo que permite que los usuarios tuiteen el plato que acaban de preparar. El objetivo, señalan sus creadores, es formar una comunidad global de gourmets que compartan sus personalísimos diseños gastronómicos; es decir, comida con las más diversas formas y colores.

Estos diseños ayudarán a mantener la dieta, ya que permiten preparar platos con una composición calórica diseñada a la medida

La Foodini no está sola. A 30 años de que el estadounidense Chuck Hull inventara la primera impresora 3D (una tecnología con la que ya se pueden replicar orejas, vasos sanguíneos, riñones, piel, vejigas, huesos, ropa, guitarras, violines, flautas, automóviles, armas, lo que sea), cada poco surgen nuevos contendientes.

Como las del modelo ChefJet, de la empresa 3D System, que reproducen las más diversas figuras utilizando como materia prima chocolate, azúcares y diversos materiales comestibles. La máquina distribuye finas capas del ingrediente principal, que se rocían con agua. Con ella se pueden hacer postres personalizados: desde dulces de cacao con aspecto de estrellas a caramelos cúbicos.

“La gastronomía es una plataforma increíble para la creatividad y la experimentación”, destaca Liz von Hasseln, directora creativa de esta compañía que también desarrolló un software, bautizado como The Digital Cookbook, para diseñar el aspecto de los alimentos desde un ordenador. Con su ayuda podríamos imprimir un pastel con la forma que deseemos (un balón de fútbol, una muñeca…) o fabricar bocadillos de verdura con la silueta de un dinosaurio, para aquellos niños que no son tan fanáticos de los vegetales.

Nuestra idea de la alimentación está a punto de cambiar radicalmente. Es lo que piensan en el Laboratorio de Máquinas Creativas de la Universidad de Cornell, en el que están desarrollando un prototipo que puede producir pequeños nuggets con la apariencia de un transbordador espacial.
Y pasteles y galletas que, cuando se muerden o cortan, revelan un mensaje muy especial dentro. Incluso sabrosas hamburguesas hechas de alimentos veganos o crudos, para los no carnívoros. La impresora 3D que desarrollaron utiliza tintas comestibles en estado líquido, así como masa de chocolate fundido, queso y pasta para hacer cookies.

Almorzar en el espacio

La NASA es la que más impulsa esta tecnología y un nuevo paradigma culinario: la agencia espacial estadounidense imagina un futuro en el que los astronautas impriman su comida durante las misiones, o bien, durante la cada vez más cercana aventura de viajar a Marte. Con esto no dependerían de los envíos de víveres desde la Tierra.

Para concretar este objetivo, la NASA contrató a Anjan Contractor, ingeniero de la empresa Systems and Materials Research Corporation de Austin, Texas, para que, con una inversión de 125.000 dólares, desarrolle un nuevo prototipo en 3D que pueda reproducir alimentos. El artefacto estaría compuesto por cartuchos de polvo reemplazables, con una vida útil de treinta años, y combinándolos se podría obtener una amplia gama de platos. Por ejemplo, pizzas compuestas por tres capas de ingredientes nutritivos, aceite y agua, y un sabor muy picante. Este último matiz no es gratuito, ya que en órbita los astronautas pierden un poco el sentido del gusto y reclaman, por tanto, degustar sabores muy fuertes. “Va a ser una revolución total en el terreno de la alimentación”, afirma el ingeniero Anjan Contractor.

Pero más que las nuevas texturas y formas asombrosas que puede adoptar cualquier receta con esta tecnología (como los chocolates personalizados o Mini-you que realiza la compañía británica Rococo, después de escanearlos), muchos de sus futuros usuarios la utilizarán para mantener una figura esbelta.

Creado por científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el prototipo Digital Fabricator consiste en una impresora personal que permite preparar platos con la cantidad exacta de calorías deseada por cada individuo. Con ayuda de una pantalla táctil, se pueden establecer los parámetros energéticos (como el contenido de carbohidratos y grasas) de los preparados comestibles, que se imprimirán capa por capa.

Tecnología en el plato

No es la primera vez que la gastronomía y la ciencia más puntera unen sus fuerzas. La gastronomía molecular (aquella que suma a sus ingredientes tradicionales el nitrógeno líquido y utensilios como las jeringas) dejó su marca, aunque siga siendo un lujo que solo se pueden dar aquellos con el dinero suficiente para desembolsar una fortuna al visitar alguno de los restaurantes de creadores vanguardistas como Ferran Adrià y Nathan Myhrvold.

A pesar de que parezcan mundos aparte, la historia de la alimentación también es, en gran parte, la de la tecnología. Nuestras cocinas deben mucho a la brillantez de la ciencia, y el cocinero que experimenta con recetas no dista mucho del químico en su laboratorio. Las herramientas del chef (tenedores, cuchillos, cacerolas, heladeras, batidoras y muchos más) no aparecen de la nada ni de forma aislada. Tampoco son objetos neutrales. Cambian según el desarrollo del contexto social.

Como dice la historiadora inglesa Bee Wilson en su magnífico libro Consider the fork: a history of how we cook and eat, los inventos en la cocina han modificado a los seres humanos. Han transformado el cómo de esta actividad humana y también el qué. A lo largo de la historia, las mutaciones en los utensilios han ido de la mano de inmensos cambios en la sociedad: influyen en qué comemos, de qué modo lo consumimos y cómo nos sentimos en relación con lo que ingerimos. Por el momento, las impresoras 3D de comida (aunque la mayoría aún son proyectos en desarrollo y confinados a ferias y laboratorios) son el último grito de la moda tecnológica. Sin embargo, es muy probable que cuenten con resistencia episódica, como suele ocurrir con cualquier adelanto que asoma con la promesa de cambiarlo todo.

Y como muestra, tenemos el microondas: según un estudio de mercado británico, el uso más común que se le da a esta invención es únicamente el de recalentar, más que el de cocinar. Y esto es así porque, más allá de sus grandes posibilidades, estos aparatos no tienen algo vital para muchos: la mística o el componente social del fuego. Nadie se sienta alrededor de un microondas a contar historias mientras se va dorando la cena.

Aun así, siguen surgiendo artefactos que nuestros antepasados podrían considerar casi mágicos. La creatividad humana no parece conocer límites. Y seguramente las impresoras de comida, cuando se instalen en nuestros hogares en un futuro no muy lejano, alentarán toda clase de modificaciones en nuestra vida cotidiana. Las más significativas de ellas en los paladares y estómagos.

Hamburguesa para animalistas

En un futuro cercano podría ser posible no tener que sacrificar animales para comerlas. La empresa Modern Meadow está trabajando en un diseño para imprimir carne cruda.

Impresora Foodini

Este modelo permite obtener pasteles y platos de cocina italiana.

La comida del futuro

La NASA pretende que los astronautas se alimenten algún día con pizzas parecidas a esta, pero impresas en lugar de cocinadas.
¿Se venderán en el super? Este tipo de impresoras funcionan con cartuchos que, en vez de tinta, contienen los ingredientes de los platos.

El plato ideal

Uno de los objetivos de Foodini es fabricar una pizza que contenga el número de nutrientes exacto para resultar a la vez saludable y sabrosa.

Manduca perfecta

¿Cómo se consigue? ¿Depende de la creatividad del chef, de la calidad de los ingredientes o de los secretos del cocinero? Estas fueron las preguntas que llevaron a los creativos de IBM a explorar el terreno culinario y convertir a la supercomputadora Watson en un auténtico artista de los fogones.

Creado en 2003, no se trata de un ordenador cualquiera. Puede almacenar términos y relacionarlos hasta un imaginario infinito; además de que es capaz de “entender” el lenguaje humano.

“Hace dos años nos pusimos a debatir sobre si una máquina puede ser creativa”, explica el ingeniero Florian Pinel. Para llevar a Watson a la cocina, sus programadores le suministraron información relacionada con los compuestos volátiles en los alimentos. El análisis de estos materiales demuestra si a nivel molecular una determinada combinación de ingredientes tiene un sabor agradable. Después, con la ayuda del Institute of Culinary Education, de Nueva York, el equipo de IBM “alimentó” a Watson con más de 30.000 recetas. Con todas ellas, la computadora hizo “mezclas” gratas para el paladar, proponiendo recetas como el pudin belga de tocino y el burrito australiano de chocolate. Los creadores de este experimento la han bautizado como “comida cognitiva”. Watson y un par de chefs mostraron las recetas resultantes a los asistentes al South by Southwest, en Austin, Texas. Los comensales podían elegir un tipo de comida, dos o tres ingredientes y la sorpresa o la familiaridad con la que querían su almuerzo.
El ordenador les proponía como resultado hasta 10 combinaciones de cada plato.

¿Pero dónde queda la aportación del chef? “Si el menú necesitara un extra, la máquina lo habría puesto en la receta”, dice, orgulloso, Pinel.

Más de 30 años de vida

Hace tres décadas, el estadounidense Chuck Hull tuvo una idea brillante. Este hombre trabajaba para una empresa que hacía revestimientos para mesas, utilizando para ello luz ultravioleta. En 1983 se le ocurrió un método para imprimir objetos tridimensionales a partir de datos digitales. Lo llamó estereolitografía y lo patentó bajo el número 4.575.330. Sus prototipos, que utilizaban láser con radiación UV para realizar la impresión de los materiales y la adición de las diferentes capas, abrieron las puertas al movimiento maker, que fomenta el cambio en el diseño de productos. El primer objeto que Hull obtuvo fue una taza. Con ella inició una revolución que parece imparable.

Impresora chefjet

1.- Prepara cualquier tipo de postre en tres sencillas etapas.

2.- Se crea un modelo tridimensional del objeto a crear con ayuda del ordenador.

3.- Formar capas Un programa divide el modelo en capas, para que sirva de patrón.

4.- Acabado final. La máquina distribuye una capa de azúcar y la rocía con agua. ¡Y ya está listo!

El futuro será en 4D

Aún no nos hemos adaptado del todo a las impresoras 3D y ya se habla de sus sucesoras: las de la generación 4D. A las dimensiones espaciales ahora se les suma el tiempo. El arquitecto Skylar Tibbits, del MIT, impulsa el desarrollo de una tecnología que puede crear estructuras con la capacidad de transformarse. Es decir, con la habilidad de cambiar de aspecto. “En el futuro podríamos diseñar algo, imprimirlo y que a continuación evolucione por sí solo, en cuanto a imagen y estructura”, afirmó Tibbits. 

1.- Printrbot simple. 219,96 €

2.- One up. 146,46 €

3.- Peachy printer. 73,33 €

4.- Makibox. 146,46 €

5.- Foodini. 953,29 €