Podremos tenerlos en casa para ayudarnos con las tareas de limpieza, e incluso con la educación de nuestros hijos. También tendrán trabajo en las granjas, y serán quienes construyan nuestras casas. “En Japón ya está muy robotizada la construcción”, cuenta Armada. En las fábricas serán mucho más eficientes que los actuales, y capaces de solucionar problemas. Y todo esto, trabajando las 24 horas. De hacerse realidad las predicciones del Instituto de Prospección Tecnológica, la incorporación de robots evitará también la exposición de los trabajadores a ambientes peligrosos o estresantes, y acabará con los accidentes laborales. Según Armada: “Incluso se utilizarán en el rescate de personas en si­tuaciones de desastre natural. Podrán buscar supervivientes y rescatarlos sin arriesgar la vida de los equipos de emergencias”.

Por eso, definitivamente son y serán una gran fuerza laboral en el futuro. Según Ángel López: “Los robots son ya parte de las plantillas del presente, y conforme sean más competitivos en precio, serán más rentables, y pueden llegar a convertirse en la nueva inmigración para el futuro”.

Aunque no solo realizarán este tipo de trabajos peligrosos. También harán otras labores más valoradas, y no tardarán mucho en ser quienes nos atiendan en el ambulatorio cuando lleguemos a consulta. Incluso podrán sustituir a los propios científicos. Recientemente, Science publicó un experimento realizado por Adán, un robot que ha hecho una investigación sobre qué genes de la levadura sintetizan las enzimas responsables de la catalización de ciertas reacciones bioquímicas.

Sea como fuere, puede que la entrada de robots en el mercado laboral cause recelos, pero, como sucedió con la reconversión industrial, “se producirá una reorganización general y acabaremos por aceptarlos”, apunta el estudio de López. Pero según los expertos, la posesión o no de esta tecnología producirá un nuevo desequilibrio social.

Compañeros de metal

“A largo plazo, la tecnología será un elemento estratégico para la supervivencia de la especie humana y de la conquista de unos grupos sobre otros. Por eso, la pregunta ahora es ¿cómo se van a organizar? ¿Va a haber unas sociedades más robotizadas que otras, que den lugar a nuevas desigualdades económicas y militares, o vamos a aprovechar esta nueva oportunidad para hacer una sociedad más equitativa? Los expertos aseguran que se integrará como el modelo actual. “No se va a implantar para mejorar el entorno laboral”, asegura López. Otro gran hito a tener en cuenta será la convergencia que tendrá lugar entre la robótica y la genética.

“Se producirá una hibridación hombre-máquina que supondrá un nuevo salto en la historia. Nos adaptaremos cambiando no solo nuestro entorno, sino a nosotros mismos”, comenta López. Los expertos, además, llevan tiempo vaticinando la incorporación paulatina de las máquinas a nuestro cuerpo, en forma de nanorrobots que nos “limpien” las venas y, por ejemplo, rótulas robotizadas para acabar con una lesión. También un progresivo aumento de mejoras genéticas.

“No vamos a mejorar el planeta, sino que nos vamos a mejorar a nosotros mismos. Por ejemplo, si queremos ir al espacio, modificaremos nuestro cuerpo para poder sobrevivir en condiciones adversas”, termina López.
Todo esto plantea una gran cantidad de debates éticos: ¿cómo vamos a afrontar todos estos cambios en la tecnología y en nuestra vida?

Una nueva moral

Como dice Sergio Morello, ingeniero y divulgador científico especializado en robótica: “Todo avance es percibido de forma ambivalente: como sublime y, a la vez, nefasto; como maravilloso y, al mismo tiempo, monstruoso. Esto no hace más que revelar las contradicciones intrínsecas de una sociedad escindida entre los tecnófilos y los tecnófobos, entre los que se ufanan por los beneficios que puede brindar el poder tecnológico y los que temen el daño irreparable que puede acarrear su utilización descontrolada”. Y es que esta dicotomía está presente en las investigaciones de reconocidos científicos. Hay desde posturas que defienden una posición optimista que habla de los beneficios para la humanidad derivados de la convergencia entre genética, nanotecnología y robótica, como la que defiende Ray Kurzweil, hasta las que insisten en la imposibilidad de controlar el cambio tecnológico y sus efectos negativos, planteando una pregunta fundamental: si llegamos a tener máquinas más inteligentes que nosotros, ¿aprenderán también lo malo?

El especialista en ética Wendell Wallach y el filósofo Colin Allen han realizado un arduo trabajo titulado y lo que está mal La moral de las máquinas: Enseñar a los robots lo que está bien( Moral Machines: Teaching Robots Right from Wrong), en el que se preguntan: ¿los robots pueden tener conciencia? Y si es así, ¿cómo deben proceder los ingenieros para diseñarla?

Con la creciente influencia de los robots en nuestra vida y su uso cada vez más generalizado como armas de guerra (véase el recuadro), parece pertinente crear unas normas por las que se rijan estas máquinas. La propuesta de Wallach y Allen a este problema es dotar a los robots de “subrutinas éticas” (parafraseando a Star Trek) y crear “agentes morales” artificiales. En realidad, se trata de incorporarles una moral idéntica a la humana. Sin embargo, ellos mismos aseguran que todavía es difícil conseguir que reaccionen ante un dilema moral.

Ramón Galán, experto en robótica de la Escuela Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid, asegura: “En la medida en que construyamos sistemas con una capacidad para aprender estructurada y ciertos grados de libertad, conseguiremos que realicen labores más complejas”. Pero ¿y si esa libertad se vuelve contra nosotros?

El besucón

“Un robot enamorado captura a una mujer en un laboratorio”, titulaba un diario español en marzo. El agresor era Kenji, un humanoide desarrollado en Japón por el Instituto Akimu de Investigación Robótica de Toshiba y que estaba programado para emular sentimientos humanos; entre ellos, el amor. La víctima era una técnico de laboratorio a la que había asediado y abrazado durante horas enteras y a la que no dejaba salir de la estancia. Al final, parece que habían tenido que apagar a Kenji, porque “al encenderlo, de nuevo el robot volvía a las andadas y se abalanzaba hacia la persona que estuviera más cerca, para colmarla, eso sí, de abrazos, mimos y atenciones cibernéticas”, terminaba la noticia.

Investigué esta información y descubrí que no era más que una falsa noticia de esas que pululan por internet a menudo, y que no existían el supuesto instituto de Toshiba ni los científicos a los que se aludía. De hecho, tras mu­chas vueltas, todo llevaba a muckflash.com, una web de dudosa solvencia. Además, la foto que ilustraba todos los ecos de la misma no era sino Ri-man, un robot japonés capaz de transportar personas en brazos y que está siendo utilizado en el país nipón para asistir a mayores. Pero aunque aún no sea cierto, sí lo es que existen robots dotados de emociones.

Las máquinas lloran

Heart es un robot con corazón. Este ser artificial crea­do por la Universidad de West of England en Bristol (Reino Unido) ha sido diseñado para reacccionar al trato humano como si tuviera sentimientos. Lo más destacable en su cuerpecito blanco es un corazón que late al contacto con nosotros y su respiración, que también se acelera ante nuestras caricias. ¿Pero tiene realmente emociones?

Ramón Galán y su equipo de la Universidad Politécnica de Madrid también han creado un robot dotado de emociones; se llama Urbano y es guía de exposiciones como profesión. “Reacciona ante estímulos externos igual que nosotros. Aunque no exactamente igual que un ser humano. Hay una serie de estímulos externos a los que es sensible, que producen variaciones en sus emociones, y estas se traducen en comportamientos distintos. Por ejemplo, si yo le insulto antes de empezar una visita guiada, ese estímulo provocará en él una reacción en su estado de ira (tiene registrado cómo ha de ser su nivel de enfado dependiendo del insulto que le propines). Además, en consecuencia, te enseñará la exposición más deprisa y con menos información. Cumplirá con su trabajo, pero con desgana”. Como tu harías el tuyo si tu jefe te insultase.

Pero el equipo de Galán está trabajando para que Urbano no reaccione solamente ante los estímulos que tiene programados previamente y de forma fija, sino que sea capaz de aprender.

“Pretendemos que cuando Urbano escuche, por ejemplo, una nueva palabra, consulte en Google la información contenida en este navegador sobre esa palabra y la asimile, es decir, que aprenda ese insulto y sea capaz de relacionarlo y aplicar el nivel de ira correcto. Como es difícil cuantificar la proporción insulto-ira, utilizamos relaciones cualitativas ‘alta’, ‘baja’, ‘normal’… que definen la gravedad del insulto y el incremento de la ira. Esto es lo que llamamos lógica borrosa. Esta lógica se usa para muchas cosas, y no solo en robótica: tu lavadora inteligente la usa, por ejemplo”, asegura Galán.

Redacción QUO