Es el alma de Desafío extremo, programa con el que triunfa en Cuatro TV. Hace pocos días había viajado a Islandia para realizar uno de sus programas cuando les sorprendió la erupción y los deshielos. Así que Jesús Calleja y su equipo tuvieron que ser rescatados (previo pago) de la zona. Aunque siguen por allí tomando imágenes.

Este leonés de 45 años, al que entrevistamos recientemente, se confiesa más feliz desde que se juega la vida. Alpinista y escalador, fue guía de montaña en Nepal durante 16 años. Ha culminado los picos más altos de cada continente: Elbrus, Everest, Pirámide de Carstensz, McKinley, Vinson y Aconcagua.

Fuimos a León a entrevistarle y, según entró por la puerta del set de fotografía, espetó: «Que sepáis que soy el fan número uno de Quo. Me la llevo a todas las expediciones, y los sherpas me la quitan porque les flipan las fotos, ¡sobre todo las de las chicas!, que no acostumbran a ver». Y arrancamos:

P. ¿A qué te dedicabas antes del programa Desafío extremo?

J.C. He cambiado mucho de negocio, porque siempre he sido inquieto y porque quería costearme los viajes de aventura, que son mi pasión. Comencé trabajando de guía para una empresa que llevaba clientes a escalar en Patagonia y el Himalaya, sobre todo. Normalmente eran seismiles. Profesionalmente, me dedico a eso desde 2003.

P.¿Has cambiado tu modo de reaccionar ante los problemas cotidianos desde que te dedicas a la supervivencia?

J.C. Para empezar, tu vida normal de «me voy a casa, tengo agua caliente, me ducho, cocino con un microondas, duermo en un colchón y me despierta un despertador…» desaparece. Ahora, mi despertador es el sol, me voy a la cama cuando atardece –que, dependiendo de dónde esté, son las 5 o las 6– y, a veces, paso hasta dos meses sin ducharme, como me ocurrió en el Everest. También tienes que habituarte a la dieta local. He estado semanas comiendo arroz y lentejas.

P.Y cuando vuelves…

J.C. Me pongo ciego de todo. Cuanta más grasa, mejor se pasa (se ríe). Me pego una sobada en la cama que en vez de ponerme a la larga, me pongo atravesado, solo por fastidiar… Esas cosas cotidianas se me convierten en placeres.

P.Con la resistencia psicológica que has desarrollado, los problemas personales los afrontarás muy bien, ¿no?

J.C. Todo tiene mucha menos importancia. Aquí le damos demasiado valor al día a día, y nos obsesiona generar pasta para comprar cosas. Y eso te da muchos más disgustos que placeres. Yo ya tengo otra óptica; he aprendido a vivir con simpleza. No necesito nada, lo que antes era un problema ya no existe. Los problemas son la enfermedad y la muerte, pero el resto se soluciona. Yo lo veo todo con humor: ahora mi vida es 70% satisfacción y 30% incomodidad con lo que haces, y antes era al revés.

P.¿Uno lleva dentro un animal que logra adaptarse deprisa a situaciones límite?

J.C. Siempre hay casos en los que te impresionas, pero te sobrepones. Por ejemplo, cuando me dejó un helicóptero en mitad del Ártico y tenía que caminar para llegar al Polo Norte, con 90 kilos de trineo, me sacudió un frío de 35ºC bajo cero y 100% de humedad: se me helaron las pestañas en el acto, se me heló la cabeza, se me pegó la ropa a la piel, porque el sudor se heló. Me quedé tan impactado que me dije: «Es imposible que yo pueda soportar esto, me voy a morir hoy». Sin embargo, estuvimos un mes de travesía. El cuerpo es tan duro que es muy difícil morirse. He expuesto el cuerpo a límites físicos de altitud, temperatura, esfuerzo…, que los médicos dicen que son imposibles de aguantar, y no me he muerto.

P.¿Cuál es el peligro que mejor has sorteado gracias al puro instinto?

J.C. Un día que estaba en el campo 1 del Everest, en la tienda de campaña. Me levanté porque algo pasaba, yo no estaba cómodo allí, y decidí recoger y volver hacia atrás, en vez de seguir subiendo. A los diez minutos, se produjo una de las mayores avalanchas que ha habido allí. Hubo más de veinte heridos y el campo quedó destrozado. Yo estoy vivo por diez minutos de instinto. Tu cerebro es capaz de pensar la solución a la misma velocidad a la que ocurren acontecimientos extraordinarios.

P.¿Cuál es el mayor artilugio que has improvisado?

J.C. Cuando estaba en el Rally de los Faraones, me perdí, me fui a muchísimos kilómetros de la ruta indicada. No tenía agua, así que puse una bolsa de plástico con una piedra atada para que la poca humedad del desierto se condensase allí y cayera en la cantimplora. Cuando se me acabó, estaba ya hasta mirando el agua del radiador de la moto, por si acaso. Finalmente, me lanzaron un kit de supervivencia desde un helicóptero.

P.¿Qué te salva antes la vida: el instinto o el conocimiento?

J.C. El instinto, siempre el instinto. Pero para tenerlo es necesario tener conocimiento y estar curtido. Tú sabes que, en medio de una montaña, si te quedas parado, te vas a quedar helado. Tu sudor es lo primero que se va a helar. Y te vas a morir. Saberlo estimula tu mente para lograr una salida lógica, como hacer una cueva en la nieve, o encontrar un resguardo a sotavento… La combinación de ambas cosas hace que agilices tu espíritu de supervivencia.

P.Dime algo que no te atreverías nunca a hacer.

J.C. Creo que nada. Lo que me proponen, lo intento. El programa se llama Desafío extremo porque mi vida es extrema. Ahora voy a bucear en el Ártico. Es el buceo más difícil que existe, y creí que nunca lo haría. Si tienes metida la aventura hasta el último poro, lo pruebas todo.

Los cuentos de Calleja

  • En Canadá nos sorprendió una tormenta catabática, que son las más duras, con vientos de 150 ó 200 km/h, con las temperaturas cayendo por momentos. Tuvimos que desarmar el trineo y utilizar las tablas como parapeto, y coger las lonas para envolvernos en ellas. Así estuvimos mi compañero y yo 48 horas, con la ropa abierta y pegados el uno al otro, para intercambiar calor. Si no, en 15 minutos pierdes los dedos, porque la sangre no es capaz de calentar las extremidades.
  • En la cima del McKinley nos pillaron esas corrientes a chorro que llamamos «el hongo». Improvisamos una cueva, excavando, para protegernos de los 40ºC bajo cero. Renovábamos el aire por una pequeña abertura, pero con cuidado: había vientos de 150 kilómetros por hora.
  • En el Lhotse, durante una tormenta brutal, nos quitamos la ropa el sherpa y yo, y nos pegamos para mantener el calor, a pesar de que le «chirufaban» los pies que te mataba.

AQUÍ ABAJO tienes algunos trucos de supervivencia de nuestro dossier.

Redacción QUO