Si piensas que las mujeres y los hombres son distintos por naturaleza, y están destinados a no entenderse, quizá tengas que revisar tus ideas

Las mujeres son más sensibles y los hombres más racionales. Las mujeres son sociables y los hombres solitarios. Las mujeres no saben leer mapas y los hombres no saben poner la lavadora.

¿Ya está bien, no?

“Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus” es el libro del psicólogo norteamericano John Gray, escrito en 1992, y que sintetiza perfectamente la concepción del ser humano que aún hoy se tiene desde diversas ciencias y saberes populares: somos de planetas diferentes. La idea es atractiva, pero no se sostiene.

La obra de Gray sirvió para dejar en el saber colectivo una versión radical de algo llamado la teoría del dimorfismo sexual. Según esta teoría, las supuestas diferencias entre mujeres y hombres tienen una base biológica, y esto los convierte en extraterrestres que a duras penas pueden entenderse entre sí. No solo esto, sino que también necesitan de todo tipo de guías y estrategias para poder relacionarse de forma fluida.

¿Qué es el dimorfismo sexual?

La teoría del dimorfismo sexual se desarrolló a lo largo del siglo XIX y describe las diferencias biológicas entre machos y hembras de las diversas especies animales: tamaño, peso, color y otros atributos.

Según la teoría dimorfica existen caracteres sexuales primarios (con las que se nace, como el pene o la vulva) y secundarios (que se desarrollan más adelante, como el pelo o los cuernos). Estos caracteres sexuales son propios de machos o hembras y los distinguen entre sí.

Esto permite discernir si un animal concreto es macho o hembra, por ejemplo, mirando a sus genitales, o bien su plumaje, sus cuernos o su tamaño. Es lo que permite a los sexadores de pollos hacer su trabajo.

Sin embargo, la misma teoría admite que existen sujetos de muchas especies animales que tienen características de ambos sexos, un estado conocido como polimorfismo sexual. Pero esto no siempre se ha aplicado a las personas.

La teoría del dimorfismo sexual aplicada a la especie humana llegó a su máxima expresión con el libro «Sex Antagonism» del endocrinólogo británico Walter Heape, de 1913. Heape, 79 años antes de que Gray hablara de Marte y Venus, teoriza sobre las diferencias de carácter y comportamiento entre hombres y mujeres basándose en las diferencias hormonales. Asume que los sexos han sufrido evoluciones divergentes que los llevan a tener intereses y formas de vida tan diferentes que en cierta medida los convierte en antagónicos.

Cuando las diferencias no están tan claras

Al comienzo del siglo XX, determinados sexólogos como Havelock Ellis llegaron a la conclusión de que los procesos de sexación (discernimiento sexual) en los seres humanos eran más complejos que en otras especies. Esto lleva a diversas teorías que intentan explicarlo.

Entre los más destacados teóricos se encuentra el médico alemán Magnus Hirschfeld con su teoría de la “intersexualidad humana” (que aunque tiene el mismo nombre, no tiene que ver con la intersexualidad clínica, por ejemplo, cuando hay genitales ambiguos) y al ya citado Ellis con su noción del “Continuo de los sexos”.

En su obra monumental «Studies in the Psychology of Sex», Ellis explica claramente la idea de ese continuo, tras recopilar exhaustivamente las historias clínicas de sus pacientes. La conclusión es que en la especie humana, usar dos tipos de caracteres sexuales, primarios y secundarios, es claramente insuficiente.

Ellis añade una tercera categoría de caracteres sexuales en los seres humanos, que incluiría los usos, costumbres, roles y demás elementos culturales antes asociados a uno u otro sexo en la teoría dimórfica. Además, da cuenta de como todos estos caracteres, sean tanto los primarios, como los secundarios o terciarios, no son exclusivos de machos o hembras sino que son intercambiables y compartidos en un grado u otro.

Un estudio en el que participaron más de 13.000 personas en 2013 se estudiaron las principales características o tendencias psicológicas de los sujetos, incluidos los cinco grandes rasgos de la personalidad, y otros como el deseo de sexo casual. La conclusión fue que no había diferencia significativa entre hombres y mujeres en la gran mayoría de los rasgos de personalidad y preferencias.

Mientras que la cultura popular sigue llena de mensajes que atribuyen características sociales y origen “natural” a los comportamientos y formas de estar únicamente como mujeres y hombres, la ciencia cada día tiene mas claro que estas diferencias no son tanto producto de biologías divergentes, sino de cuestiones ambientales y educativas.

No se trata de la falsa dicotomía entre lo natural y lo cultural, sino de que esos factores ambientales y educativos nos influyen a todos los niveles: biológicos, neuronales, gonadales, genéticos, psicológicos, sociológicos, emocionales, culturales, simbólicos, y todos ellos son parte de la compleja naturaleza humana.

Somos un mosaico sexual

En 2019, Daphna Joel, profesora de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Tel Aviv, publicó su libro «Gender Mosaic» en el que analiza diversos estudios, tanto del campo de la neurociencia como de otros ámbitos relacionados, con las supuestas diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres.

En su trabajo, Joel explica que la idea de “cerebro de hombre” y “cerebro de mujer” es errónea desde el punto de vista científico. Los cerebros humanos comparten diversas características diferentes entre sí, de tal manera que forman lo que ella denomina un “mosaico de género”.

Este mosaico no solo existe a nivel neurológico, sino también endocrinológico. Todo cerebro humano tiene una combinación única de características consideradas tradicionalmente propias de un sexo u otro, y cada sujeto tiene además una distribución única de de hormonas.

Estos dos datos echan por tierra toda teoría que da un origen supuestamente biológico a las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres. La ciencia de la sexologia lleva cien años diciéndolo: somos sujetos que compartimos más parecidos que diferencias, además estas diferencias son graduales y estadísticas, no esenciales.

Ni ellos son de Marte, ni ellas de Venus. Todos los seres humanos somos del mismo planeta y aquello que parece hacernos diferentes tiene más que ver con nuestra crianza y educación (pero no únicamente en ese ámbito) que con la biología.

REFERENCIAS

Fausto-Sterling, Anne. Cuerpos Sexuados. Editorial Melusina, Madrid, 2006.

Joel, Daphna. y Vikhanski, Luba. Mosaico de Género. Editorial Kairos, Barcelona, 2020.

Imagen de Annie Hara en Pixabay