Hace siete millones de años tuvo lugar un acontecimiento único. Nació la hembra de una especie nueva que inició un linaje que llega hasta hoy, Homo sapiens. Este es el relato más apasionante del mundo.

África. Démonos un tiempo para viajar siete millones  de años atrás.  Fue entonces y allí cuando surgió una especie nueva que nos separó para siempre de los chimpancés y los otros Grandes Simios.

De esa especie que aún jugaba y anidaba las ramas de los árboles, de la que no hay rastro, ni siquiera una huella en la lava de un volcán, surgieron numerosas especies de homínidas. Todas ellas se extinguieron, se desvanecieron en átomos dispersos en algún momento, por alguna inexplicada razón, a lo largo de millones de años, a excepción de una, Homo sapiens, nuestra especie.

De las habitantes de aquel mundo original apenas queda nada. Es posible que jamás se encuentren restos tan antiguos.

El vacío ocupa varios millones de años con algunos hallazgos menudos como Ardi, la “primera en andar por el suelo” que vivió en Etiopía hace 4,4 millones de años, la primera primate bípeda, quizá descendiente de Orrorín y quizá, o no, una hembra curiosa y ágil  de nuestro linaje.

Ilustración de Ardi, nombre de catálogo ARA-VP-6/500. Es el sobrenombre dado al esqueleto de una hembra perteneciente a la especie Ardipithecus ramidus, probablemente una hominina que vivió durante el Plioceno, hace unos 4,4 millones de años.

Después de Ardi, de nuevo, nada. Un millón de años más, vacíos en el discurso de los orígenes de nuestra especie. Nada, hasta Lucy.

Lucy, primero conocida como Deneknesh,  en el idioma amárico de Etiopía significa “eres maravillosa”.

Lucy es la mujer más famosa e importante en el árbol de la evolución humana. Pertenece a una especie a la que han nombrado como Australophitecus afarensis y su esqueleto muestra una particularidad propia de los nuestros, podía caminar erguida. Sus restos están guardados como un tesoro en un museo de Etiopía.

Lucy medía 1,1 metros más o menos, y pesaba 28 kg.

Lucy es lo poco que tenemos para observar cómo fueron las primeras mujeres del mundo.

Lucy vivió 20 años, tuvo al menos una hija y murió al caer desde una altura de más de 12 metros. Falleció en el acto. La hipótesis principal es que cayó desde un árbol. Lucy es lo poco que tenemos para observar cómo fueron las primeras mujeres del mundo.

Después de Lucy, se han encontrado restos fósiles de mujeres de otras especies de homininas. El origen de la humanidad no se explica sin ellas.

La Sra. Ples, una sudafricana imprescindible

Una hembra de la especie Australopithecus africanus de hace 2.5 millones de años. La Sra. Ples caminada erguida, era vegetariana, y aún alternaba la vida a pie con nidos en los árboles.

Realmente lo que queda de la señora Ples es un cráneo desdentado, uno de los cráneos más famosos del mundo.

El cráneo de la señora Ples

Es uno de los muchos casos en los que aún se discute si realmente es mujer, una de las muchas incógnitas que posiblemente no lleguen a resolverse nunca. Es muy complejo determina el sexo a partir de restos fósiles, a no ser que se encuentre la pelvis, que marca diferencias, o que el ADN hable.

Muchos fósiles de la especie de la señora Ples se han encontrado en el área de Sterkfontein, en lo que se ha denominado la Cuna de la Humanidad, unos 70 km al sudoeste de Pretoria.

En 2004, fue votada como la persona nº 95 del ranking de los 100 sudafricanos más relevantes de la historia.

KNM-ER 1808, los cuidados

Vivió en el lago Turkana, en Kenia, y podría ser una de las nuestras. Una hembra de hace 1,7 millones de años de H. habilis. Tiene una estructura corporal moderna y sus huesos estaban afectados por vitaminosis A, algo que ocurre con la ingesta de hígado de mamíferos, o por un menú cargado en larvas de abeja.

En los tiempos de KNM-ER las homínidas del Pleistoceno, hace 2 millones de años, se adaptaron a ecosistemas muy diversos, desde ríos a bosques, estepas o palmerales y aprendieron a desenvolverse en paisajes donde eran habituales los incendios naturales y las erupciones volcánicas.

Y salieron de África. Distintas especies muy similares a la nuestra avanzaron hacia el norte, hacia el este, y llegaron a oriente.

Avanzaban, de un lugar a otro del mundo, encontrándose a veces, luchando quizá por la misma tierra, sin duda mezclándose entre ellas dando lugar a niñas híbridas que crearon nuevas familias.

En el Pleistoceno tardío, Eurasia estaba habitada por al menos cuatro especies humanas diferentes: sapiens, neandertales, denisovanos y una cuarta población que aún es una incógnita.

Las excavaciones y los análisis de ADN están revelando que estas cuatro especies no solo habitaron en los mismos lugares, sino que incluso llegaron a tener descendencia común, mezclando sus genes y embrollando la comprensión que tenemos de nuestros orígenes.

Atapuerca en Burgos, el Sidrón en Asturias, la isla de flores en Indonesia, Siberia, China… Sapiens, prenenadertales. Las mujeres denisovanas se aventuraban por toda Europa de punta a punta, llegando incluso hasta la actual Mongolia hace 400.000 años.

La chica de la Gran Dolina

La Chica de la Gran Dolina seguramente tenía una estatura y unas proporciones corporales parecidas a las de una chica actual de su edad, aunque es posible que se hubiera desarrollado antes.

Aún no se sabe mucho sobre cómo era su vida hace más de 800.000 años, pero sí se conoce cómo terminó su historia. Todos los restos humanos de Homo antecessor, su especie, hallados en el nivel TD6 de Gran Dolina, incluidos los suyos, muestran claras evidencias de canibalismo, probablemente fruto de un enfrentamiento entre grupos rivales. A la Chica de la Gran Dolina, muy probablemente se la comieron. Nadie creyó nunca que el mundo original fuera un paraíso.

A medida que el conocimiento avanza, resulta paradójicamente más difícil hallar certezas. En astrofísica se debate el Big Bang o la materia oscura, en paleoantropología hay cientos de hogueras encendidas, acalorados debates sobre si Homo antecessor, la especie de la Chica de la Gran Dolina, es o no una especie distinta a las familias de Homo erectus como KNM-ER, la recolectora de larvas de abeja.

El consenso apunta a que las Homo antecessor son tatarabuelas de H. heildebergensis, entre cuyos hallazgos está Benjamina, la niña más querida de Atapuerca, de hace 500.000 años.

Por el análisis de su cráneo se sabe que Benjamina sufría una enfermedad congénita que le impedía caminar con normalidad. Debieron cuidar de ella para que llegara a los 10 años. Su caso se exhibe como ejemplo de que aquellas primeras comunidades se ocupaban de los débiles, y que lo hacían en grupo. Siguiendo esa línea de mujer en mujer, herederas de la estirpe de Benjamina, son las neandertales.

Las últimas compañeras de la especie humana, las mujeres neandertales, poblaron Europa del Mediterráneo a Siberia, durante 200.000 años, un periodo de tiempo inmenso.

Eran mujeres robustas, de piel blanca y cabello entre rubio y rojizo. Participaban de la caza mayor tanto como los hombres, una caza al encuentro, con lanzas que sujetaban con su propio cuerpo. Hablaban como nosotras, conocían hierbas medicinales, curtían la piel de los animales para darse abrigo, cuidaban de los débiles y enfermos.

Llevamos en nuestro ADN genes de esas mujeres, porque nuestra especie se hibridó con los neandertales antes de que ellos se extinguieran para siempre, hace 40.000 años.

Nuestra especie, las sapiens

El ADN cuenta que la EVA mitocondrial, la primera mujer de la que descendemos todas y todos los humanos vivos hoy, vivió en África hace 200.000 años.

Sobre los restos fósiles más antiguos de las nuestras hay aún una enorme discusión. Quizá son los que han encontrado en Marruecos, quizá los de Grecia, quizá los de Qafzeh (norte de Israel), donde se han encontrado restos de hace 90.000 años asignados a nuestra especie.

Un cerebro único: la trascendencia, la muerte, los dioses y el arte

Las H. sapiens dan lugar a un nuevo universo, el creado por una mente única capaz de imaginar, de creer, capaz de darle importancia a la vida después de la muerte.

Son numerosos los enterramientos con signos rituales a lo largo y ancho del planeta. Uno de los más estremecedores ocurrió en Israel.

En Qafzeh (Jebel Qafzeh, Baja Galilea, Israel)  se descubrieron los restos de un enterramiento de una mujer y un niño de nuestra especie.

Tienen una antigüedad de 80 000-120 000 años. Con ellos se encontraron conchas marinas perforadas que se habrían usado como cuentas y alimento.

Hasta la fecha, es la única doble inhumación conocida de todo el registro del Paleolítico Medio.

QAFZEH 9, Y QAFZEH 10. Posiblemente una mujer joven y su hijo de hace 90.000 años.

Son  las mujeres de una especie singular, extraordinariamente social, capaces de avanzar en grupo a la conquista del mundo generación tras generación. Las primeras que miraron el cielo y pensaron que las estrellas eran algo más que puntos de luz. Las primeras que pensaron en el futuro y en un mundo más allá de la muerte.

Los restos fósiles de las mujeres de nuestra especie aparecen masivamente desde hace “tan solo” 40.000 años, más o menos en el mismo momento en el que se extinguieron las neandertales, las últimas compañeras de viaje.

Luchando en un terreno tremendamente peligroso, usando nuestros increíbles cerebros para proteger y alimentar a nuestros hijos. Para sobrevivir y prosperar, como cualquier otra especie. (Imagen Tom Björklund)

Y, a partir de ese momento, mujeres muy parecidas a nosotras  tallaron figuras, Venus paleolíticas que quizá fueron sus retratos en piedra, fabricaron sofisticadas herramientas, la primera tecnología, para hacer cuencos en los que beber de un modo más sencillo,  cazaron y despiezaron ciervos y jabalís, trabajaron las pieles, el barro para hacer biberones con los que alimentar a las primeras niñas del mundo, inventaron canciones, bailaron la primera música que supieron hacer con flautas construidas con huesos de hienas y caracolas marinas, y dejaron en las paredes de las grutas que habitaron el diario de sus días en el mundo.

La apicultora de la Cueva de la Araña, en Valencia. Tiene entre 9.000 y 6.000 años de antigüedad.

Lola, una niña de hace 6000 años

Investigadores de la Universidad de Copenhague consiguieron extraer un genoma humano antiguo completo de un campo de abedul de 5.700 años de antigüedad. Alguien mascó la brea de ese abedul como si fuera un chicle. Fue una niña, a la que han llamado Lola.
Los  resultados de la investigación se publicaron en la revista científica Nature Communications el 17 de diciembre de 2019.

Lola, Lucy, Ardi, La señora Ples… Todas ellas viven de algún modo en el ADN y el pulso de todas y cada una de las Homo sapiens que hoy poblamos el planeta.

La imagen es la reconstrucción artística de aquella niña, a la que han llamado Lola. Crédito: Ilustración de Tom Björklund.