Manuel Gómez Pallarés, Universidad de Valladolid

El 29 de septiembre fue el primer Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, establecido por la FAO en 2019, cuyo objetivo es que la población tome conciencia de este grave problema. Tanto la Unión Europea como el Gobierno de España también han realizado acciones de concienciación y creado estrategias y páginas web, pero el consumidor apenas las conoce.

Un tercio de la producción mundial de alimentos se desperdicia. Este malgaste se produce en toda la cadena alimentaria, desde el campo hasta los hogares, pasando por las fábricas, la distribución y la hostelería.

El coste de producir comida es muy alto, tanto en dinero como en recursos humanos y naturales, como suelo, agua y energía. Por eso, genera un gran impacto ambiental. Aunque nosotros podamos permitirnos el desperdicio, el planeta no puede. Al menos, a medio y largo plazo.

Las frutas y verduras son los productos más desechados en la distribución, seguidos por el pan y similares. Un estudio sueco demostró que los desperdicios cárnicos y los de panadería son los que presentan una mayor huella medioambiental.

Esta realidad está incrementando la presión por las prácticas sostenibles y la reducción del desperdicio alimentario. Pero las medidas a tomar deben ser distintas según hablemos de las industrias, la distribución o los hogares.

En los hogares: concienciación

La medida más importante para reducir el desperdicio en los hogares es la concienciación. Parece que, tras pasar unas décadas de penurias económicas, donde no se podía desperdiciar nada, el hecho de aprovechar toda la comida nos parece de pobres.

Curiosamente, son las clases medias las que más desperdician, no las más altas, más concienciadas y con un mayor nivel educativo. Además de concienciar a la población sobre la necesidad de reducir el desperdicio alimentario, hay que educarla sobre como conservar los alimentos (en este artículo abordábamos la mejor forma de conservar el pan), o sobre las diferencias entre las fechas de caducidad y de consumo preferente.

Un producto que alcanza su fecha de consumo preferente no debe desecharse, ya que en la mayoría de los casos estará igual que recién comprado. En otros solo percibiremos algunos cambios mínimos en sabores o texturas, sin que exista riesgo para nuestra salud. También es conveniente una buena concienciación y educación para planificar las compras y así reducir las innecesarias.

En el caso de que un producto se haya estropeado, como el pan endurecido, hay muchas posibilidades para reutilizarlo.

Otra medida para reducir el desperdicio alimentario se basa en aplicaciones que nos muestran recetas con los productos próximos a caducar. El gobierno alemán lanzó una con recetas sencillas de pocos ingredientes, fáciles de tener en casa. Ahora ha transformado esta iniciativa en una web con consejos y recomendaciones.

Frutas y verduras descartadas en un contenedor.
Wikimedia Commons, CC BY

En los supermercados: ofertas

Entre las medidas que puede tomar la distribución están las ofertas de última hora. Es decir, ofrecer a precios reducidos aquellos productos que vayan a caducar o alcanzar la fecha de consumo preferente, o las comidas elaboradas y no consumidas en el día.

En este sentido, la aplicación To Good to Go (demasiado bueno para desperdiciarse) ha supuesto una pequeña revolución. Pone en contacto a los consumidores con establecimientos que ofertan este tipo de productos. De esta manera, el consumidor obtiene un pack de productos a precios muy reducidos y el establecimiento reduce el desperdicio y obtiene un beneficio por estos productos.

La aplicación está operativa en varios países, y debido a su éxito ya han aparecido otras iniciativas similares.

Otra propuesta de gran interés es la creación de restaurantes que se nutren de productos que van a caducar. Los platos cambian cada día en función de los productos que reciben. Tanto los locales como el servicio y la calidad no tienen nada que envidiar a un restaurante normal, y los clientes suelen acudir por la concienciación que tienen sobre la necesidad de aportar algo en este proceso.

Uno de los casos de éxito más conocidos en este sentido es un restaurante sueco de la cadena K-markt. En España, grandes chefs han participado en algunas acciones puntuales y en la grabación de recetas, pero no hay ejemplos similares, de momento.

En la industria: reutilización

Otra de las propuestas para reducir el desperdicio alimentario consiste en reutilizar estos desperdicios para elaborar nuevos productos. Es algo similar a lo de cocinar con sobras, pero llevado a la industria.

Por ejemplo, una empresa británica (Toast Ale) aprovecha los restos de pan para elaborar cerveza. Esta idea ha sido imitada por otras empresas cerveceras del mundo.

Si vamos un paso más allá, una compañía panadera austriaca ha montado una pequeña destilería para aprovechar los panes desechados para elaborar destilados alcohólicos. Incluso se ha creado una asociación mundial formada por empresas que comparten esta filosofía. La Asociación de alimentos reciclados tiene cerca de 100 miembros que se dedican a elaborar nuevos productos a partir de alimentos desechados.

Entre estos miembros hay algunos que elaboran snacks y barritas de cereales a partir de desechos de la industria cervecera, como ReGrained; empresas que aprovechan plátanos reciclados, como Barnana; restos de granos de café; o vegetales con mal aspecto.

De momento no hay ninguna empresa española tan asentada, pero ya hay alguna iniciativa en estudio que contempla el uso de pan desechado para la elaboración de cerveza.

Leyes antiguas que toca renovar

Para potenciar estas iniciativas también es necesario que la administración las favorezca. Para ello, debe estudiar cómo eliminar algunos impedimentos legales para la posible reutilización de los alimentos desechados.

En muchas ocasiones son leyes antiguas que se crearon en épocas de escasez, con el objetivo de evitar fraudes. Las necesidades han cambiado. A su vez, campañas institucionales que mejoren la concienciación de los ciudadanos también pueden aumentar el éxito de las iniciativas.

Por último, faltan sellos de garantía que sean conocidos por parte de los consumidores –y creíbles– sobre la sostenibilidad y la reducción de desperdicios. Ya existen certificaciones, pero o son poco conocidos o no garantizan unas prácticas totalmente respetuosas con el medioambiente.

En los próximos años veremos un incremento de estas iniciativas. Esperemos que el proceso se haga correctamente y sea bien recibido por los consumidores, ya que con ellas todos podemos poner nuestro granito de arena para la conservación de nuestro planeta. No olvidemos que todas nuestras acciones tienen consecuencias: debemos interiorizar la necesidad de reducir el desperdicio de alimentos y ayudar a quienes lo intentan.The Conversation

Manuel Gómez Pallarés, Catedrático en Tecnología de Alimentos, Universidad de Valladolid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.