Houston, tenemos un problema.” En mayo de 2011, el astronauta Andrew Feustel, geofísico de la NASA a bordo de la misión STS-134 hacia la Estación Espacial Internacional, tuvo la oportunidad de pronunciar la mítica frase que todos hemos escuchado en las películas. Estaba en medio de su paseo espacial de siete horas, flotando fuera de la nave y unido a ella por el cordón umbilical del brazo mecánico de sujeción y, sí, tuvo un problema. No era uno mecánico, no percibió un descenso en los niveles de presión de su traje EVA (los utilizados para realizar Actividades Extra Vehiculares) ni contempló fallo alguno en el sistema de comunicaciones. No se asustó porque viera venir un fragmento de basura espacial, ninguna fuga de oxígeno o gases en su casco de soporte vital… “Tenemos un problema, me pica a rabiar un ojo.” Que te pique un ojo en la Tierra puede ser una faena. Todos sabemos lo molesto que resulta que una mota de polvo active nuestras defensas a través de las mucosas y comience un doloroso lagrimeo difícil de detener. Si a 418 km de la superficie terrestre, a 27.000 km/h, embutido en un traje espacial herméticamente cerrado y en medio de la penúltima misión en la historia de los trasbordadores estadounidenses te pica un ojo… te tienes que aguantar. Uno no puede detenerse (“Eh, chicos, ¡parad un momento!”) levantarse la visera del casco, sostener uno de los guantes con los dientes y rascarse con fruición.

Lo que le ocurrió a Fuestel fue todo un caso de mala pata. Los cascos de los astronautas están impregnados con unos líquidos que inhiben la condensación del vapor para que no se empañen. Por ejemplo, surfactantes (que reducen la tensión superficial del agua e impiden así que se formen gotitas), detergentes con una función similar y polímeros hidrófilos, que se pegan directamente a las moléculas de H2O.
Son casi tan viejos como la exploración espacial misma. El primero en usarlos fue el astronauta Eugene A. Cernan en 1966, tras descubrir que en órbita la traspiración de la cara genera vaho en el vidrio del casco. La NASA inventó una solución química que, como tantas, pronto llegó a nuestras vidas. Hoy limpiamos con sustancias similares gafas, pantallas o microscopios.

Sobre el cristal del microscopio, cada una de estas gotas mide entre 2 y 4 milímetros

Dentro del casco de Feustel, algunas partículas de la solución antivaho se desprendieron y fueron a parar a uno de sus ojos. Fue como inyectarle una gota de jabón directamente en la córnea. “Solo para vuestra información, compañeros”, repitió el geofísico, “esto pica un montón y se me está llenando el ojo de agua”.

Frotando la nariz contra las paredes del casco alivió su desasosiego momentáneamente y, sin saberlo, contribuyó a un sorprendente descubrimiento: los astronautas no pueden llorar. El ojo de Feustel siguió velado por una burbuja de líquido que le impedía ver correctamente. En la Tierra, las lágrimas se acumulan en el lagrimal, rebosan sus limites y caen por la mejilla atraídas por la gravedad. A eso lo llamamos llorar.
Un astronauta puede padecer dolor, pena, miedo. Puede emocionarse o partirse de risa. Pero en el espacio las lágrimas no caen. La humedad acumulada no tiene escapatoria. Cuando su compañera de misión Allison Bollinger vio a Feustel, quedó impactada: “Tenía una especie de esfera acuosa alrededor de todo el globo ocular”.

La misión STS-134 de la NASA pasará a la historia por haber contribuido al mejor conocimiento científico de ese acto tan fieramente humano que es llorar. Las razones por las que el Homo sapiens llora siguen siendo objeto de debate científico. Es evidente que las lágrimas tienen una función protectora para arrastrar cuerpos extraños que pueden dañar nuestros ojos. Pero, ¿por qué también producimos lágrimas cuando estamos tristes, cuando nos duele un pie, cuando nos emociona un espectáculo, cuando reímos…? Algunos fisiólogos han propuesto que la secreción de líquido sirve para liberar presión producida por el estrés emocional y expulsar toxinas del organismo. Por ejemplo, el bioquímico de la Universidad de Minesota William H. Frey II descubrió que el llanto libera ciertas cantidades de hormona adrenocorticotropa asociada con el estrés. Los psicólogos opinan, por su parte, que lagrimear es un acto inconsciente que tiene que ver con el lenguaje no verbal; es un modo de mostrar que estamos emocionados o atemorizados por algo.

Los físicos, por ejemplo, han encontrado una explicación mecánica a su peculiar forma: ni ovalada ni esférica, simplemente de lágrima. En el minúsculo espacio de un lagrimal ocurre algo similar a lo que pasa en la boca de un grifo mal cerrado. El agua se acumula y crea una gota cada vez más pesada. Eso hace que la masa de líquido se desprenda a muy lenta velocidad. Mientras el peso no es suficientemente grande, las moléculas de agua permanecen pegadas a las moléculas de humedad del grifo. La gota se estira y cuelga justo unos instantes antes de caer. La parte superior de la gota contiene menos agua, como cuando llenamos de líquido un globo. Una lágrima, o una gota de grifo, es realmente un minúsculo globo de agua relleno de más agua.

Por si fuera poco, hoy sabemos que no existe un solo tipo de lágrimas. Si las miramos al microscopio, encontraremos tres modalidades que dependen del tipo de llanto que las genera. Y este es, probablemente, el resultado más sorprendente de todos cuantos la ciencia ha arrojado al complejo estudio de la “lacrimología”. El fotógrafo Maurice Mikkers quiso averiguar si las lágrimas de alegría son iguales que las producidas por un dolor físico o emocional. Reunió a sus amigos y recogió muestras de sus lagrimales cada vez que lloraban, para fotografiarlas con un microscopio. Sorprendentemente, cada imagen era distinta. El modo en que cristalizaban las gotas de sus emociones variaba cada vez. Al microscopio, las lágrimas parecen una fotografía aérea de un campo cultivado, con centenares de formas  a modo de cercas. Con estas imágenes, algunos expertos han determinado que existen tres tipos de lágrima. Las basales son las secreciones periódicas de nuestros ojos que mantienen el globo ocular hidratado.

Las reflejas se secretan cuando un agente extraño (una mota de polvo, un volátil de una cebolla…) nos ataca. Y las emocionales son el resultado de un acontecimiento alegre o triste, de un espectáculo emotivo o de un dolor físico. Todas están compuestas fundamentalmente de agua y sales que arrastran otros compuestos biológicos tales como anticuerpos, bacterias y enzimas. Pero las lágrimas emocionales tienen una composición diferente. Quizá algún día se invente un dispositivo que analice nuestras lágrimas y cuente por qué estamos llorando.

tres eran tres los tipos de lágrimas: esta, asomada al ojo de Annelinde tras pelar una cebolla, es una lágrima refleja.

Humectantes

Las llamadas “basales” tienen como misión humedecer permanentemente el ojo.

Proyecto lágrima

El fotógrafo holandés Maurice Mikkers quiso comprobar si las lágrimas se parecen según su dueño o su causa. Reunió a sus amigos, les dejó elegir una razón para llorar y fotografió su llanto. El resultado completo en http://mauricemikkers.nl/#/imaginarium-of-tears

Emocionales

Las del auténtico llanto, ya sea de alegría o tristeza. Aquí vemos el fruto de un momento sensible de Lauren, una de las amigas de Mikkers que le permitieron recoger el fluido de sus ojos con una pipeta antes de fotografiarlo al microscopio.

Ingredientes

Cada lágrima contiene materia grasa, anticuerpos y enzimas en agua salina. Aquí, una derramada por comer chile.

Tim…

Eligió en esta ocasión sollozar partiendo cebolla. Y este fue el resultado, muy distinto del de su amigo de al lado.

… y Tom

La sal cristalizada tras el sofocón cebollino se ve más uniforme que la del llanto de Tim.

Sin igual

El aspecto depende de cómo y en cuánto tiempo cristalizaron en el microscopio. Aquí, Lauren lloró por una irritación.

Causa mayor

Camilla optó por buscar la unión de dos motivos: partir cebolla y comer chile. Y soltó esto.

De libro

¿Por qué los astronautas no lloran?, editorial Planeta, es una recopilación de ciencia cotidiana.