Alguna vez has mirado a alguien y has pensado qué se le pasará por la cabeza?”, así empieza el primero de los tráilers con los que Pixar anuncia su próximo estreno, Del revés, que estará en los cines españoles el 17 de julio. Acto seguido, una familia sentada a la mesa para cenar: padre, madre y una adolescente de 13 años llamada Riley. Cambia el plano y nos situamos en una especie de centro de operaciones de la NASA en el que descubrimos a los verdaderos protagonistas: alegría, miedo, tristeza, ira y asco. Son las emociones básicas de Riley, que toman el control de la discusión que se plantea enseguida. Con esta producción, los chicos de Pixar se atreven a retratar un tema muy complejo incluso para los expertos: el de las emociones humanas.

Peter Docter, director de la película, asegura a Quo: “Del revés no pretende ser una película científica; es entretenimiento. Sin embargo, para hacerla hablamos con reconocidos expertos como Paul Ekman y Dacher Keltner sobre este tema, y después intentamos plasmar nuestros hallazgos en la película. Para mí, lo más sorprendente fue descubrir hasta qué punto el sistema emocional afecta a lo que hacemos y lo inconscientes que somos de ello el 99% del tiempo. En nuestra investigación aprendimos que las emociones son muy importantes, porque nos permiten reaccionar con rapidez, sin tener que pensar, por ejemplo, si un coche viene hacia nosotros y va a atropellarnos. Sin embargo, las emociones también pueden jugarnos una mala pasada. Sería estupendo que Del revés provocara que se hablase de ellas, de cómo abordarlas en las familias”. Pero ¿qué son realmente las emociones?

Emociones muy complejas
“Simplificando un poco, son una tendencia biológica a reaccionar de una forma determinada ante ciertos estímulos, que traemos de serie y que se modela con el aprendizaje y el entorno en el que nos encontremos”, define Rafael Bisquerra, catedrático de Psicología y director de posgrado en Educación Emocional de la Universitat de Barcelona.
En cuanto a qué se puede considerar emoción y qué no, también hay cierto debate. Las básicas –es decir, las que compartimos con los animales– son las cinco protagonistas de la película de Pixar, aunque hay quien incorpora a estas la felicidad e incluso la vergüenza y la culpa.  Después hay una gran cantidad de emociones secundarias, como los celos y la envidia.

El primero en hablar de emociones desde el punto de vista científico fue Darwin. Él aseguraba que las básicas las compartimos con los animales, y puso el foco en su aspecto biológico. Después, a finales de 1980, Paul Ekman planteó una teoría muy popular centrada en la expresión de las emociones. Y en los 90, con la llegada de las primeras pruebas de análisis cerebral, investigadores como Antonio Damasio echaron por tierra muchas creencias erróneas al asegurar que la parte emocional del ser humano no es la antítesis de la racional (esta aún está vigente en la cabeza de muchos mortales) y que nuestro cerebro no tiene partes que trabajan por separado, sino que es un circuito de redes neuronales que funciona de forma conjunta, con lo que no hay una zona eminentemente emocional.

Así que, en la actualidad, la mayoría de los expertos está de acuerdo en que en las emociones hay una respuesta neurofisiológica (provocada por hormonas y neurotransmisores), que se manifiesta a través de otra comportamental (como los gestos) y una más, esta vez cognitiva, que es la que nos hace tomar conciencia de lo que estamos sintiendo. Y estas dos últimas varían según el ambiente y la cultura de cada individuo.
La profesora Lisa Feldman Barret, directora del Interdisciplinary Affective Science Laboratory de la Universidad de Northeastern y autora de How emotions are made (cómo se hacen las emociones), me explica desde su despacho en Boston: “Lo que denominamos emoción, como por ejemplo el miedo, es en realidad un cúmulo de circunstancias que varían mucho según el ambiente. En cada momento de consciencia, nuestro cerebro representa el lugar de nuestro cuerpo en el mundo. Y les da un sentido a todas nuestras sensaciones, pasándolas por el filtro de nuestros conocimientos para construir nuestra experiencia. Algunas veces, esa experiencia lleva implícita una emoción. Cuando esto sucede, está muy ligada a la situación; por eso en cada emoción hay tantos matices”.
Así que podríamos concluir que, efectivamente, hay un componente biológico o físico. Pero esto es solo una parte.

Por otro lado están los sentimientos, que a menudo confundimos con las emociones. Pablo Fernández, catedrático de Psicología y director del Laboratorio de Emociones de la Universidad de Málaga, me cuenta durante la presentación de un informe sobre educación emocional en la Fundación Botín: “La emoción es muy grande, y el sentimiento es solo una parte. En realidad, el sentimiento es la interpretación propia y la etiqueta que le ponemos a lo que estamos sintiendo, que puede ser o no acertado”. Aquí podríamos incluir el enamoramiento o la ilusión.

Y sigue: “Nuestro cerebro hace miles de operaciones a diario, de las que solo podemos acceder a una parte. Pero esto tiene ventajas y desventajas. Por una parte, permite automatizar muchas acciones, como las emociones, que pueden ponernos a salvo sin ser conscientes de ello. Pero por otro también hay momentos en los que esa reacción produce efectos indeseados. Por eso es tan importante la última parte del proceso: la que nos permite hacer consciente esa emoción y etiquetarla. Es decir, los sentimientos”, apunta Berrocal.

Termómetro emocional
Mientras que la ciencia no encuentre un método de medir y detectar las emociones y los sentimientos, como hace con el azúcar en los diabéticos, la única manera de gestionar todo esto es adquirir las herramientas que nos permitan detectarlas y regularlas. Y según los expertos la solución está, sin duda, en la inteligencia emocional.
Aristóteles dijo: “El problema de una emoción no es sentirla, sino saber cómo usarla”. Según los expertos, la mayoría de nosotros estamos muy lejos de tener esta habilidad.

“En mi día a día trabajo con muchos perfiles de adultos, y cuando les hago una pregunta tan simple como: ¿cómo estás?, la mayoría solo me responden con un ‘bien’. No tenemos vocabulario emocional, así que respondemos a esta pregunta, a cualquier edad, como lo haría un niño pequeño. Para trabajar esto, en psicología se utiliza lo que llamamos termómetro emocional. Se trata de un gráfico en el que se sitúan por una parte las emociones y por otra la intensidad, que se representa con una gama de colores que va del rojo (más intensa) al azul. Lo que se hace es invitar a cada persona a plantearse en distintos momentos del día en qué punto está”, me explica Fernández.
De hecho, hay apps para móviles, como TermoTIC para niños y Mood Meter para adultos, que sondean tu estado emocional a diario.

“Esto es mucho más útil de lo que pensamos. Si tú le preguntas a cualquier adulto, un médico por ejemplo, cómo afectan las emociones a su trabajo, inmediatamente se pondrá a la defensiva y te dirá que nada. Sin embargo, las investigaciones científicas aseguran que las emociones afectan a nuestra actividad profesional, para bien o para mal, hasta en un 30% como media. La ira es de las que más desgasta en los trabajos intelectuales, mientras que en el deporte un poco de ira puede ser positivo. Por eso debemos ser conscientes de nuestras emociones y tener claro que no son ni buenas ni malas, sino funcionales. Sin las que consideramos malas no podríamos sobrevivir, y a veces las que consideramos buenas no son funcionales. Si soy el responsable de defender a mi empresa en una negociación colectiva, presentarme muy alegre no sería muy funcional”, afirma Fernández.
Pero ¿cómo se puede cambiar una emoción?

Educación emocional ¡ya!
“Se pueden utilizar estrategias físicas y cognitivas. Las cognitivas son más difíciles y requieren mucho entrenamiento, como aprender a tocar al piano o aprender un idioma. Sin embargo, las físicas son más eficaces si nos falta ese entrenamiento. Basta con escuchar música o hacer ejercicio 15 minutos para cambiar tu estado emocional”, explica Fernández. La solución es que desde niños se nos den herramientas para analizar nuestras emociones, las de otros y para actuar en consecuencia.
Rafael Bisquerra asegura: “La alta competencia emocional genera personas sin estrés, sin ansiedad y evita situaciones de riesgo. Y más allá del bienestar emocional, mejora las relaciones sociales, interpersonales y laborales. En definitiva, si educáramos emocionalmente a nuestros hijos, tendríamos un futuro mucho mejor”.

Sin embargo, la ley actual de educación en España no habla de aprendizaje emocional en todo su articulado. Algunas comunidades autónomas sí lo contemplan, pero en la práctica no dan formación a su profesorado. “Con niños de tres años se notan cambios en pocos meses, mientras que con adolescentes no los vemos hasta al menos un año después de empezar a impartir la formación. Por eso, es importante incidir en la importancia de incluir la educación emocional desde los primeros años de colegio”, apunta Fernández.

Así que, aunque sea desde un ámbito lúdico, la nueva apuesta de Pixar puede contribuir a dar a las emociones la importancia que tienen. “La idea no es que solamente las personas sean inteligentes emocionalmente, sino que también lo sean su entorno y la sociedad; porque si no, lo que tendremos son héroes luchando contra un entorno hostil”, termina Fernández.
Y tú, ¿cómo te sientes hoy?

La temperatura emocional

Investigadores de la Universidad de Aalto, en Finlandia, han hecho el primer mapa termográfico que representa cómo reacciona nuestro cuerpo ante las distintas emociones. Este es el resultado.

Muñecos en la cabeza

En Del revés, los protagonistas son las cinco emociones básicas de una adolescente, precisamente la etapa de la vida en la que más difícil es controlarlas.

Sí se contagian

Un estudio de las Universidades de Cornell y California demostró que las emociones se contagian, también en Facebook. Y es que, según Rafael Bisquerra, de la Universidad de Barcelona: “Se crean climas emocionales en cualquier contexto: en centros educativos, empresas y en los movimientos de masas. Durante el nazismo, por ejemplo”.

Amores perros

Un trabajo publicado recientemente en la revista Science asegura que los perros reconocen nuestra sonrisa y segregan oxitocina, la hormona del amor, cuando miran a los ojos de sus dueños.

Reacción sin contacto

El Ultrahaptics permite transmitir emociones a través de una tecnología que estimula diferentes partes de la mano con aire, sin que exista contacto físico. Y ha sido desarrollado en la Universidad de Sussex.