Todos tenemos en la cabeza la imagen del artista bohemio, aquel de costumbres disipadas y malvive como puede mientras intenta que alguien se interese por su obra hasta conseguir dar el gran salto. También los vemos como esos excéntricos personajes que encuentran belleza e inspiración hata en el plato de paella dominical y que viven gracias a su talento y las musas.

Pero la cosa es más compleja. Muchos de ellos están pluriempleados. Famosos artistas han tenido que compaginar su magia con las penurias de un trabajo más rutinario, de esos de fichar a las nueve de la mañana y salir a las seis de la tarde. Quién sabe cuanto contribuyeron estos oficios monótonos para crear algunas de las obras maestras de la historia.

Johnny Cash y los mensajes soviéticos

Hace poco conmemoramos el décimo aniversario de la muerte de este gran artista. Ya conocemos que el gran Johnny era un hombre polifacético, que resaltaba en varias disciplinas. Compuso música y fue actor. Pero también tuvo un trabajo un poco diferente.

Mientras estuvo en el ejército, Cash fue destinado a la unidad de criptografía, que en aquellos tiempos se dedicaba a codificar y decodificar mensajes. El hombre de negro era tan bueno interceptando las conversaciones soviéticas en Morse que, durante muchos años, trabajó para el gobierno realizando esta labor que, por supuesto, era completamente secreta. La leyenda dice que su facilidad para desentrañar las diferentes señales se debía a su oído musical, acostumbrado a reconocer los distintos tonos.

Greg Graffin, pasión por los dinosaurios

El vocalista de Bad Religion es un apasionado de la música. No en vano su banda es uno de los grandes iconos del movimiento punk de los años 90 y está considerada por muchos como la pionera del Hardcore melódico.

Pero más allá de su arte, la reinvención de sus melodías y su pinta de tipo duro, Greg Graffin tiene otra pasión, una que a primera vista puede parecer extraña: La paleontología. De hecho, el cantante está licenciado en antropología y doctorado en paleontología evolutiva. Así que cuando no está subido a un escenario se dedica a su otro trabajo, quizá menos reconocido, pero incluso más importante: Investigar.

Antoine Saint – Exupery, surcando el cielo

Autor de El Principito, uno de los libros más leídos y reconocidos en la historia de la literatura universal. Antoine de Saint – Exupery nunca se definió a si mismo como escritor. De hecho, se presentaba como un “Piloto que escribía”

Y es que, antes que otra cosa, el francés era aviador. La gran mayoría de sus textos giran en torno a los aviones y a sus distintas experiencias como piloto. Incluso en su famoso libro infantil el coprotagonista es un aeronauta que sufre un accidente. Quizá el humanismo y la sensibilidad de los que hace gala este escritor en cada narración estén marcados por esas experiencias como navegante.

Henri Rousseau, una vida en la aduana

El máximo exponente del Arte Naif no tuvo formación artística como tal. De hecho, empezó a pintar cuando contaba con más de 40 años. En esos momentos, llevaba más de quince años trabajando como agente de aduanas. Una profesión que mantuvo durante casi diez años cuando ya era un pintor reputado.

Por esto, y para evitar confusiones con el filósofo francés, normalmente se conoce a Henri Rousseau como El aduanero, un nombre que le acompñó toda su vida, incluso cuando dejó su trabajo para dedicarse por entero a sus óleos.

Lino Spilimbergo, pintor de los buzones

Considerado uno de los grandes pintores argentinos de toda la historia, Lino Spilimbergo cultivó multitud de géneros: Paisajes, figuras… nada se le resistía, aunque bien es cierto que su especialidad fueron los murales.

Aunque es cierto que, desde joven, se interesó por el mundo de las bellas artes y adquirió una sólida formación, durante gran parte de su vida compaginó su obra con un trabajo en la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos. Un oficio que, en sus propias palabras, era “esclavizante en extremo” Algunos creen que su gran juego de color era una manera de descargar la rabia que le producía este empleo.

T.S. Eliot, libros contables

Este Premio Nobel de literatura fue uno de los grandes renovadores de la poesía del siglo. Capaz de cultivar tanto el verso satírico más clásico como de fijar los cimientos del modernismo anglosajón, T.S. Eliot era especialista en vivir entre dos mundos.

Por eso su vida transcurrió entre Estados Unidos e Inglaterra. Por eso era capaz de mostrar un misticismo exacerbado seguido de una desesperanza igual de intensa. Y por eso este escritor trabajó tantos años, al tiempo que continuaba con su desempeño literario, en un banco, dónde tenía fama de ser un gran contable. ¿Quién sabe como influyeron los números en sus textos y viceversa?

Franz Kafka, el legado del letrado

El genial escritor checo, maestro del existencialismo literario, es una de las grandes influencias para los autores del siglo XX. Su obra, aunque no muy prolífica, es una de las más complejas que existe. Aun a día de hoy numerosos críticos y estudiosos siguen discutiendo sobre el significado de sus textos.

Resulta, entonces, casi sorprendente saber que Kafka se dedicaba a escribir por pura afición. Tras finalizar la carrera de derecho, el praguense comenzó a trabajar como agente de seguros y, posteriormente, como procurador. La escritura era solo un medio de evasión y entretenimiento y, de hecho, Kafka no publicó prácticamente nada en vida. De hecho, su amigo Max Broad tenía orden de destruir todos sus manuscritos tras su muerte. Éste, por suerte, no le hizo caso. El resto es historia.