Cada año, desde octubre hasta abril, los pescadores de Taiji, en Japón, pastorean bancos de delfines y marsopas hasta bahías angostas en las que los matan por su carne. Anualmente, cazan alrededor de 20.000 animales. Y ese habría sido el sino de un delfín en particular, uno de hocico de botella al que los científicos bautizaron AO-4, de no ser porque notaron algo muy poco común en él.
Lo que salvó la vida del delfín fue un par extra de aletas. Además de las dos frontales normales, tenía otro par más pequeño en la cola. Los expertos señalaron que eran similares a las aletas posteriores halladas en fósiles. “Se parece a los ancestros de delfines de hace cuarenta millones de años”, dice Johannes Thewissen, experto en evolución de cetáceos del Northeastern Universities College de Medicina en Rootstown, Ohio (EEUU).
El caso de AO-4 no es único; se han descubierto tantos ejemplos diferentes que ya no tiene sentido decir que la evolución es irreversible. Pero, ¿cómo pueden volver a aparecer de repente en una especie características que desaparecieron hace varios millones de años?
En 1994, Rudolf Raff y sus colegas expertos en genética de la Universidad de Indiana en Bloomington razonaron que, mientras algunos cambios evolutivos implican la pérdida de genes y son, por tanto, irreversibles, otros pueden ser el resultado de una desactivación. “Si esos ‘genes silentes’ se ven, de alguna forma, activados de nuevo, los caracteres perdidos podrían reaparecer”, explican.
Los embriones jóvenes de muchas especies desarrollan características ancestrales. Por ejemplo, los de serpiente tienen brotes de extremidades traseras, lo mismo que los embriones de ballena y de delfín. A los humanos también nos pasa. Nuestros embriones tienen un brote de cola (véase el recuadro) y “branquias”.
Gente con agallas
En la cuarta semana de desarrollo, los vertebrados crean cinco hendiduras en la región del cuello. En los peces, estas arrugas siguen hasta formar las agallas, o branquias. En los humanos, forman varias estructuras en la cabeza y en el cuello. Las hendiduras normalmente desaparecen, pero a veces permanece un saco lleno de fluido. Se llama quiste de la hendidura branquial, y se extirpa cuando el bebé nace. Normalmente, con el desarrollo del embrión esos caracteres desaparecen gracias a programas que les dicen a los genes: “Pierde la pierna (si eres un pez)”, o “pierde la cola”. Pero si ese programa de “piérdelo” falla, quizá por una mutación, la característica ancestral reaparece. Si esto ocurre, estamos hablando de un verdadero atavismo. Pero quizá esos genes no estén absolutamente desactivados y sirvan para construir otras partes del cuerpo.
Los atavismos son mucho más habituales de lo que los biólogos creían. Están en nuestros genes y surgen si algo va mal durante el desarrollo
Como señala Brian Hall, biólogo de la Dalhousie University, en Canadá, no hay un gen para una pierna o una cola. En vez de eso, hay “paquetes” de genes implicados en estructuras de muy diversas partes del cuerpo. En los pájaros, los murciélagos y los insectos, por ejemplo, las alas son una variación del tema “patas”. El pelo, los dientes, las plumas y las escamas son también variaciones de un único “tema”, responsable de que algunos desórdenes provoquen la aparición de pelo en las encías de algunas personas.
Si los genes ancestrales todavía están ahí, es posible que espontáneamente vuelvan a la vida, o… que los resuciten en un laboratorio, como ocurrió con unos pollos a los que les salieron dientes.
Pérdidas y ganancias
Las aves se quedaron sin dientes hace aproximadamente 700 millones de años. Sin embargo, John Fallon, de la Universidad de Wisconsin, describió una mutación que dispara el desarrollo de dientes como los de los cocodrilos en embriones de pollo (estudio publicado en la revista Current Biology). Los embriones de pollo de su laboratorio tenían dientes donde debieron estar millones de años atrás, y en el orden correcto. “Quiero ser cauto”, dice Fallon, quien habla de “estructuras similares a dientes”, más que de dientes. “Pero yo diría que es un atavismo.”
De modo que si los atavismos son retrocesos genuinos y aparecen en toda clase de animales, ¿qué pasa con nosotros? No hace ni seis millones de años que nuestro linaje se dividió del de los chimpancés, y hemos evolucionado muy rápidamente en este tiempo. Nuestros dedos y palmas se han vuelto más cortos, y los pulgares, a su vez, más largos, más fuertes y más flexibles. Hemos perdido el pelo y ganado muchas más glándulas sudoríparas. Nos hemos convertido en bípedos y, naturalmente, hemos conseguido el lenguaje y unas habilidades cognitivas únicas.
Hay muchos casos en la literatura médica en los que esas partes del cuerpo parecen haber vuelto a su estado ancestral, desde enormes caninos hasta dedos parecidos a los de los chimpancés (véase el recuadro superior). Algunas personas nacen con pulgares cortos en los que faltan ciertos músculos usuales. Unos pocos también tienen dedos largos y delgados, más parecidos a los de los chimpancés. En otros casos, la articulación del pulgar no es tan flexible como debiera, lo que significa que no tienen el pulgar oponible. ¿Atavismo? No está claro, pero ya hay muchos expertos que están inclinando la balanza hacia un rotundo sí.
El susto y el hipo
Otra posibilidad es que algunos síndromes de comportamiento sean atavismos. Investigadores de la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, sugirieron que la cataplexia, una enfermedad que hace que las emociones fuertes causen la flacidez repentina de los músculos, es un retroceso a una “parálisis de miedo” como respuesta ancestral, similar a la de los conejos, que se quedan congelados ante los faros de un coche. Asimismo, el hábito de mover la boca cuando estamos usando las manos en tareas delicadas, como al coser, podría reflejar el comportamiento de nuestros ancestros simios, que suelen usar la boca y las manos a la vez. Y una teoría de lo más interesante es la que explica el hipo. La razón por la que lo sufrimos ha desafiado a los investigadores durante siglos. Una reciente hipótesis es que obedece a un reflejo primitivo heredado de nuestros ancestros cuando salieron del mar y conquistaron la tierra. Estos primitivos respiradores de aire tenían a la vez agallas y pulmones, como el pez pulmón. El patrón de los movimientos musculares durante el hipo se parece al de estos animales cuando cierran la glotis, para que el agua no llegue a los pulmones, y contraen la cavidad bucal para bombear el agua a través de las agallas.
El hipo puede ser un vestigio del tiempo en que tuvimos pulmones y branquias
Cualesquiera que sean las condiciones humanas que resulten ser atavismos –y no estaremos seguros de que lo sean hasta que cada una de sus razones genéticas sea desenmarañada–, parece que son mucho más habituales de lo que los biólogos creían. Están al acecho dentro de nuestro genoma, preparados para surgir si algo va mal durante el desarrollo. Y en algunos casos, lejos de ser un paso atrás, estos atavismos han probado ser ventajosos y se pueden extender por la especie, lo que provoca que la evolución avance marcha atrás. Si los humanos alguna vez tenemos que regresar a los árboles, quizá volvamos a poseer esa cola que perdimos hace tanto tiempo.