Hubo un tiempo en que España fue un imperio, pero era un gigante con los pies de barro. La historia de la ruina económica de nuestro país comienza en 1556, prácticamente desde el mismo momento en que Felipe II accedió al trono de la nación. El nuevo soberano se encontró con que además de la corona, su padre, el emperador Carlos I le había dejado una herencia indeseada: una descomunal deuda cuyo origen se remontaba a 1519, fecha en la que el padre de Felipe II optó al título de Rey del Sacro Imperio Romano Germánico.

Endeudados por un capricho real  
Dicho título no se heredaba, sino que era concedido por un comité de notables formado por siete príncipes que escogían al elegido. Para conseguir el título, Carlos tuvo que sobornar a los notables pagando 850.000 florines de oro, una cifra astronómica para la época. ¿Pero de dónde salió aquella suma? De un préstamo del banquero alemán Jakob Fugger.

El rey Carlos jamás llegó a devolverle el dinero; se limitó a pagarle parte de los intereses con la plata que llegaba de América. Con todo, el metal del Nuevo Mundo no era suficiente para cubrir los intereses de la deuda contraída, de tal forma que estos iban acumulándose. Cuando Felipe II accedió al trono, trató de hacer frente a la deuda confiscando todas las mercancías privadas que llegaban a los puertos españoles, pero ni así logró reunir los fondos suficientes para saldar cuentas. Por eso, en 1557 decidió suspender pagos.

Lo que sucedió a continuación fue un cataclismo para gran parte de Europa, especialmente para los Países Bajos. Ante el impago español, la banca Fugger se declaró a sí misma en quiebra. Eso significó la ruina para la nobleza holandesa que había confiado sus fondos a dicha familia de banqueros.

Mientras tanto, Felipe II recurrió a pedir nuevos préstamos a los genoveses y venecianos, los únicos que se atrevieron a financiarle. La situación económica del reino se alivió, pero no por mucho tiempo. La principal fuente de ingresos de España eran las exportaciones de lana castellana a Holanda, pero las continuas guerras europeas interrumpieron este comercio. De esta manera, el reino se hundió en una nueva ruina, y Felipe II tuvo que suspender pagos por segunda vez en 1577. Y veinte años después lo hizo por tercera vez, en 1597.

“Al llegar al trono, Felipe II se había encontrado con una deuda heredada de veinte millones de ducados, y ahora le dejaba a su sucesor otra que quintuplicaba la anterior”, explica Julia Campos Fernández, profesora de Historia Económica de la Universidad de Salamanca.

Una inflación del 250 por ciento
La catastrófica situación financiera se arrastró durante todo el reinado de los Austrias. Felipe III suspendió pagos en 1607, y Felipe IV lo hizo en cuatro ocasiones: en 1627, 1647, 1652 y 1662. La credibilidad económica del reino era nula y resultaba casi imposible obtener nuevos préstamos. ¿Cómo conseguían entonces los soberanos reunir ingresos frescos? Confiscando tierras y mercancías privadas, aumentando los impuestos a las colonias y recurriendo a la inflación. Poco a poco, la pureza de las monedas de plata españolas fue disminuyendo, hasta el punto de que durante el reinado de Carlos II su valor se había devaluado en un 250%. Esto condujo a una nueva quiebra de la que solamente se logró salir gracias a una quita del ¡70 % de la deuda española!

“Fue necesaria la llegada de un Borbón, Felipe V, para que la situación económica se sanease un poco”, explica Julia Campos. El nuevo soberano acometió una reforma económica total. Impuso impuestos a los nobles y a la Iglesia (que hasta entonces habían estado dispensados de pagarlos), se crearon por primera vez aduanas para fiscalizar todas las mercancías llegadas a los puertos españoles y acabar con el contrabando, y se apostó por la trata de negros, actividad que hoy nos parecerá repugnante, pero que entonces resultaba muy beneficiosa. De esta manera, las finanzas españolas comenzaron poco a poco a equilibrarse.

Pero todo volvió a torcerse durante el reinado de Carlos IV. Su decisión de declararle la guerra a Francia, en venganza por la ejecución de Luis XVI y María Antonieta, fue una catástrofe. No solo perdimos la guerra, sino que además, para financiarla se emitieron un tipo de bonos llamados “vales reales” por una suma total de 451.000 millones de reales y con unos intereses que ascendían a 18 millones anuales.  Ni los impuestos, ni los cada vez más escasos cargamentos de plata que llegaban de América sirvieron para cubrir dicha suma, y la corona suspendió pagos una vez más.

La crisis de las líneas de ferrocarril
La situación de ruina se alargó hasta la Guerra de la Independencia, que acabó por vaciar las mermadas arcas españolas; eso significó que, cuando Fernando VII ascendió al trono, se encontró con un estado quebrado, situación  que se agravó por la emancipación de las colonias americanas.

La “aparente solución” llegó en el reinado de Isabel II con los primeros intentos de industrializar el país. El Estado español apostó por la construcción de numerosas líneas ferroviarias. Fue una inversión sin precedentes. El optimismo era tal que el valor financiero de las compañías ferroviarias se disparó y atrajo mucho capital extranjero, además del propio del Estado español. Pero la mayoría de las líneas resultaron ruinosas. Muy poca gente cogía el tren y muchas tuvieron que cerrar, lo que llevó a la ruina a estas compañías; y arrastraron con ellas a los inversores, incluida la Corona española que, nuevamente, suspendió pagos en 1866.

“La crisis del ferrocarril fue el golpe de muerte para la economía española”, explica Julia Campos. “Aunque los sucesivos reyes y gobiernos hicieron diversas reformas económicas, sus consecuencias colearon durante la primera mitad del siglo XX, lo que impidió que en España hubiera una revolución industrial como en la mayoría de los países europeos”.

Pero a España todavía le faltaba enfrentarse a una nueva, y hasta el momento última, suspensión de pagos. Tuvo lugar al final de la Guerra Civil, cuando Francisco Franco se negó a hacerse cargo de la deuda republicana. Fue la decimotercera vez que nuestro país no hacía frente a sus compromisos monetarios. ¿Habrá una decimocuarta?

FELIPE III quebró en una ocasión. Para recaudar fondos, recurrió a la venta de cargos y a sustituir temporalmente las monedas de plata por otras de cobre sin valor alguno.

La flota de la plata. La plata americana fue la panacea temporal, capaz de compensar los fallos de la estructura económica española. Pero llegó un momento en que la riada de caudales americanos empezó a agotarse. En el período de 1620 a 1630, la cantidad de plata recibida era ingente, pero a partir de 1640 se redujo a la mitad, y desde 1650 a menos de la tercera parte. A partir de entonces, los cargamentos de metal precioso recibidos en España serían poco más que testimoniales.

ISABEL II. Durante su reinado sucedió la “tormenta perfecta” para la economía española. A la crisis de las empresas ferroviarias se unió otra financiera que provocó la quiebra de seis bancos españoles. Por si fuera poco, las sequías arruinaron el campo español y provocaron hambrunas.

CARLOS II. Durante su reinado, la inflación llegó a su punto máximo. Las monedas de plata desaparecieron de circulación
y fueron sustituidas por otra llamada “de vellón” y hecha de cobre.

FELIPE IV. Su reinado se vio afectado por una recesión económica que afectó a toda Europa, y que en España se notó más por la necesidad de mantener una costosa política exterior. Esto llevó a la subida de los impuestos, al secuestro de remesas de metales preciosos procedentes de las Indias, a la venta de cargos públicos, a la manipulación monetaria, etc. Medidas que no evitaron que el reino quebrara en cuatro ocasiones.

FERNANDO VII se encontró con un país en ruina tras la invasión napoleónica, y durante su reinado se produjo una nueva quiebra.

CARLOS IV. Las deudas de la guerra contra Francia provocaron un aumento de los impuestos. Pero el pueblo, que vivía al límite de la subsistencia, no pudo hacer frente a la subida de las tasas.

GUERRA CIVIL. Franco se negó a pagar la deuda republicana, que ascendía a más de mil quinientos millones de dólares de la época.

FELIPE II suspendió pagos tres veces. Para salir de esa situación de ruina, recurrió a alargar los plazos en los que debía abonar los intereses de la deuda. De este modo, el rey pagaba cuando podía o le “placía”.