El Silbón

Lugar de origen: Asturias.
Visto también en: Venezuela.
Víctimas preferidas: Borrachos y noctámbulos.
Para protegerse: No ir a las tabernas de noche.

Según los cronistas, se trata del fantasma del malcriado y caprichoso hijo de un ganadero a quien su padre concedía todos sus deseos. Pero, un mal día, la paciencia del padre llegó al límite. El muchacho se había empeñado en que quería cenar “mondongo” (las entrañas de los animales), pero su padre no le hizo caso. El joven insistió e insistió y, presa de un ataque de rabia, cogió un cuchillo, abrió a su padre en canal y devoró sus entrañas. Una vez saciado su caprichoso apetito, fue consciente de su horrible acto y se quitó la vida.
Pero por causa de un maleficio, su espíritu fue condenado a vagar por el mundo de los vivos, buscando víctimas que le proporcionen entrañas y vísceras humanas con las que alimentarse. Acecha en la oscuridad, y sus presas preferidas son los borrachos solitarios que salen de las tabernas a altas horas de la noche; el espanto les ataca y les sorbe el mondongo a través de la oreja. Luego, se aleja de la escena del crimen con un silbido macabro.
Quienes afirman haberle visto le describen como una silueta alta y delgada, cargada siempre con un saco, donde lleva el cuerpo desmembrado de su padre. El Silbón, además, es un espectro muy viajero: los emigrantes asturianos llevaron su historia a ultramar, principalmente a Colombia y Venezuela, donde la leyenda arraigó con bastante fuerza.

La Umita

Lugar de origen: Perú.
Peligro: Para los viajeros solitarios.
Para protegerse: Ganarse su confianza. Es un espectro que busca cariño.

La Umita, es una cabeza sin cuerpo que sobrevuela los senderos peruanos. Se dice que perteneció a una dama española castigada a purgar así sus pecados. La mayoría huyen despavoridos al verla, pero dicen que la persona que resista la desagradable impresión inicial se hará amigo de la Umita, que le protegerá de cualquier peligro.
Porque esa es la moraleja de estas historias: a quien hay que temer es a los vivos, ya que los espectros solo son un reflejo de su maldad.

La Santa Compaña

Lugar de origen: Galicia.
Víctimas preferidas: Peregrinos que duermen junto a los cruceiros.
Para protegerse: Trazar un círculo en el suelo y tumbarse boca abajo.

Se trata de una procesión de ánimas del purgatorio condenadas a vagar casi eternamente, hasta que terminen de purgar sus culpas. Avanzan en hilera, alumbrándose con teas hechas con huesos humanos y se acercan a los cruceiros para atrapar a algún tipo desprevenido que les sirva de guía, y que quede así condenado también a vagar con la procesión de espíritus. Solo podrá liberarse de esa maldición capturando a otro infortunado, que pasará a ocupar su lugar. La leyenda prendió con fuerza asombrosa en la imaginación popular, que consideraba a la Santa Compaña el funesto presagio de una muerte inminente.

La Llorona

Lugar de origen: México.
Peligro: Para niños desatendidos por sus padres.
Para protegerse: No dejar que sus lágrimas nos ablanden. 

La colonización del continente americano produjo un mestizaje cultural que también se palpa en el plano sobrenatural, y la Llorona es el espectro que mejor simboliza la mezcla de la tradición española y la indígena. Se trataba de una hermosa nativa del México colonial que se casó con un rico español, con quien tuvo dos hijos. Pero, por su negligencia, los niños murieron en un incendio. La mujer enloqueció de dolor e invocó al diablo, para pedirle que le devolviera a sus hijos. Satanás accedió a su deseo a cambio de una condición: los niños resucitarían si ella le entregaba la vida de los hijos de otra. Por eso, la Llorona vaga por las calles buscando a algún incauto que, conmovido por sus lágrimas, la acoja en su casa y ella pueda, de esa forma, asesinar a sus hijos.

El Judío Errante

Lugar de origen: Tierra Santa.
Visto también en: La Península Ibérica.
Peligro: Para las personas poco hospitalarias.
Para protegerse: Darle víveres y conversación.

Casi todas las historias de fantasmas de la tradición española tienen un trasfondo religioso, tal y como atestigua la desdicha del Judío Errante. Según la tradición popular, se trata de un zapatero de Jerusalén que le dio una patada a Cristo cuando, camino del calvario, se apoyó en la puerta de su casa. Dios maldijo a aquel hombre y le condenó a purgar su ofensa caminando sin parar hasta el fin de los tiempos.
Durante la Edad Media, numerosos testigos afirmaron haberse cruzado con él, pero fue en España donde las crónicas recogieron su presencia con mayor frecuencia. De hecho, la última vez que alguien dijo haberle visto fue en las afueras de Granada, en 1522.
El erudito polaco Jan Potocki recogió su leyenda y explicó que no era un espíritu maligno, pero que si alguien negaba víveres o consuelo al desdichado hebreo, la enfermedad y la desgracia caerían sobre su cabeza como si se hubiera ofendido al mismísimo Cristo.

Los templarios

Lugar de origen: Soria.
Vistos también en: Toda Castilla.
Peligro: Para quienes curiosean en las ruinas medievales.
Para protegerse: Celebrar el rito del exorcismo.

Con todo, las grandes superestrellas de este mundillo religioso-espectral ibérico fueron los templarios, monjes guerreros que gozaron de gran prestigio entre las órdenes medievales hasta que cayeron en desgracia al ser acusados de practicar la magia.
Fueron perseguidos y diezmados, y algunos, bajo tortura, se confesaron adoradores de Bafomet, criatura diabólica con cabeza de carnero y cuerpo de mujer. Con tal currículo no es de extrañar que las ruinas templarias que pueblan la geografía española sean el escenario de terroríficas historias de aparecidos.
La más célebre, inmortalizada por Bécquer en un relato, se ambienta en los restos del castillo de San Juan del Duero (Soria). El escritor escuchó cómo el rey regaló las tierras circundantes a la fortaleza a los templarios. Aquello despertó la envidia de los nobles de la comarca, que organizaron una sangrienta batida y exterminaron a los clérigos con espuelas. Desde entonces, aquel lugar se consideró maldito, ya que, según se cuenta, cada noche los cadáveres putrefactos de los templarios salían de sus sepulturas armados con sus herrumbrosas espadas y despedazaban a los infortunados que se cruzaban con ellos.
Desdichados como Alonso, un joven caballero que, según el relato recogido por Bécquer, estaba enamorado de su caprichosa prima Beatriz. Tras pasar una tarde cabalgando cerca de las ruinas, la pareja regresó a su mansión al anochecer. La joven descubrió entonces que había perdido una banda entre los restos del castillo y obligó a su primo a que regresara a buscarla. El amor pudo más que sus temores y Alonso partió hacia el castillo maldito. Llegó la medianoche y, como el joven aún no había regresado, Beatriz se retiró a dormir. La despertó el roce de una mano huesuda. Asustada, se resistió a abrir los ojos hasta que escuchó unos pasos saliendo de la habitación. ¿Pero qué fue lo que vio? Su banda, ensangrentada y hecha jirones, sobre la mesilla de noche.

El Coco

Los anglosajones lo llaman Bogeyman, los africanos Bute Marango y los orientales Obake Yashiki… Es un mito que existe en todas las culturas; nosotros lo llamamos el Coco, y es el asustaniños perfecto. “Sed buenos”, les dicen los padres a sus hijos, “o el Coco os llevará”.
Se dice que su cabeza es oscura y redonda, y está cubierta de pelo; por eso, los conquistadores españoles bautizaron con el mismo nombre a una fruta exótica que descubrieron en las Antillas. Pero estamos hablando del Coco ortodoxo, y no conviene olvidar que en nuestro país existen 30 versiones distintas del mito.
Así, los niños del viejo Madrid temían al horrendo Carracuca; en cambio, en Asturias, los pequeños sentían escalofríos al oír mencionar al Tío Camuñas, un animal de afilados dientes que vivía en los desvanes de las casas y devoraba a los críos “como si fueran merengue”, en palabras de Casona. Más exótica resultaba la versión pirenaica de la leyenda, con el Coco mutado en un ser llamado la Cabra Montesina, que perseguía a los niños mientras recitaba: “Cruzo los montes y los valles, y me zampo los niños a pares”.

El Kurupí

Otro híbrido célebre es el Kurupí, un cruce entre los duendes de la tradición española y los diablos de los indios guaraníes. Se trata de un ser que tiene los pies del revés –por lo que camina sobre los talones– y tiene un falo tan grande que puede enrollarlo en torno a su cintura, y con el que deja embarazadas a las mujeres a distancia. Sus víctimas eran las adolescentes, a las que atraía haciendo gestos hipnóticos con su pene.

El Familiar

Otro espanto trotamundos fue el Familiar, engendro originario de las leyendas andaluzas, pero que acabó saltando a Argentina. Un ser infernal que adopta la forma de un enorme perro negro sin cabeza y con una gran boca en el lugar donde debería estar su cuello; según la tradición, poseía el don de atraer la riqueza a las haciendas. El Familiar y el hacendado firmaban un pacto diabólico, por el cual el espíritu le proporcionaba fortuna en sus negocios y, a cambio, el hacendado le instalaba en un sótano y le ofrecía peones vivos para que la bestia se alimentara. Antes de morir, el hacendado debía revelar el secreto a su heredero; de esta forma, el pacto con el Familiar quedaba renovado. Pero si fallecía sin hacerlo, el monstruo abandonaba la casa y se llevaba con él la buena suerte.