Los reality shows y las grandes exclusivas no son un invento actual. En el Oeste americano, entre 1860 y 1900, ya había “celebridades” que cobraban mucho dinero por relatar en público como le habían descerrajado un balazo en la nuca a Jesse James o cómo se arrancaba una cabellera. Tómbola en versión country y ultraviolenta.

Ejecuciones: un show familiar

El juez Isaac Charles Parker impartía la justicia en Fort Worth, Arkansas. Durante sus veintiún años al frente del tribunal, juzgó mil trescientas causas y dictó ochenta y cinco sentencias de muerte.  Su verdugo, George Maledon, cobraba cien dólares por cada ajusticiado, e ideó un sistema que permitía ahorcar a seis personas a la vez, en lugar de colgar a los reos de uno en uno. Las ejecuciones se celebraban los domingos, y familias enteras acudían a ver los ahorcamientos. El juez Parker se vio obligado a instalar columpios y un parque recreativo, para que los niños pudieran jugar mientras sus padres presenciaban las ejecuciones. Una romería macabra que atraía a buhoneros, que vendían refrescos, buñuelos y bacón ahumado. Igualmente, los cadáveres de los forajidos eran expuestos al público en escaparates, tal y como sucedió con los hermanos Dalton, muertos en un tiroteo en 1892.

Por un puñado de dólares

Bob Ford (en el recuadro dentro de la foto) fue un personaje patético y vilipendiado, cuya “hazaña” consistió en asesinar a Jesse James… ¡por la espalda!, fue un pionero en el arte de hacer negocio con sus miserias.
Bob y su hermano Charles Ford habían intentado en varias ocasiones entrar a formar parte de la banda de Jesse James (el primero por la izquierda en la imagen), pero el forajido siempre les había rechazado. Pero en 1882, cuando la banda quedó destrozada tras un desastroso asalto a la ciudad de Northfield, Jesse tuvo que reclutar más hombres y decidió aceptar a los hermanos Ford, a quienes invitó a cenar en su casa el 3 de abril. Pero ambos sujetos tenían en mente cobrar los diez mil dólares de recompensa que ofrecían por el bandido. Cuando su anfitrión les dio la espalda para colgar un cuadro que se había desprendido de la pared, los hermanos sacaron sus armas, aunque fue Bob el que disparó y mató a Jesse de un balazo en la cabeza.
Los hermanos Ford nunca cobraron la recompensa, ya que fueron acusados de asesinato y condenados a la horca. Y pese a que fueron indultados por el gobernador de Missouri, la infame fama de asesinos y traidores les acompañó toda su vida. Charlie no soportó la verguenza y se suicidó en 1884. Por el contrario, Bob, a quien todos llamaban dirty little coward (pequeño y sucio cobarde), no tuvo tantos remordimientos y trató de sacar partido de su patética reputación.
En 1885, se colocó como empleado en un salón de Northfield, la ciudad de Minnesota donde había sido masacrada la banda de Jesse James. Su trabajo consistía en posar con los clientes que quisieran sacarse una foto con él. El precio era de dos dólares por instantánea. El negocio funcionó bien, pero varios meses después, cuando pasó la novedad, la presencia de Ford dejó de causar expectación.
La nueva idea de Bob fue hacer una gira por los salones de Missouri representando una obrilla titulada Cómo maté a Jesse James, en la que explicaba personalmente cómo había asesinado al forajido. Pero este negocio no salió tan redondo, ya que en el estado había mucha gente que admiraba a Jesse James (por su militancia en la causa confederada) y que despreciaban a su asesino. Por eso, cuando Ford salía al escenario era recibido con gritos e insultos, le arrojaban huevos y botellas, y en algunas ciudades el público intentó lincharle.
Esas reacciones violentas hicieron que los empresarios de los salones se negaran a contratar su espectáculo. Aun así, Ford trató de rentabilizar una vez más su peculiar fama en las ferias locales, y se ofreció a pelear con todo aquel que quisiera enfrentarse a él. Ford no era muy buen luchador, y los lugareños se daban el gustazo de subir al ring para darle una paliza al asesino de Jesse James por sólo dos dólares y cuarenta centavos. Finalmente, tras dedicarse a todo tipo de trapicheos, Bob Ford murió violentamente en 1891.

Exploradores de las praderas

Pero el personaje que más dinero ganó gracias a sus hazañas (reales o inventadas) fue Buffalo Bill (William F. Cody), quien fue jinete del Pony Express y explorador del ejército, y que ganó su apodo cazando bisontes para alimentar a los trabajadores del ferrocarril.
La entrada de Buffalo Bill en el mundo de las candilejas se produjo gracias al escritor E. Z. C. Judson, autor, bajo el seudónimo de Ned Buntline, de docenas de noveluchas del Oeste que se vendían en Chicago y Nueva York por diez centavos. Buntline conoció a Buffalo Bill en 1867, en Nebraska, y le propuso un curioso negocio: recorrer las ciudades del Este con un espectáculo, para que el público pudiera conocer personalmente al gran héroe del Oeste. Las promesas de fama y dinero convencieron a Buffalo Bill, y Buntline escribió una obra de dos actos que tituló Exploradores de las praderas. Para redondear el espectáculo, Buffalo Bill invitó a dos compañeros de aventuras (el explorador Texas Jack Omohundro y el pistolero Wild Bill Hickock) para que se unieran a su compañía.?La idea era que si un héroe del Oeste vendía entradas, con tres se agotarían. Y no se equivocaban.
La obra se estrenó el 16 de diciembre 1872 en Chicago. El primer acto consistía en una especie de fogata de campamento con los tres protagonistas rememorando viejas aventuras. En el segundo empezaba la acción propiamente dicha, ya que se recreaba el rescate de  una princesa india prisionera de los temibles pawnees. Conviene señalar que la susodicha princesa ni era india ni nada por el estilo, sino que estaba interpretada por una corista de origen italiano llamada Mila Morlachi, y que los pawnees estaban encarnados por unos vagabundos que Buntline había contratado en los arrabales de la ciudad.
La prensa se cebó con el espectáculo, y el Chicago Evening Journal publicó: “Buffalo Bill tiene un porte apuesto, pero como actor resulta francamente ridículo. Sobre la obra y el resto del elenco, mejor no hablar”. Buffalo Bill y Hickock, con varias copas de más, se presentaron en la redacción y le dieron un buen repaso al autor de la reseña. Pero a diferencia de los críticos, el público se entregó rendidamente a los pies de los héroes del far west. La compañía estuvo tres meses en Chicago (con un lleno casi absoluto todas las noches), y luego estrenaron triunfalmente en Nueva York.
Buffalo Bill y sus amigos solían salir borrachos al escenario, lo que provocó situaciones insólitas. La más dramática de todas fue cuando, tras el estreno en Nueva York, los tres aventureros, llevados por un “exceso de celo interpretativo”, mataron a culatazos a dos de los vagabundos que interpretaban el papel de indios pawnees. En otra ocasión, Wild Bill Hickock, que tenía la vista dañada a causa del sol de las praderas, sacó su revolver en plena representación y disparó contra un foco que le estaba apuntando directamente a los ojos.
Meses después, la compañía empezó a disgregarse. Primero fue Wild Bill Hickcock quien, harto del divismo de Buffalo Bill, dejó plantados a sus compañeros y volvió al Oeste (murió el 2 de agosto de 1876, asesinado cuando jugaba a las cartas en Deadwood, Dakota del Norte). Texas Jack le siguió muy pronto, y la compañía se disolvió en 1873. En 1876, Buffalo Bill tuvo que volver a trabajar como explorador de la caballería, tras la derrota y muerte del general Custer en Little Big Horn, pero Cody, deslumbrado por los escenarios, ya tenía en mente la idea para un nuevo espectáculo.

El último guerrero

Otro jefe indio que acabó convertido en atracción de feria fue Gerónimo (Goyathlay para los suyos), caudillo de la rebelión de los apaches chiricauas entre 1876 y 1886. Pero, si Toro Sentado fue algo parecido a una estrella de serie A, Gerónimo empezó en la serie B.
Tras su rendición, y después de varios años de cautiverio en una reserva de Oklahoma, Gerónimo fue contratado en 1897 para un denigrante trabajo: servir de atracción en una cantina de Longsburg, Arizona. Allí, los clientes se daban el gustazo de tomar copas con el jefe apache y se regodeaban de la degradación progresiva del indio. Pero el éxito de la idea llevó al propietario a pasear al apache por otros locales. El show no era gran cosa, pero tenía su morbo. Gerónimo (previamente bebido) ejecutaba unos torpes pasos de una danza tribal y explicaba cómo se realizaba un scalp (la técnica de arrancar la cabellera). Luego, el jefe alternaba y bebía con los clientes.
En 1904, Gerónimo recibió la oferta de un comerciante de artesanía india para servir de reclamo publicitario en su stand en la Feria Mundial de Saint Louis. La presencia del apache fue un éxito, y un avispado editor de San Francisco le pagó cinco mil dólares por la exclusiva de sus aventuras, que se publicaron con el titulo de Geronimo, his own history.
Con ese dinero compró unos acres de tierra y se instaló como granjero. Pero volvió a las bambalinas en 1905 al ser reclutado por Theo­dore Roosevelt para su campaña presidencial. Al igual que ahora los políticos en campaña se rodean de actores y cantantes, Roosevelt contó en su comitiva electoral con cowboys, soldados y jefes indios; entre ellos, el propio Gerónimo. La imagen del caudillo apache disfrazado con levita y chistera mientras conduce un automóvil en la comitiva de Roosevelt ejemplifica como pocas la humillación de una raza. Gerónimo murió en 1909 de peritonitis.

El caudillo sioux

El jefe sioux Toro Sentado (Sitting Bull, Takanka Iyotanka, en idioma lakota), artífice de la victoria de Little Big Horn, quien se unió al circo de Buffalo Bill en 1885; en esos tiempos cobraba cincuenta dólares semanales. Su contrato le permitía, además, cobrar dos dólares adicionales por cada foto que le sacaran los espectadores, y otro por cada autógrafo que firmara (el merchandising ya existía antes de Lucas y Spielberg).
Pero el jefe sioux ya era un hombre de edad avanzada y con problemas de salud, lo que no le permitía hacer grandes alardes sobre una montura. Por eso, Toro Sentado se limitaba a dar una vuelta triunfal a caballo por la pista, mientras el público aplaudía rabiosamente. Luego, el jefe se colocaba en lo alto de un minarete, y los indios y cowboys que hacían de extras escenificaban en torno de él una recreación de Little Big Horn.
La popularidad de Toro Sentado fue inmensa: todo el mundo quería conocerle y sacarse fotos con él. Por eso, exigió que le duplicaran el sueldo. Podría pensarse  que el jefe indio se había corrompido también por el dinero fácil, pero la verdad es que Russell Freedman, sobrino de Buffalo Bill, cuenta en su libro My life with Bill que el sioux era un ser de una generosidad extrema, que dilapidaba su dinero repartiéndolo entre los mendigos que se acercaban al circo. En 1887, la compañía (incluido Toro Sentado) inició una triunfal gira europea que comenzó en Londres; la reina Victoria vio el espectáculo tres veces. La gira les llevó, además, a París, Roma, Madrid y?Berlín.
Toro Sentado abandonó la compañía en 1890. ¿El motivo? La aparición en las reservas sioux de un hechicero, llamado Wovoka, que predicaba un nuevo credo, la Danza de los Espíritus, un ritual milagroso que resucitaría a los guerreros muertos y haría a los bravos invulnerables a las balas de los blancos. Los aires de insurrección soplaban de nuevo.
El 15 de diciembre de ese año, Toro Sentado se dirigía a la reserva de Dakota del Sur, donde se iba a celebrar la Danza de los Espíritus. El jefe viajaba escoltado por dos hunkpapas de la policía indígena, que le asesinaron a balazos alegando que había tratado de huir.
La infame muerte de Toro Sentado conmovió a Buffalo Bill, quien declaró a un diario: “Fue un gran hombre. Es cierto que mató a muchos de los nuestros en Little Big Horn. Pero, ¿qué podía hacer??Durante años hemos acosado a los sioux y no les dejamos más salida que luchar para defender a sus familias”.

Roy Bean, el juez de la horca

Un forajido arrepentido que se autoproclamó ‘la ley al oeste del Pecos’. No era un juez de verdad (incluso fue bandido en su juventud), pero entre 1882 y 1902 fue el azote de los forajidos de Texas. Impartía su peculiar justicia en el Jersey Lily, un burdel bautizado así en honor de Lily Langtry, actriz británica de la que Bean se enamoró al verla en una revista. En una ocasión, ahorcó a un borracho por disparar contra un póster de su amada. Bean no llegó a conocerla, pero ella visitó el Jersey Lily en 1904, cuando el juez ya había muerto y el lugar era un museo.

¿‘Groupies’ en el Oeste?

Y si no las había, las inventaban. En 1876, Ned Buntline, en su libro The cowered wagon, narró la historia de Molly Wingate (alias La Madonna de las praderas), una chica fascinada por Buffalo Bill que cruzaba el Oeste desafiando mil peligros para conocer a su héroe. La historia era falsa, pero el público que acudía al circo de Buffalo Bill quería conocer a la heroína. Por eso, contrataron a la tiradora Annie Oakley para que interpretara su papel. La impostura fue descubierta, pero aún así, Annie (en la foto inferior) se hizo popular por su destreza con el rifle.