Desde que Thomas De Quincey publicó su cínico ensayo titulado El crimen entendido como una de las bellas artes, muchos han sido los artistas que se han sentido tentados por el reto de recrear (en la ficción, claro) un asesinato perfecto. Pero también ha habido algunos que han cruzado la tenue frontera que separa la fantasía de la realidad y han materializado sus sueños homicidas. Vamos a repasar aquí la historia de un grupo de célebres escritores que intencionada o accidentalmente, se ganaron también el apelativo de asesinos.

José Giovanni

De ganster a novelista de culto y director de cine de éxito. Giovanni comenzó su andadura adulta en la mafia corsa. En 1943 atracó en compañía de un socio de fechorías una tienda de antiguedades. Durante el asalto el propietario del establecimeitno resultó muerto. José y su compañero fueron condenados a muerte. Durante su estancia en prisión planearon una espectacular fuga del penal de La Santé en París, cavando un enorme túnel. Aunque la huída fue abortada, Giovanni consiguió que le conmutaran la pena al final de la guerra por ofrecerse voluntario para limpair de minas alemanas las playas de Francia. Una vez recuperada su libertad, narró su peripecia carcelaria en una novela, Le trou (El agujero), que fue llevada magistralmente al cine por Jacques Becker en La evasión (1959). A partir de aquel momento, José Giovanni se convirtió en uno de los maestros de la literatura negra francesa, realizando también esporádicas labores como director de cine con películas como la magistral El clan de los marselleses (1972).

Nuestro veredicto: Culpable, sin duda, pero merecedor de nuestra enhorabuena por haber logrado una rehabilitación real y por su magnífica obra literaria y cinematográfica.

Krystian Bala

Cómo decía el demonio: «la vanidad es mi pecado preferido». Y qué razón tenía, ya que la vanidad ha perdido a más criminales, deseosos de hacer saber al mundo lo listos que son, en muchas más ocasiones que la pericia de los investigadores de la policía. Así, en el año 2000, en Polonia, apareció el cadáver de un hombre flotando en las aguas del río Oder. La policía cerró el caso tres años después tras no haber encontrado ninguna pista. Pero el azar quiso que uno de los oagentes que investigaron el caso leyera una novela titulada Amok escrita por Krystian Bala y en la que se describía minuciosamente un crimen idéntico a aquel. Curiosamente, la palabra que daba título a la novela, Amok, quiere decir algo así como furia hmicida. Aquella fue la pista que permitió a la policía tirar del hilo y demostrar que Bala había sido el asesino. Ahora, entre rejas, seguro que el autor se ha preguntado más de una vez: «¿Quién demonios me mandaría escribir aquel libro?».

Nuestro veredicto: Culpable de asesinato intencionado y de pecado de vanidad en grado sumo.

Alfonso Vidal Planas

Algunos autores, como el que nos toca, solo han conocido un éxito en su vida. En el caso de Vidal Planas fue la novela Santa Isabel de Ceres que, posteriormente, transformó en obra de teatro y que se mantuvo hasta sesis meses consecutivos en la cartelera madrileña con un lleno absoluto. Podría haber sido el inicio de una gran carrera como autor teatral, pero en 1923, el escritor entró en una taberna madrileña y le metió siete tiros en el cuerpo al periodista Luis Anton del Olmet. Las razones del asesinato siguen siendo una incógnita aunque siempre se apuntó a causas políticas. Vidal Planas fue condenado a doce años de cárcel, pero solo cumplió tres. Afiliado a la CNT, tras la guerra civil se exilió a Estados Unidos llegando a conseguir el puesto de Catedrático de Literatura por la Universidad Indianápolis.

Nuestro veredicto: Culpable, aunque nos abstendremos de emitir juicio moral alguno sobre su crimen hasta que conozcamos los móviles exactos del mismo.

Sir Arthur Conan Doyle

Si, señoras y caballeros, traemos a la palestra nada menos que al creador del mismísimo Sherlock Holmes, aunque en este caso diremos en su descargo que jamás fue procesado por asesinato alguno. ¿Cuál es entonces el motivo de su inclusión en esta lista? Pues que en 1989, un psicólogo británico llamado Roger Garrick publicó un libro en el que defendía la hipótesis de que el escritor escocés había asesinado a un amigo suyo también novelista llamado Fletcher Robinson para robrle a su esposa Gladys (con la que supuestamente habría tenido un idilio) y de paso también el manuscrito de la que sería su novela más famosa, El perro de Baskerville. En 2006 el cadáver del tal Fletcher fue exhumado pero no se encontró ningún rastro de que hubiera sido envenenado, tal y como sostenía Garrick. Personalmente, uno que es admirador de la vida y de la obra de Doyle, considera que este personaje era incapaz de cometer ningún crimen. Sir Arthur era un humanista proclive a defender cualquier causa humanitaria, como la de los anarquistas Sacco y Vanzetti injustamente condenados por asesinato, y un ingenuo de tomo y lomo capaz de tragarse cuentos como el fraude de las hadas de Cotigley. Personalmente, creo que alguien así es incapaz de cometer un asesinato. Pero, claro, solo es mi opinión.

Nuestro veredicto: Totalmente inocente hasta que alguien demuestre lo contrario, cosa que parece harto improbable.

Jack Unterweger

Hay casos que sirven para evide ciar hasta donde puede llegar la estupidez de la sociedad. Este sujeto austríaco que aquí les presentamos fue encarcelado en 1974 por el asesinato, nada menos, que de doce prostitutas, a las que mataba estrangulándolas con su cinturón. Gran aficionado a la lectura, durante su estancia en prisión comenzó a escribir poemas y obras de teatro, y una de sus piezas, titulada La comedia infernal, alcanzó gran notoriedad hasta el punto de que fue estrenada con John Malkovich como protagonista. Fue entonces cuando un grupo de intelectuales austríacos escribió un manifiesto pidiendo la libertad de Unterweger, al que se consideraba rehabilitado gracias a su labor literaria. La petición se convirtió en clamor popular y en 1992 el asesino fue finalmente indultado. Unterweger se convirtió en un personaje muy célebre a nivel mediático que pisó los platós de televisión de numerosos países. Su fama llegó a ser tal que en 1993 una revista estadounidense le contrató para que viajara a Los Ángeles para escribir un artículo sobre otro asesino de prostitutas que actuaba en aquella ciudad. Unterweger se trasladó a L. A, escribió el artículo y aprovechó su estancia allí para matar además a otras tres mujeres. Pero no se detuvo ahí y llegó todavía a matar a otras tres fulanas antes de que en 1994 fuera nuevamente detenido. Condenado esta vez a cadena perpetua sin posibilidad de revisión, Unterweger se suicidó el mismo día en que conoció la sentencia ahorcándose con su propio cinturón. ¿Una ironía final del autor?

Nuestro veredicto: Culpable de asesinatos en serie y concesión del primer premio al mayor caradura del mundo del crimen.

Fray Vicente

Con ese nombre no se podía esperar nada bueno de semejante sujeto. Bien, me disculparán que pese al título de esta galería haya incluído a un personaje que no era estrictamente un escritor, pero lo he hecho porque la pasión por los libros fue el movil de sus crímenes. Y después diran que leer es bueno… En fin… Bromas aparte, nuestro protagonista es un fraile catalán que ejercía de librero en sus ratos de ocio. La sorpresa fue que el buen hombre asesinó nada menso que a doce de sus clientes. Cuando la policía le preguntó por la causa de aquellas muertes, él confesó que era el amor a los libros. Sus víctimas eran biblióflos, coleccionistas que buscaban afanosamente primeras ediciones y auténticas rarezas. Fray Vicente, hombre de gran timidez, nunca encontraba palabras para negarse a venderles aquellos ejemplares pero, luego, asaltado por los remordimientos de haberse desprendido de sus queridos tesoros bibliográficos, seguía a los compradores y los mataba para recuperar los volúmenes vendidos. El caso alcanzó tal notoriedad en su momennto, que Gustave Flaubert debutó en el arte literario escribiendo un cuento sobre esta historia, titulado El librero, cuando solo tenía catorce años de edad. Eso es precodidad.

Nuestro veredicto: Materialmente culpable, sin duda, pero moralmente inocente ya que su amor puro a los libros le concede un inigualable halo poético a sus crímenes.

Louis Althusser

Ni los filósofos se libran de aparecer en esta lista. Nos encontramos frente a uno de los autores más respetados de la materia. Nacido en Francia, de ideas cristianas aunque acabó militando en las filas del marxismo. Fue combatiente durante la II Guerra Mundial y fue hecho prisionero por los alemanes y confinado a un campo de concentración. Terminada la guerra en 1947 se le diagnosticaron graves problemas psiquiátricos los cuales provocaron que fuera internado en diversas instituciones mentales al menos una veintena de veces Pero los tratamientos no impidieron que en 1980 el filósofo estrangulara a su esposa Heléne. Nunca fue juzgado por el crimen, ya que los especialistas médicos diagnosticaron que lo había cometido en un arrebato de locura. Louis pasó el resto de su vida en un sanatorio hasta su muerte en 1992.

Nuestro veredicto: Culpable de homicidio con atenuantes por enfermedad mental.

Thomas Griffiths Wainewright

Les presentamos al dandy de los criminales. Un personaje extravagante, admirado en los circulos artísticos británicos de principios del siglo XIX y al mismo tiempo conocido para la posteridad como «el envenenador de Londres». Hijo de escritores, Thomas se ganó una notable reputación como pintor y poeta, publicando sus obras en las revistas literarias más importantes del momento. Pero en 1817 fue arrestado tras la muerte de su cuñada, Helen Abercrombie, cuya vida él mismo había asegurado meses antes por la cantidad de dieciocho mil libras. La policía encontró en su poder una considerable cantidad de estricnina y acabó concluyendo que el escritor había envenenado también a su hermano, a su tío y a su suegro. Sus influencias sociales le libraron de morir en la horca, pero a cambio fue deportado a Australia, donde cumplió trabajos forzados. Su caso inspiró a otros muchos escritores de la época, como Charles Dickens y Oscar Wilde; este último relató sus hazañas literario-criminales en una obra titulada Lápiz, pincel y veneno.

Vlado Tanevski

Periodistas que se han inventado noticias ha habido muchos, pero que hayan creado ellos mismos un suceso para escribir sobre él, no hay tantos. Les presentamos a una de esas raras excepciones, el reportero macednio Vlado Tanevski, periodista especializado en sucesos y autor de novelas de suspense en sus ratos libres. En 2008 fue detenido acusado de haber estrangulado a tres prostitutas. Lo curioso del caso es que la pista que puso a la policía detrás de él, fueron sus propias crónicas periodísticas. Eran tan detalladas, tan precisas y contenían tantos detalles que los investigadores no habían querido que trascendiesen, que al final los detectives encargados del caso llegaron a una conclusión: solo una persona puede saber tanto sobre los crímenes, el asesino. Hay que decir que Vlado tuvo un final realmente novelesco: apareció muerto en su celda, con la cabeza metida dentro de un cubo de agua. La versión oficial fue suicidio, pero cualquiera sabe.

Nuestro veredicto: Culpable de asesinato y de pasarse de listo.

William Burroughs

¿Una torpeza de letales consecuencias o un crimen realmente perfecto? Lo del autor de Yonki y El almuerzo desnudo, desde luego, no tiene nombre. En 1951, durante una estancia en México el escritor tuvo la «divertida» ocurrencia de emular la mítica hazaña de Guillermo Tell, ya saben aquel que atravesó con una flecha una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo. William cambió la ballesta por una pistola y puso la fruta sobre la cabeza de su esposa Jane. ignoramos si su puntería era realmente mala o es que el alcohol y las drogas habían le habían afectado profundamente, pero el hecho es que en vez de agujerear la manzana, Burroughs le metió un balazo a su esposa entre los ojos. El escritor siempre sostuvo que la muerte fue accidental, pero la justicia mexicana no acabó de creérselo y le encarceló de manera preventiva. Gracias a las buenas/malas (táchese la opción que no proceda) artes de un abogado local conocido popularmente como «el rey del soborno», el escritor logró que a los pocos días le concedieran la libertad condicional, lo que aprovechó para poner pies en polvorosa y regresar a su patria, los EE UU. Haciendo valer sus contactos y su ciudadanía estadounidense, Burroughs consiguió que los tribunales mexicanos se olvidaran de él, y el caso nunca fue juzgado.

Nuestro veredicto: Siendo benevolentes y creyéndonos su versión, le condenamos por homicido accidental y estupidez en primer grado.