El primer “inhibidor de la humedad” se comercializó en Estados Unidos en 1888, y estaba elaborado a base de zinc, mineral que dificulta la producción de sudor.

La publicidad hizo que el invento se difundiera con rapidez. Se hablaba eufemísticamente de la transpiración, pero había excepciones.

En 1919, Odorono publicó un anuncio que decía así: “Señores, señoras: el cuerpo humano puede llegar a oler como el cubo de la basura. Haga algo para que no sea el suyo”.

Redacción QUO