Alejandría, Egipto, año 391 d. de C. El mundo cambió para siempre”. Así se nos presenta, por medio de su tráiler promocional, la última película de Alejandro Amenábar: Ágora.

En ella relata los desvelos de la matemática y astrónoma Hipatia por salvaguardar con la ayuda de sus discípulos la legendaria Biblioteca de Alejandría y el saber del mundo antiguo ante la amenaza que plantean las revueltas religiosas que han estallado en la ciudad.

Una, en palabras de su director, épica historia sobre una mujer y su incansable búsqueda de la verdad para la que, salvo giro inesperado del guión, ya conocemos el final. Pues, irónicamente, el episodio más conocido de la vida de su protagonista es el de su muerte. Según la versión más extendida, perpetrada por un grupo de exaltados monjes cristianos para quienes la matemática representaba los valores más abyectos del paganismo. Tras asaltar su transporte, los fanáticos la llevaron hasta una iglesia. Allí la desnudaron y arrastraron brutalmente sobre fragmentos de vasijas y teselas hasta descuartizarla; tras lo cual, quemaron su cuerpo. Un brutal asesinato que, a la vez, justifica y sustenta el nacimiento de su fascinante leyenda.

Mente de platón y cuerpo de diosa
El surgimiento de ese mito no se produjo hasta el siglo XVIII, y al parecer se localiza en la publicación por el filósofo británico John Toland de un ensayo histórico de título tan largo como revelador: Hipatia, o la historia de una dama de gran belleza, virtud y sabiduría, competente en todo, que fue descuartizada por el clero de Alejandría para satisfacer el orgullo, la envidia y la crueldad del arzobispo, a quien se conoce, de manera universal aunque inmerecida, como san Cirilo”.

Con él, su autor colocó al personaje en el centro de la polémica entre filosofía y religión, y convirtió a la joven en una mártir de la causa de la primera. Fue, además, una obra que tuvo repercusión entre la élite de la Ilustración. Así, Voltaire recogió el testigo y acabó por elevar a Hipatia a los altares del idea­rio ilustrado como símbolo de la razón frente a la sinrazón de la Iglesia, postulando que fue asesinada por creer en las leyes de la naturaleza racional y la mente humana por encima de los dogmas impuestos.

Pero fue bastantes años después, ya en pleno siglo XIX, cuando el poeta francés Leconte de Lisle moldeó con sus composiciones de clara inspiración neoclásica la imagen definitiva de una leyenda destinada a ser inmortal, sintetizada en el verso: “La mente de Platón en el cuerpo de Afrodita”. Con ello, Hipatia ya estuvo lista para convertirse en protagonista de obras dramáticas y novelas histórico-románticas como encarnación de la imagen de la perfección helenística que era tan añorada en aquellos momentos.

La figura de la científica resurgió nuevamente en la segunda mitad de dicho siglo, pero esta vez convocada por el positivismo anglosajón y convertida en adalid del conocimiento científico en su perenne enfrentamiento con la religión. Mucho más recientemente, en las décadas de 1970 y 1980, las feministas reivindicaron su nombre como sostén de la igualdad de la mujer, de su capacidad intelectual y hasta –atendiendo no se sabe muy bien a qué motivos– de su libertad sexual. ¡Qué coño!

Redacción QUO