Sin lugar a dudas, las torrijas son el dulce por excelencia de la Semana Santa española. Tan solo en Madrid, según cifras de la Asociación de Pasteleros, se estima que se venderán casi cuatro millones de unidades. Y a eso hay que sumarle las que se preparan en cada casa. Pero ¿cuál es el origen de este postre y por qué hemos acabado vinculado su consumo a estas fechas tan concretas?

Como tantas otras recetas su origen es muy vago, aunque parece que en este caso se encuentra en el continente europeo. De hecho, la primera referencia a un postre parecido fue hecha por Marco Gavio Apicio, un gastrónomo romano del siglo I, que menciona una receta para sumergir rebanadas de pan frito en leche, aunque no habla para nada del huevo, ni le da ningún nombre concreto, refiriéndose a ella como «otro plato dulce».

En España, la primera referencia concreta sobre ellas data del siglo XV, y fue hecha por el poeta y músico Juan del Encina, quien ya les da el nombre de torrejas. Pero lo que más llama la atención es que no las vincula para nada con la Semana Santa. Según su relato era un tipo de postre que se solía dar a las madres recientes y a las mujeres que estaban a punto de dar a luz. Al parecer, se creía que al tomar un dulce frito empapado en leche, no solo recuperaban energías, sino que también se estimulaba la producción de leche materna para amamantar al bebé.

Pero, entonces, ¿por qué se acabó vinculando el consumo de este postre a unas fechas con un marcado sentido religioso? Parece ser que no existen hasta el siglo XIX evidencias escritas de esa vinculación, por lo que podría ser muy reciente. Sobre las causas de la misma, hay diversas teorías. Por un lado, hay quien piensa que dado que la carne y el vino simbolizan el cuerpo y la sangre de Cristo, alguien pudo tener la idea de que las torrijas de vino (en lugar de las de leche) podrían tener un significado místico muy acorde con esta celebración religiosa.

Aunque la teoría más aceptada es que, al ser un postre muy energético, resultaba ideal para comerlo en Cuaresma, cuando estaba prohibido consumir carne. Además, resultaba muy barato, por lo que era idóneo para ser consumido por las clases populares. A la vez que resultaba muy útil para reciclar el pan que se había quedado duro, en unos tiempos en que no estaban las cosas como para permitirse desperdiciar ningún recurso.

Vicente Fernández López