Un nuevo caso ha vuelto a poner de relieve la crueldad física y psicológica que conllevan los métodos de ejecución empleados en Estados Unidos (más allá del hecho de que quitarle la vida a alguien, por muy asesino que sea, ya es un acto cruel). El pasado 22 de febrero, el estado de Alabama tuvo que suspender la ejecución de Doyle Lee Hamm, que había sido condenado a morir por el procedimiento de la inyección letal.

Su abogado ya había alegado que, debido a su pasado como drogadicto y a los tratamientos que le habían aplicado para intentar curarle de un cáncer linfático, las venas de David no estaban en buenas condiciones. Y lo cierto es que no le faltaba razón. Durante más de tres horas, los miembros del equipo de ejecución trataron en vano de encontrarle alguna vena útil para ser pinchada en sus piernas y brazos. Finalmente, tuvieron que darse por vencidos, después de haberle clavado la aguja doce veces.

Pero parece ser que todo hubiera sido aún peor si lo hubieran conseguido. Según los médicos que le trataron de su enfermedad, las venas estaban tan deterioradas que podrían haber reventado en plena ejecución, causándole al reo un sufrimiento añadido. David fue condenado en 1987 tras asesinar de un disparo en la cabeza al empleado de un motel durante un atraco.

Oficialmente, la inyección letal está considerada como el método de ejecución más «humanitario» (si es que se puede aplicarse este término, aunque sea entrecomillado) que existe, ya que supuestamente resulta indoloro para el reo. Al condenado se le suministran varias sustancias químicas, la primera de las cuales tiene el propósito de sedarle para que no sienta nada. Pero algunos estudios han puesto de relieve que sí existe la posibilidad de que la persona sienta dolor. Y, aunque no fuera así, el caso de David Lee Hamm no es excepcional, y es frecuente que varias ejecuciones tengan que aplazarse debido a que es imposible pinchar una vena del reo después de quince e incluso veinte intentos.

Vicente Fernández López