La Biblia es un libro sagrado que está repleto de hechos prodigiosos. Existe un consenso general en torno a la necesidad de no aceptar de forma literal lo que allí se narra, aunque algunos de los episodios puedan tener un trasfondo real. Pese a ello, no faltan investigadores con rigurosa formación científica a los que les gusta buscar posibles explicaciones racionales para esos hechos milagrosos.

Así, hemos visto recientemente como se han intentado explicar «científicamente» las plagas de Egipto, o la apertura del Mar Rojo. Y ahora le ha tocado el turno al prodigio ocurrido durante la llamada batalla de Canaán. Según el texto bíblico, el profeta Josué y sus hombres se enfrentaron a los ejércitos de cinco reyes enemigos, para defender al pueblo de los gabaonitas, que eran aliados suyos.

El relato cuenta que una lluvia de granizo diezmó a los ejércitos enemigos pero, como estaba a punto de anochecer, lo que les permitiría escapar, Josué pidió que el Sol y la Luna dejaran de moverse, para que así no acabara el día antes de que los israelitas exterminaran a sus enemigos. Y el milagro se obró.

Evidentemente, el relato contiene toneladas de fantasía pero, aún así, investigadores de la Universidad de Cambridge consideran que podría haber algo de cierto en él. De hecho, los astrónomos británicos creen que lo que el texto puede estar describiendo es algún tipo de eclipse solar, concretamente uno de tipo anular o parcial, en los que nuestro satélite no tapa por completo la superficie del astro.

Los investigadores de Cambridge han realizado una serie de detallados cálculos que les han llevado a la conclusión de que un eclipse este tipo pudo producirse en la tarde del 30 de octubre del año 1207 antes de Cristo, cubriendoprácticamente todo Oriente Medio y gran parte del norte de África.

De ser cierto, este sería uno de los candidatos más firmes a ser el eclipse solar más antiguo conocido (aunque recientemente se han descubierto indicios de otro en Egipto que también opta a ese título.

De todas formas conviene tener en cuenta que calcular posibles eclipses con más de mil años de antigüedad no es una tarea sencilla ni precisa, ya que hay que tener en cuenta muchos factores, entre ellos los cambios sufridos en la velocidad de la rotación de la Tierra.

Por eso, los resultados de este estudio deben ser tomados con cautela, aunque resultan lo suficientemente curiosos e interesantes como para comentarlos.

Vicente Fernández López