En su último libro, Pequeños pasos (Editorial Crítica), José María Bermúdez de Castro da la alternativa editorial a su hija Elena. Juntos revisan los entresijos del crecimiento del ser humano desde sus experiencias como paleontólogo y pediatra, respectivamente. Y descubren cómo saber de dónde venimos puede ayudarnos a superar los retos de un mundo que desafía con su progreso los logros de la evolución.

P. ¿Cómo se os ocurrió escribir un libro al alimón?
E. En las comidas familiares. Yo contaba cómo en la consultame preguntan “¿cuánto debo mantener la lactancia materna?” o “¿por qué mi hijo no crece?” Él aportaba su visión y nuestros familiares nos animaron a escribir juntos sobre estos temas.
JM. Estamos trabajando en lo mismo: el ser humano. Desde el pasado y desde la actualidad. Lo que queremos explicar es la ligazón que tenemos con nuestros ancestros. Hace tres millones de años éramos distintos y es importante saber cómo hemos llegado hasta aquí. Ese niño que no crece lo hace porque se está desarrollando su cerebro.

P. ¿Por qué esos miedos viscerales a no criar bien al niño?
E. Casi siempre por temor a la enfermedad. Pero también vemos mucha preocupación por la estética. Padres agobiados porque su niña solo llegue al 1,55, una estatura normal.
JM. En el fondo es normal. Lo que quiere cualquier especie es perpetuarse. Al preocuparnos por nuestros hijos, nos estamos preocupando por nuestro ADN en el futuro.

P. [El embarazo de Elena es ostensible]. Veo que vosotros vais bien con lo de perpetuaros.
E. Sí esta es mi segunda hija.
JM. Yo tengo a Elena y Raquel, millennials, a Aitana, de 12 años y un niño de 5, Alejandro. He cumplido sobradamente con la selección natural y la evolución.

[image id=»92820″ data-caption=»El premio Príncipe de Asturias codirige las excavaciones de Atapuerca. Además, divulga su labor activamente en libros y en el blog de QUO Reflexiones de un primate.» share=»true» expand=»true» size=»S»]

P. En vuestro libro habláis de la niñez ¿Cómo fue la tuya?
JM. La recuerdo como muy larga, todo duraba mucho tiempo. Y feliz. No teníamos casi nada, pero no lo echábamos de menos. Si se rompían los juguetes, los construía yo. La televisión era de 19 pulgadas y en blanco y negro y la veíamos con varios vecinos. Pero un niño es feliz con lo que tiene, salvo en situaciones tremendas de guerras o catástrofes.

P. ¿Y esa niñez larga es característica de nuestra especie?
JM. Sí. Una orangutana es fértil durante casi 40 años, como una mujer. Pero solo tiene tres hijos, porque los amamanta hasta los 8 años. En ese tiempo de lactancia su ovulación se inhibe y no ve un macho. Pero si esa cría cae de un árbol, ha perdido 8 años de su vida fértil. Y ahora que les estamos reduciendo su hábitat esa estrategia es arriesgada. Nosotros la salvamos reduciendo el período de lactancia hasta los 2 años y pico de los cazadores recolectores. Así apareció la niñez, que dura hasta 8 años.

«Las células vivas de la leche materna, que protegen al niño antes las infecciones o alergias, son casi imposibles de imitar»

P. ¿Qué conseguimos con eso?
JM. Como la lactancia es más corta y la hembra es accesible al macho todo ese tiempo, podemos tener, si la alimentación es buena, hasta 14 hijos. Esa estrategia ha posibilitado que ahora seamos 7.000 millones en el planeta. Nos hemos pasado un poquito, pero hemos alargado la supervivencia de nuestra especie.

P. ¿Podemos defender bien esa estrategia actualmente?
E. Los expertos recomiendan una lactancia materna exclusiva hasta los 6 meses y, complementada con otros alimentos, hasta los 2 años por lo menos. Pero muchas madres no pueden llegar en la actualidad ni siquiera a ese medio año básico. Con nuestras bajas de maternidad, a las 16 semanas hay que recurrir al biberón y, muchas veces, a la leche maternizada.

P. ¿Suple esta a la natural?
R. Cada vez es más parecida, pero no tiene los factores inmunológicos que protegen al niño contra infecciones o determinadas alergias. Esas células vivas son casi imposibles de imitar.
JM. Debemos tener cuidado, porque los mamíferos llevamos muchísimo tiempo evolucionando y en muy poco nos hemos cargado la lactancia natural de una manera increíble. Yo creo se podría mejorar mucho con una política correcta de las empresas.

P. A la hora de crecer, ¿en qué somos particulares los humanos?
JM. En las últimas semanas de gestación el cerebro crece 25 cm3 por semana. El de un chimpancé aumenta 4 cm3. Al nacer tenemos 380 cm3; es muy grande y poco complejo, y sigue creciendo algo menos, pero rápido, hasta los 7 años. Mientras el cuerpo solo ha crecido 6 u 8 cm al año. Somos bajitos de cabeza grande. Ese cuerpo empieza ahí a coger estatura y en la adolescencia damos el estirón puberal.
E. Que no es uniforme. Crecen primero las extremidades y luego el tronco, por eso los adolescentes son desgarbados.

P. Y su cerebro, ¿cómo es?
JM. Se resetea por completo. Muchas conexiones –necesarias en la infancia– se cortan y aparecen otras nuevas. La persona se queda un poco despistada. Cambian los papeles, los padres dejan de ser la referencia fundamental y se ven sustituidos por amigos y amigas, cantantes, futbolistas… (si alguien tiene un referente científico, suele ser un chico raro). También te pruebas a ti mismo, corres más con el coche, haces puenting… Si consigues pasar esa “enfermedad” que es la adolescencia, puedes llegar a ser un adulto sano. Además es la época en que aparecen algunas enfermedades mentales. El cerebro está en un cambio tan grande que hay que cuidarlo mucho.

P. ¿Qué ventajas nos aporta esa época?
E. Más tiempo que otras especies para desarrollar los órganos sexuales y que el cuerpo se prepare para la procreación. Y que el cerebro esté más maduro para cuidar a los hijos y desenvolvernos como adultos.

P. ¿Cuándo para de crecer ese cerebro?
JM. No termina su desarrollo completo hasta los 30 años. Es entonces cuando sus fibras largas se recubren con una sustancia protectora, la mielina, que multiplica la velocidad de conducción del impulso nervioso por cien. Ese potencial máximo explica por qué muchas grandes ideas e innovaciones son fruto de hombres y mujeres de entre 25 y 35 años.

P. ¿Y después?
JM. Seguimos aprendiendo y, sobre todo, acumulamos experiencia. Ahí veo un mensaje importante para las empresas: no prescindan de las personas de cierta edad. Si las juntan con los jóvenes, que van como caballos desbocados, a lo mejor consiguen muchos más beneficios. Es una cuestión pragmática.

P. Volviendo al estirón adolescente, ¿es aún un misterio?
R. Sí que lo es. Ya sabemos que la niñez –entre la lactancia y los diez años– se ha ido produciendo desde hace un millón y medio de años. Pero la adolescencia sigue siendo la asignatura pendiente de la evolución. No sabemos cómo ni cuándo apareció.

P. ¿Cómo valoras el reciente estudio de Antonio Rosas sobre un niño neandertal de El Sidrón (Asturias)?
R. Es muy buen trabajo. Lo más novedoso es que el cerebro de este chico de 7,7 años aún seguía creciendo. Y hay una explicación: el cerebro neandertal era más grande que el nuestro, sobre todo en la zona posterior.

P. Elena, si tú ves un niño así en consulta, ¿qué piensas?
E. Pues que tiene un retraso del crecimiento.
JM. O que va a ser neandertal de mayor (ríe)… Ya en serio. Esto nos ha sorprendido. Y un cerebro mayor puede ser un problema, porque este órgano gasta muchísimo. Se lleva entre el 20 y el 25 % de toda la energía basal [las calorías necesarias para que el organismo funcione correctamente]. Un niño de 5 años usa el 45 % de esa energía en el crecimiento y mantenimiento del cerebro. El resto es para correr, jugar y solo un poquito para crecer. Por eso siempre quieren macarrones. Hidratos de carbono.

P. ¿Qué otros caprichos así tienen razones detrás?
E. Pues la pérdida de apetito a los 2 años. Los padres vienen asustados a la consulta pidiendo vitaminas, pero es normal. El niño crece menos que antes y necesita menos calorías y sueño. Dejan de dormir la siesta. También se vuelven más selectivos con lo que les gusta, se saben regular muy bien.

P. ¿Cómo valoráis la tendencia a tener hijos muy tarde?
E. Tiene sus riesgos: hay menos descendencia, cuanto más mayores, mayor riesgo de tener alteraciones genéticas y el cuerpo de la madre está menos preparado.
JM. Estamos ante un dilema. Queremos tener menos hijos, pero la medicina nos alarga la vida y podemos llegar a una jubilación de 30 años. Eso ha invertido la pirámide de población y debemos reflexionar para deshacer ese nudo.

P. ¿Evolucionamos a la suficiente velocidad para incorporar las novedades de esta época tan acelerada?
R. El cerebro está consiguiendo que almacenemos más información. Una persona de la Prehistoria no necesitaba tanta. Si hubiese hablado, le habrían bastado unas 300 palabras. Nuestros hijos ahora saben de todo. No es que sean más inteligentes.
E. Tienen más estímulos, pero hay que pensar su manejo de las nuevas tecnologías no quiere decir que se desenvuelvan mejor en el patio del colegio.

P. José María, tú sigues educando. ¿Cómo has cambiado la forma de hacerlo en 30 años?
R. Cuando eres más joven estás más pendiente de hacer carrera para mantener a tu familia. Ahora tengo mi vida resuelta y puedo estar más pendiente de los niños. Ser un padre mayor no es ninguna tontería. Yo lo recomiendo. n

Redacción QUO