A finales del siglo XIX, los ciudadanos no estaban tan habituados como ahora a la existencia de asesinos en serie. Por eso, causó una gran conmoción en Estados Unidos el descubrimiento de los terribles crímenes del doctor Holmes. Un personaje que, tal vez no fue el primer asesino en serie de la historia de dicho país, pero si fue el primero que alcanzó notoriedad.

Su auténtico nombre era Henry Webster Mudget, aunque se lo cambió por el de Henry Howard Holmes. Cursó estudios de medicina y, en 1890, se convirtió en amante de una rica viuda, propietaria de una farmacia. Holmes se apoderó de su dinero y sus bienes y, luego, la hizo desaparecer para siempre. Con el dinero que había obtenido compró un viejo hotel con apariencia de castillo medieval, y lo convirtió en una auténtica casa de los horrores.

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Holmes transformó el edificio para hacer que sus pasillos fueran un auténtico laberinto. Además, instaló trampas en las habitaciones, entre ellas un dispositivo que hacía que las estancias se llenasen de un gas letal. El peculiar doctor abrió luego un establecimiento para señoritas solteras, a las que asesinaba asfixiándolas con el gas, para luego robarles su dinero. Posteriormente, llevaba los cadáveres al sótano, y los disolvía en ácido.

Sus crímenes fueron descubiertos en 1893, y el asesino fue condenado a la horca. Se probó que era el autor de al menos veintiún muertes, aunque algunas fuentes actuales creen que la cifra de víctimas podría rondar las doscientas. Pero, durante más de cien años han circulado rumores que aseguraban que Holmes no murió realmente en el patíbulo, ya que habría logrado fugarse antes de la ejecución.

Para poner fin de una vez a dichas habladurías, un equipo de forenses ha desenterrado el cadáver de Holmes y ha confirmado que, efectivamente, dichos restos mortales son los suyos. Como curiosidad, hay que decir que el cuerpo estaba parcialmente momificado y que conservaba incluso su característico bigote intacto.

Vicente Fernández López