Más de 40 años después de su muerte, la figura de Howard Hughes sigue resultando de lo más fascinante. No es extraño, ya que pocos personajes pueden presumir a la vez de haber sido pioneros de la aviación y del cine, y de poseer una personalidad tan alterada que sus extravagancias se hicieron legendarias. Ahora, llega a las pantallas españolas La excepción a la regla, una película en la que Warren Beatty da vida a este inclasificable personaje.

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Howard nació con la fortuna de su parte. Su padre poseía un imperio petrolífero del que llegó a heredar el 75%. Pero todo ese dinero no le apartó de la primera gran pasión de su vida, la aviación. Como piloto, Hughes ganó bastante notoriedad batiendo varios récords aéreos. Pero, además, usó su dinero para diseñar nuevos modelos de aviones y para fundar y comprar compañías aéreas que acrecentaron su poder.

A finales de los años veinte puso sus ojos en Hollywood, e irrumpió en la meca del cine dispuesto a alcanzar la gloria como productor. Él fue quien tomó la decisión de incorporar por primera vez la tecnología del sonido a un filme inicialmente mudo, El cantor del jazz. Y produjo posteriormente películas tan recordadas como Scarface o El Forajido, filme que lanzó a la sensual Jane Russell.

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Hughes destacó también como playboy, faceta en la que gracias a su apostura y su dinero, no tuvo dificultades para desenvolverse. Vivió romances con Ava Gardner y Katharine Hepburn. Pero no todo en su vida era de color de rosas.

El magnate poseía una personalidad extraña, con brotes de paranoia y actitudes psicóticas, que se manifestaban en excentricidades cada vez mayores, que fueron acrecentándose con el paso de los años hasta desembocar en la pura demencia.

Los médicos diagnosticaron que padecía Trastorno Obsesivo Compulsivo, pero se cree que su salud mental también pudo deteriorarse por las secuelas de la sífilis, una enfermedad que contrajo con solo veinte años a causa de su voracidad sexual. Además, era adicto a la morfina, a la que recurría para superar el dolor crónico que sentía como consecuencia de varios accidentes aéreos.

Lo cierto es que las rarezas de Hughes no pasaban desapercibidas. En 1957, cuando se casó con la actriz Jean Peters (en la foto), exigió que todos los invitados acudieran vestidos como si fueran a cazar patos. Además, a causa de la enfermedad venérea que padeció, Hughes se obsesionó hasta tal punto que exigió siempre a sus parejas femeninas que se sometieran a un examen médico antes de tener relaciones con ellas.

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Pero la obsesión creció hasta tal punto que llegó a sentir aversión a tocar a cualquier persona y, más aún, a ser tocado. Con su propia esposa, incluso en los últimos años de matrimonio llegó a comunicarse únicamente por teléfono.

Poco a poco, Hughes fue aislándose del mundo, y los últimos diez años de su vida los pasó recluido en su mansión. Vivía rodeado de médicos, a los que pagaba un dineral. Por no hacer nada, porque rara vez se veía con ellos. Y tenía una sala de cine donde habitualmente hacía maratones de películas que podían durar varias semanas, durante las que solo se alimentaba con galletas y leche.

Sus rituales eran cada vez más complicados. Por ejemplo, para entregarle la prensa, tenían que llevarle siempre tres ejemplares de cada periódico. Él, cogía siempre el de en medio con las manos envueltas en papel, y luego pedía que quemaran los otros dos.

Hughes falleció en 1976, cuando era trasladado en avión a un hospital de Houston. Presentaba un estado atroz. Terriblemente delgado, con una barba de días, le sobresalía un hueso del cráneo y tenía además cuatro agujas hipodérmicas clavadas en los brazos.

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Vicente Fernández López