Pero además, ese contacto piel con piel y ojo con ojo empieza a sentar las bases para una relación decisiva en la vida de cualquier ser humano: el vínculo con la madre. Esos lazos que hasta ahora te unen a tus progenitores van más allá del amor: “El vínculo con los padres ayuda a construir la identidad y la seguridad en uno mismo, y permanece en el psiquismo aun muertos aquellos”, afirma Teresa Miró, profesora de Psicología en la Universidad de Barcelona, quien también destaca que se va forjando como fruto de una continuidad a lo largo de la infancia. Sin embargo, llegamos al mundo predispuestos a sentar sus bases de inmediato. “Entre los primeros 30 y 120 minutos, un recién nacido se encuentra en una fase de atención más intensa y de interés por estímulos con valor social, como la voz y el rostro humanos”, asegura Miró. Por eso, cada vez más los especialistas fomentan el contacto sensorial inmediato con la madre. Si su falta se prolongara durante semanas, podría configurarse como “un factor de riesgo para niños con predisposición genética al autismo”, aclara la psicóloga.
Ese primer período de alerta y búsqueda de la interacción con la madre se debe a que el parto somete a sus dos protagonistas a un baño hormonal que propicia los lazos de amor y dependencia. El obstetra Michael Odent (Reino Unido) ha relacionado la segregación de oxitocina en esos momentos con el aprendizaje de la capacidad de amar en el bebé. Pionero en la defensa del parto natural y en un entorno íntimo, sugiere que el uso de oxitocina sintética y anestésicos impide el chute natural de hormonas y podría contribuir a distorsionar la capacidad de amar al prójimo y a uno mismo en la sociedad moderna.
Una larga sombra que también puede originarse en el rechazo de la madre. Según la psicoanalista Carmen Gallano, de Madrid: “Las respuestas a los primeros gritos y lloros del bebé son las que dejan huella psíquica, a veces traumática, si no transmiten el deseo de la madre de acogerlo a través de sus palabras, gestos, miradas y voz”. En esa misma línea, el psicólogo de la Universidad de California Adrian Raine realizó un estudio con jóvenes daneses violentos y concluyó que el principal factor de riesgo en su actitud era la mezcla de un parto complicado y el inmediato rechazo de la madre tras dar a luz.
Afortunadamente, estas circunstancias se ven contrarrestadas por otro factor de primera hora: el talante. Todos llegamos aquí dotados de “una serie de capacidades propias para percibir, aprender, contactar con el entorno, resistir la frustración, calmarse, etc., y las manifiestamos en forma de llanto, miradas o gestos”, explica Teresa Miró. El llamado test de Brazelton, el pediatra americano que denominó a esas capacidades “competencias”, nos permite conocerlas. Esto resulta interesante para el futuro, ya que las características de cada uno determinarán las respuestas de quienes le rodean. Para llegar a adultos con la dotación inicial desarrollada, “el recién nacido necesita ese intercambio social, y sus capacidades solo evolucionarán positivamente en un entorno favorable”, añade Miró.

Redacción QUO