No lo puedo evitar. Es escuchar los primeros acordes de Simply the Best, de Tina Turner, y mis pies empiezan a moverse al ritmo de la música. Lo mismo le sucede a Snowball, una cacatúa que vive en el centro Bird Lovers Only de Indiana (EEUU) cuando sus cuidadores le ponen un CD con Everybody, de los Backstreet Boys. Sí. No es un montaje. Esta cacatúa bailonga se hizo tan famosa en YouTube que despertó la curiosidad de un equipo de investigadores del Instituto de Neurociencia de La Jolla, California (EEUU) y decidieron estudiar si su habilidad podía ser considerada un verdadero baile. Dicen los expertos que para bailar es necesario que exista lo que denominan BPS (beat perception and synchronization), es decir, percepción del ritmo y sincronización.

Así que, para averiguar si Snowball era capaz de hacerlo, necesitaban determinar si el ave podía adecuar sus movimientos al ritmo de una canción, para lo que le hicieron varias pruebas variando el tempo de su hit preferido. Y en la mayoría de los casos, la cacatúa adecuó su baile al nuevo ritmo (algunas veces se paraba sin motivo aparente). Los investigadores de La Jolla analizaron todos sus movimientos y concluyeron que, efectivamente, bailaba, aunque con la habilidad y coordinación de un niño de entre dos y cuatro años.

Según el neurocientífico Aniruddh Patel, uno de los autores de este estudio: “Hasta ese momento pensábamos que no existía ninguna especie no humana capaz de sincronizar sus movimientos al ritmo de la música. La habilidad de Snowball nos sugiere que la percepción musical del ritmo y la sincronización no se originó como una especialización cerebral de la música, sino que es una habilidad latente en cerebros con cierto aprendizaje vocal, como los pájaros cantores, los loros y las cacatúas. Algo que explicaría también por qué otras especies mucho más cercanas a nosotros evolutivamente, como los simios, carecen de esta habilidad”. Entonces, ¿son o no capaces de danzar los animales?

Si cantas puedes bailar

Para Lawrence Parsons, neurocientífico de la Universidad de Sheffield (Reino Unido) que ha realizado la investigación sobre el baile en humanos más completa hasta el momento: “Existe consenso científico en que solo los humanos somos capaces de hacerlo. No se ha visto ningún caso de animales que bailen en su medio natural, si tenemos en cuenta que supone moverse al ritmo de la música de manera coordinada. En cuanto a los estudios recientes que aseguran que algunas aves cantoras que viven entre seres humanos son capaces de seguir el compás con la cabeza y balancearse ante ritmos musicales, yo sería muy cauto. Las aves, que son muy sociales, probablemente aprenden estos movimientos porque sus propietarios alientan y recompensan este comportamiento. Por otro lado, el que sean los pájaros cantores y no otros los que poseen esta habilidad puede ayudar a los científicos a entender la evolución de los mecanismos del cerebro humano relacionados con la música y el baile”.

De hecho, al preguntarle a Patel por el aspecto más relevante de su investigación aseguró: “La conexión entre música y movimientos es muy poderosa y, si demostramos que esto es posible fuera de nuestra especie, sabremos cómo evolucionó en el cerebro humano la capacidad de responder a la música con movimiento”. Pero ¿qué llevó al Homo sapiens a lanzarse a las pistas de baile?

Placer en movimiento

“Por lo que sabemos, es probable que mientras aprendíamos a hablar imitáramos los sonidos que hacían nuestros iguales. Después, quizá nuestro sistema motor conectó con el auditivo y ambos se unieron para siempre, de manera que comenzamos a emitir los sonidos que hacemos al hablar o al caminar (pasos o gruñidos) al unísono y nos coordinamos. De esta unión entre sonidos y movimientos pudo surgir el baile. Esto explicaría el nexo entre la capacidad de vocalizar (emitir sonidos) y la danza”, asegura Parsons.

También se ha demostrado que los seres humanos nos movemos espontáneamente porque las emociones provocadas por la música y la danza son una fuente de placer para nuestro cerebro. Así, según el neurólogo de la Universidad de Columbia John Krakahuer: “Muchas cosas estimulan nuestro centro de recompensa cerebral, y una de ellas es, sin duda, la realización de movimientos coordinados”.

De hecho y según su teoría, esta es la razón por la que nos emocionamos cuando asistimos a una escena de lucha o a una persecución de coches en una película. También estas dos son coreografías, pues en el caso de la danza se juntan dos placeres: el que sentimos al ver movimientos coordinados y el que nos produce la música”. En definitiva, bailar, lo hagamos bien o mal, pone en funcionamiento los mismos centros cerebrales que despiertan el placer de un orgasmo o una buena comida. Y ya sabemos que, según los científicos, cuando algo nos resulta gratificante, lo más probable es que mejore la supervivencia de nuestra especie y, por tanto, esto se convierta en una razón evolutiva para que perdure en el tiempo.

Redacción QUO