El célebre joyero vasco Ixidor Zuluaga también mantuvo a buen recaudo su herramienta básica de trabajo, al menos durante los veinte años anteriores a su jubilación, con un seguro que le habría permitido un alivio, solo económico, en caso de que un percance las inutilizara. Zuluaga hizo los más hermosos anillos de diamantes, orlas de rubíes, esmeraldas con oro amarillo, excepcionales sortijas de esmeraldas y brillantes. Y sus manos se gastaban: “Sobre todo, las puntas”, declaró a El Correo Español-El Pueblo Vasco cuando festejaba 50 años domando piedras preciosas. “Metes a fuego una pieza y sin darte cuenta… La coges y te quemas. Y luego, al limar continuamente…”
Hoy, su hijo Ander, artífice de las joyas y protector de un oficio artesanal escaso, explica que cada materia con la que trabajas exige una disciplina y un trato que solo pueden dar las manos. “El platino, por ejemplo, no admite demasiado juego, y sí muchísimo mimo en el proceso de laminación. El resultado es una pieza única y un motivo más para no dejar que la destreza se deje avasallar por la tecnología”.
De esta necesidad de palpar la materia sabe mucho la escultora Xana Kahle, profesora de la Facultad de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid. Trabaja areniscas, alabastro y cerámica, y cuando el resultado es ya evidente, aún tiene que deleitarse la vista con la obra, “arrullarla con las manos, acariciar la superficie y recorrer sus curvas, sus planos y sus texturas. Es la recompensa a tanta dedicación”.

Redacción QUO