Por suerte, el cerebro no es una maquina infalible. Si no fuera porque los ojos lo engañan, no existiría el asombro. Y el hombre puede manipular esta capacidad por medio de las ilusiones ópticas. El mecanismo de estas “mentiras visuales” se basa en que el cerebro interpreta de modo erróneo las señales que el ojo le envía. Y David Macdonald se aprovecha de ello para sorprender.
Este director de cine, devenido mago del 3D, ha hecho del asombro una forma de arte. Sus ilusiones juegan a estimular la vista y confundir el cerebro con perspectivas imposibles, tal y como hacían su dos fuentes de inspiración: el holandés M.C. Escher y el sueco Oscar Reutersvärd, verdadero creador del triángulo de Penrose, o triángulo infinito.
Hijo de un fotógrafo, a los 8 años ya experimentaba en el cuarto oscuro. Más tarde se formó en arte, matemáticas avanzadas y dibujo de ingeniería. No es extraño que al combinar todo esto con un aprendizaje autodidacta de Photoshop –“en el cual baso el 90% de mi trabajo”, aclara–, el resultado sean estos espejismos digitales. Macdonald comenzó a explorar el arte digital hace unos 12 años, y según declara: “Hoy, una de mis obras me lleva menos de la mitad del tiempo que requería entonces.” Macdonald comienza su tarea fotografiando un objeto desde diferentes ángulos. Luego le agrega los detalles imposibles con un software de 3D. Finalmente, le suma, una a una, capas de luces y sombras, para darle vida. “Mi aproximación es idéntica a la que hago con una película, sumándole vida y atmósfera con Photo­shop”, nos aclara Macdonald. “Y para evitar que las fotografías tengan un aspecto demasiado digital, casi no utilizo filtros ni plugins, y hago todo el trabajo a mano”. Así trabaja hasta lograr imágenes que tienen unos 2 gigabytes; cada foto de Macdonald pesa tanto como 24 horas de vídeo en Flash. Y esto no es una ilusión.

Redacción QUO