El fenómeno selfie ha dejado al descubierto la cantidad de personas que estaban reprimiendo el deseo de exhibir su cuerpo y hacer ostentación de unas dotes, femeninas o masculinas, bien cultivadas. Ahora el impulso se ha vuelto tan frenético que podría obligar a los expertos en salud mental a revisar el concepto de exhibicionismo. Tradicionalmente, la exposición del cuerpo desnudo en público y la satisfacción lograda por ello estaba considerada como trastorno o, en el mejor de los casos, una preferencia sexual sospechosa. Si, de acuerdo con los criterios de la psiquiatría, exhibicionista es quien expone sus propios genitales a un extraño que no lo espera, el fenómeno selfie podría haber creado una legión de exhibicionistas cuyo comportamiento encajaría dentro de la normalidad.

El sexólogo Fernando Villadangos cree por ello que debería revisarse el concepto de exhibicionismo y definir mejor la línea que separa la normalidad de la perversión. “Actualmente –explica- existe el término parafilias para agrupar a una serie de comportamientos eróticos que pueden entrar perfectamente dentro de la normalidad en la sexualidad humana. Es bueno, en cuanto a la aceptación de la propia sexualidad, haber evolucionado de los ismos (exhibicionismo, vouyerismo, sadismo, masoquismo, por mencionar los más conocidos), a las filias en cuanto supone una actitud más correcta de comprensión y aceptación de ciertas formas hasta hace poco descalificadas”.

Si estamos pasando del miedo a la aceptación y de la represión sexual a la plasticidad sexual, quizás deberíamos pensar que se trata de una cuestión de grados y, como dice Villadangos, “evolucionar hacia un concepto de la sexualidad donde lo normal abarque todo aquello que la persona desee hacer y compartir en su intimidad desde el respeto y disfrute mutuos”.

La esclavitud sexual, un delito común y silencioso

Las acusaciones vertidas contra el príncipe Andrés, quinto en la línea de sucesión a la corona británica, devuelven a la actualidad un escándalo que se desarrolla bajo la consigna del silencio, la esclavitud sexual. Según la acusación, la mujer fue forzada a mantener relaciones sexuales cuando era menor de edad en Londres, Nueva York y en una isla privada del Caribe donde se organizó una orgía con menores de edad. Ya en 2008, un amigo multimillonario fue condenado como criminal sexual a 18 meses de prisión por requerir servicios de prostitución a una menor de edad.

Según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito en Centroamérica, el crimen organizado invierte unos pocos millones de dólares en la trata de niñas con fines de explotación sexual y gana miles de millones de dólares. La situación es particularmente grave en países como México o Costa Rica, por ser países de tránsito.

El proceso comienza con la captación y reclutamiento de la víctima con supuestas ofertas laborales y en un plazo máximo de 72 horas la menor es trasladada al punto de explotación sin dejar rastro. Recluidas en bares, prostíbulos o fincas, a las mujeres se les priva de libertad y son castigadas con deudas eternas por traslado, alojamiento, vestido o comisiones por cada cliente.

Según un informe de la Asociación para la Eliminación de la Explotación Sexual en Guatemala, se ignora el perfil de los tratantes y el número de denuncias es insignificante frente a la magnitud de la esclavitud sexual. La persecución penal de los tratantes ataca niveles inferiores de la cadena, sin castigar “a los altos niveles y menos aún a las estructuras”, subraya el informe.

Redacción QUO