El algodón de azúcar lleva siendo la delicia de pequeños y mayores desde el año 1400 gracias a los italianos. Cuatro siglos después, pasó de ser un elaborado proceso a mano a automatizarse gracias a los fabricantes de caramelos William Morrison y John C. Wharton, que lo apodaron como Fairy Floss (Seda de hadas).

Aunque la máquina ha avanzado con la tecnología, su funcionamiento es básico: al igual que en los parques de atracciones, el truco está en monetizar la fuerza centrífuga. El azúcar y el colorante se ponen en el centro de la máquina, donde hay un pequeño cuenco con un dispositivo dispuesto a hacerlo rotar a gran velocidad y una fuente de calor que a su vez ira derritiendo el contenido. Después, gracias a la fuerza centrífuga, el líquido se filtra por unos pequeños agujeros que hay a los lados. Cuando el azúcar entra en contacto con el aire se solidifica, provocando que se formen unos hilos muy finos que nos recuerdan al algodón. El feriante entonces los junta con un palo o con su mano y nos hace entrega del delicioso manjar.

Como la mayor parte de la ‘seda de hadas’ es aire, el tamaño de la golosina queda bastante grande, provocando que el algodón parezca que se está comiendo al niño.

A pesar de la creencia general de que esta golosina puede causar caries dado que en esencia es azúcar, es importante señalar que tiene una cantidad mucho menor que una lata de refresco típica de 350 centímetros cúbicos, es decir una cantidad cercana a una cucharadita.

*Publicado en Quonectados.

Redacción QUO