No era para celebrar la victoria. Ni tampoco para hacerse unas lentejas bien condimentadas, era sencillamente con el fin de halagar su vanidad. Según el historiador romano Suetonio, “Julio César acostumbraba a peinar su escaso cabello desde la coronilla” por lo que se mostró encantado cuando el Senado le permitió llevar los laureles de la victoria siempre que él quisiera.

Siempre fue un hombre muy preocupado por su calvicie. Según narra la historia, Cleopatra le recomendó una cura que ella misma patentó con este fin: un bálsamo hecho con cenizas e ratón, grasa de oso, dientes de caballo y médula de ciervo. Su fin era frotarlo en el cuero cabelludo hasta que el pelo salía. Como podéis suponer… no fue muy efectivo.

Otro como el comandante cartaginés Aníbal, también tenían problemas de calvicie. Según narra Polibio, este encontró un modo de solucionarlo: pelucas y más pelucas. Cuentan que incluso sus más allegados tenían problemas para reconocerle.

*Publicado en Quonectados.

Redacción QUO