Hace unos 430.000 años diecisiete individuos murieron en la actual Sierra de Atapuerca, en Burgos. Hoy sus cráneos protagonizan un amplio estudio que los ha inspeccionado minuciosamente para llegar a la conclusión de que aquella gente empezaba a tener cara de neandertal. El rostro proyectado hacia delante, la forma de la zona de las cejas, los dientes e incluso una parte del omóplato, la cavidad glenoidea, responden a las características de ese linaje. Sin embargo, el resto de la cabeza presenta una apariencia más arcaica, en la que, por ejemplo, falta la protuberancia en la parte posterior del cráneo llamada moño occipital.

Esa mezcla de rasgos viene a confirmar la idea, defendida por muchos científicos, de que las características neandertales surgieron en lugares diferentes y en distintos momentos y no como resultado de un proceso lento en una única población. Así lo expresa un artículo de la revista Science que detalla el hallazgo, firmado por Juan Luis Arsuaga, profesor de Paleontología de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Selección Española de la Ciencia, como primer autor.

Los fósiles se han encontrado en la llamada Sima de los Huesos y siete de los cráneos analizados se han presentado por vez primera. “Se ha vuelto a ratificar que este yacimiento es único en el mundo”, nos comenta Antonio Rosas, paleobiólogo del Museo de Ciencias Naturales CSIC que no ha intervenido en el estudio. Además considera que con él este modelo de evolución por distintos grupos de rasgos, “llamado evolución en mosaico, ha quedado ahora ilustrado de manera especialmente bonita”.

Esta idea deja un poco más claro el turbio panorama de quién era quién (y cómo) en el oeste europeo en pleno Pleistoceno Medio (hace entre 450.000 y 400.000 años). Sabemos que sus pobladores habían salido de África (donde nuestros antepasados seguían evolucionando) y se había escindido entre quienes fueron a poblar Asia y quienes giraron hacia el oeste hasta llegar al sur de la Península Ibérica. El problema para reconstruir el puzzle radica en la dispersión geográfica de los restos que se van encontrando, tanto en el espacio como en el tiempo.

El hecho de que los rasgos neandertales de estos individuos, que los autores consideran miembros de una misma población, estén relacionados con el aparato masticador apunta a que obedecieron a una especialización en esta actividad.

En un comentario en el mismo número de Science, el paleontólogo Jean Jacques Hublin hace referencia a otro de los aspectos contemplados en el artículo: los ejemplares de la Sima de los Huesos presentan una capacidad craneal media de 1.232 cm2, mayor que la del Homo erectus, por debajo de las del neandertal y el Homo sapiens del Pleistoceno, y parecida a la de otros homininos del Pleistoceno Medio que no son H. sapiens. Hublin destaca que el aumento del volumen cerebral también se produjo “en la rama africana que dio lugar a los humanos modernos y en el H. erectus tardío del este de Asia. Los homininos se ayudan de la tecnología y la complejidad social, y por eso no resulta sorprendente observar esas evoluciones en paralelo, porque todos esos linajes estaban sometidos a unas presiones de selección parecidas”.

Por su parte, Antonio Rosas explica que “el trasfondo de este hallazgo es la discusión acerca de si todas las poblaciones del Pleistoceno Medio que vivían en Europa pertenecen al linaje de los neandertales o si en Europa había viviendo diferentes grupos humanos”. Los autores afirman aquí que en la Sima de los Huesos había una población “claramente comprometida en la dirección de los neandertales y otras que probablemente no”, lo que deja la discusión del origen neandertal de nuevo sobre la mesa.

Pilar Gil Villar