Un niño español llega al colegio, le enseñan una A en la pizarra y ya sabe para siempre cómo pronunciar ese signo; como mucho, puede que tenga dificultades con las excepciones que produce la u cuando coincide con una “q” o una “g” (“guerra”, “guarra”, “ungüento” son tres casos). O con la “g” de “coger” y la de “colgar”.

Pero un niño chino tiene que realizar dos procesos cada vez que ve un hànzì (un ideograma como los que ves arriba): saber qué significa y determinar cómo se desmenuza en fonemas (letras) para pronunciarlo. A su vez, el tono en el que ese niño tiene que decir cada fonema es crucial para el significado del término o de la frase. En los idiomas no tonales (los occidentales, el árabe…) la entonación es un matiz; solo es crucial en las preguntas.

Pero en chino mandarín hay cuatro tonos (más uno llamado “ligero”) en los que se puede modular una sílaba. Por ejemplo, el segundo tono es ascendente: sube del tono medio al más agudo, similar a nuestra interrogación. O el tercer tono, que es de curva: baja y luego sube. De este modo, la palabra ma en el primer tono significa “madre”, en el segundo “cáñamo”, en el tercero “caballo” y en el cuarto “insultar”. Lo peor es que no hay indicaciones escritas de cómo entonar; simplemente, tienen que memorizar el tono de cada concepto. Un peligro para un lego en el idioma.

La gramática es sencilla, no hay conjugación ni declinacion, pero es crucial el orden de las palabras

En cambio, el niño español aprende que “mamá” siempre se lee igual y significa lo mismo (acentuada de ese modo), y la entonación ya solo matiza si hay urgencia, cariño, pena en la expresión. Con estos mimbres, y con el aliento caliente del dragón chino en el cogote de Occidente, no es raro que se multiplique el interés por aprender el mandarín, que comparten unos 800 millones de hablantes según el Observatorio de la Economía y la Sociedad de China.

Aunque el interés de Anxo Pérez es más bien enseñarlo. Ya, cuanto antes. Solo a hablar, no a escribir. Y sin pararse a explicar los condicionantes que has leído en los párrafos anteriores. Este traductor e intérprete gallego que habla nueve idiomas y ha trabajado para el FBI, la ONU y el Senado de EEUU ha fundado 8belts.com, una academia online para aprender chino. “Pero el chino que se habla, el que oímos en la calle y que puede lograr que seamos independientes”, insiste Pérez en su entrevista con Quo.

Como simple alumno, Anxo se dio cuenta de que “los métodos de aprendizaje pierden tiempo y energías en enseñarnos cosas que nunca vamos a utilizar”, así que prefirió centrarse en diseccionar la parte útil del idioma: “Hay un 20% de la lengua que se utiliza para el 80% de los casos”. Esta proporción es aproximada, es más un lema de su marca, porque él es incapaz de determinar el porcentaje exacto, pero da idea de su esfuerzo para convertir el aprendizaje en algo extremadamente práctico.

Algoritmos y charlas en cafés

Su primer paso fue reunir un corpus con los términos y expresiones más útiles del mandarín. Comenzó por analizar sus necesidades de conversación en los frecuentes viajes que realizaba, y ahora ha sistematizado esa recolección empleando a un equipo de seis lingüistas políglotas. “Aunque lo más importante es analizar, clasificar y jerarquizar después toda esa información”, matiza Pérez. Se ordena la información por su utilidad, por la equivalencia con el español… y sobre todo se busca “eliminar ambigüedades” .

El segundo estadio fue encender el cerebro matemático que lleva dentro (“hasta he ganado premios académicos”). Ideó unos algoritmos capaces de deducir qué términos y expresiones logra o no logra retener un alumno cuando empieza su curso dentro de la web. Es decir, “el programa no personaliza lo que enseña a cada alumno, pero sí detecta qué cosas debe repetir más veces para no olvidarlas, y cuáles ya tiene asimiladas”, cuenta Pérez.

Lo que no está escrito

El método no hace caso nunca a la lengua escrita (ni siquiera la más actualizada, que puede leerse en prensa y en best-sellers), y por eso cuenta con centenares de ejercicios con audio para repetir. Si lo hiciera, entraría en un marasmo que los propios nativos tardan décadas en dominar, y que es el dolor de los alumnos, porque hay 50.000 ideogramas que expresan conceptos. Y al no ser simples letras, sino conceptos que resumen varias palabras, estos hànzì (que los japoneses adoptaron y tranformaron en kanjis hace siglos) tienen una “anatomía” complicada, y escribirlos es de hecho un arte tradicional.

La única ventaja frente al castellano (y muchos otros idiomas latinos) es que la gramática es sencilla: las palabras no se declinan, ni los verbos se conjugan, lo cual hace que, a cambio, el orden de los sintagmas sea intocable para comprender el significado de una frase. ¿A que ahora ya no te suena todo a chino?

Redacción QUO