En el año 480 a. C., las rocas del Helesponto, el estrecho que separa Europa de Asia, vieron cruzar al ejército más numeroso jamás conocido. Según las crónicas, 300.000 guerreros persas con elefantes y equipados con las máquinas de guerra más poderosas de la época atravesaron el mar gracias a un colosal puente construido sobre barcas de madera. Les escoltaba una flota formidable, formada por más de mil galeras. ¿Su objetivo? Conquistar la actual Grecia.

Según relata Heródoto, el rey Jerjes de Persia había crecido soñando vengar la humillación sufrida por su padre, Darío, al ser derrotado por los atenienses y los espartanos en la batalla de Maratón. El soberano reunió una fuerza realmente abrumadora y con ella se lanzó a sojuzgar la península helena.

La muerte de los 300

Nada más iniciarse la ofensiva, los diferentes pueblos griegos (atenienses, espartanos, corintios… ) trataron de organizar una defensa conjunta. El rey de Esparta, Leónidas, y trescientos de sus guerreros se atrincheraron en el desfiladero de las Termópilas para tratar de frenar el avance de la infantería enemiga, mientras que Temístocles, el líder ateniense, dirigía a la flota helena para enfrentarse a la armada persa en Artemisio. El nombre se debe a la reina Artemisia, soberana de los jonios, que había traicionado a los griegos aliándose con Jerjes. La reina era una de las comandantes de la flota invasora, de modo que se convirtió en una de las primeras mujeres de la historia en tener el mando de un ejército en una batalla.

Los griegos engañaron a Jerjes con un falso mensaje en el que le hacían creer que estaban divididos

Finalmente, tras dos días de épica resistencia, Leónidas y sus espartanos fueron masacrados por los persas. Igualmente, la flota griega fue derrotada por la armada enemiga, mucho más numerosa. Las naves supervivientes emprendieron la huida buscando un lugar seguro en el que reorganizarse, y el pánico se extendió por toda la península helena. La ciudad de Atenas fue evacuada y saqueada por los persas. Jerjes había ganado el primer asalto.

La famosa película 300 recreó de forma espectacular la batalla de las Termópilas. Ahora se estrena su secuela, 300: el origen de un imperio, que narra (de forma un tanto libre) los acontecimientos posteriores y se centra sobre todo en el enfrentamiento de Salamina.

La ingeniosa trampa de Temístocles

Tras la muerte de Leónidas, entre los griegos cundió el desánimo. Parte de ellos eran partidarios de parlamentar con el enemigo, pero Temístocles se mostraba tajante en su decisión de luchar hasta las últimas consecuencias. Consideraba, además, que lo primordial era derrotar a la flota persa. Sin el apoyo de la armada, el ejército de tierra lo tendría complicado para recibir refuerzos y ser abastecido con víveres, con lo cual sería más sencillo diezmarlo. Y el modo en que el estratega ateniense logró atraer al enemigo hasta una trampa perfecta ha pasado a la historia como una auténtica obra maestra de las intrigas bélicas.

El líder ateniense envió un mensajero pidiendo refuerzos. El emisario tenía que atravesar el territorio ocupado por el enemigo, pero eso era lo que el general griego pretendía: que fuera apresado. Y asi sucedió. De esa manera, cayó en poder de Jerjes un mensaje en el que Temístocles relataba una situación angustiosa: sus aliados corintios estaban a punto de abandonarle y en esas condiciones su mermada flota no podría resistir a los persas.

[image id=»63588″ data-caption=»La táctica de combate navalconsistía en embestir las naves enemigas con un espolón de acero que los barcos llevaban en la proa. La intención era partir en dos el navío rival y hundirlo. Pero si no se conseguía ese propósito, se producía un abordaje y un posterior combate cuerpo a cuerpo. Cada trirreme griega llevaba a bordo un cuerpo de asalto formado por unos cincuenta hoplitas (nombre que recibían los guerreros atenienses y espartanos).» share=»true» expand=»true» size=»S»]

Esas eran las noticias que Jerjes estaba deseando escuchar, por lo que ordenó atacar cuanto antes a los griegos. El soberano desoyó así los consejos de su más prudente aliada, la reina Artemisia, quien le aconsejaba exactamente lo contrario: “Espera, Jerjes, no ataques aún. Cuanto más esperes, más cundirá el desánimo entre tus enemigos”, le repetía una y otra vez. Pero el rey, viendo la victoria al alcance de su mano, no le hizo caso.

Tal y como relata Heródoto, lo que Temístocles contaba en su mensaje era falso. Dado que su armada era muy inferior a la de sus enemigos, sabía que si se enfrentaba a ellos en mar abierto (como había sucedido en Artemisio), estaría en inferioridad de condiciones. Pero si lograba atraerlos hasta un lugar suficientemente estrecho, entonces la superioridad numérica de la flota persa se volvería contra sí misma, ya que la armada no podría maniobrar.

Cinco horas violentas

Temístocles concentró su flota en el golfo Sarónico, en cuyo centro se encuentra la isla de Salamina, que lo divide en dos canales. Según el relato del dramaturgo Esquilo, quien combatió en la batalla, la flota griega no llegaba a los 400 barcos, mientras que la persa superaba los 1.000; aunque los historiadores modernos rebajan esa cifra a 800.

La táctica habitual de combate naval en aquel tiempo consistía en embestir a las naves enemigas para que la infantería que viajaba en los barcos las abordara. Así, los griegos atacaron brutalmente a la primera línea de la flota persa, formada por las naves de sus aliados fenicios. La maniobra fue un éxito. Los barcos griegos, como si fueran una cuña, penetraron entre la flota persa y la dividieron en dos. Además, al ser tan numerosos, los barcos persas prácticamente no podían maniobrar sin colisionar entre sí.

Esquilo, que luchó en la batalla, relató cómo los hombres caían al mar y se ahogaban al ser golpeados por los remos de los barcos

El combate fue breve, pero sangriento. Según relata Esquilo, duró apenas cinco horas. Las cubiertas de los barcos se convirtieron en pequeños campos de batalla donde los infantes de ambos ejércitos luchaban cuerpo a cuerpo. “Decenas de hombres de ambos bandos caían al mar y morían ahogados, golpeados sin piedad por los remos de las naves enemigas”, relató el autor al describir esta terrible escena.

La fortuna sonrió a los griegos, que dieron muerte al almirante rival, Ariamenes. Ese hecho provocó el desconcierto entre los persas que, sin su jefe, emprendieron la retirada. El barco de la reina Artemisia, que había participado activamente en el combate, fue acosado de cerca por naves helenas y en su huida chocó accidentalmente contra otra nave persa. Eso hizo que los griegos pensaran que la había embestido con intención de abordarla y que, por tanto, realmente estaba de su parte, por lo que dejaron de perseguirla. Gracias a ese percance, la soberana salvó el pellejo. Con todo, su valor en la batalla había sido tal que, según cuenta Heródoto, Jerjes llegó a decir: “Mis hombres se han comportado como mujeres, mientras que las mujeres han luchado como auténticos hombres”.

El rey persa montó en cólera, y mandó ejecutar a los oficiales fenicios como escarmiento. Luego, regresó a su tierra y dejó el ejército al mando del general Mardonio, para que mantuviera las posiciones conquistadas. Los griegos recuperaron Atenas y al año siguiente, en 479 a. C., derrotaron nuevamente a los persas en la batalla de Platea, con lo que les expulsaron definitivamente de su territorio.

Vicente Fernández López