Una de las sustancias estrella es DADLE (D-Ala, D-Leu-encefali­na), similar al opio (no en balde, la planta de la que se extrae el opio es la adormidera, o Papaver somniferum) y muy semejante a una familia de moléculas que produce nuestro cerebro y que, por otro lado, es la misma que incentiva la hibernación estival de ciertas ardillas. En las células humanas, esta sustancia ya se ha probado, y los resultados, consideran los expertos, son muy esperanzadores, pues causa una disminución de la actividad de los genes y reduce el grado de división celular. Así, DADLE pone las células a dormir, y lo único necesario para revertir el proceso es eliminar la molécula. “Pero aún queda mucho tiempo hasta que se pruebe en humanos”, nos confirma Biggiogera. “Lo que sí podemos decir es que se utilizará en distintos campos. No solo servirá para los viajes espaciales de largo recorrido, donde la hibernación es deseable. También será útil en guerras y catástrofes.” Desde Turín, Biggiogera profundiza más: “Por ejemplo, se podrá inducir el sueño a un herido. Así, su cuerpo necesitará menos oxígeno, tendrá menos desgaste y estrés postraumático, y se incrementarán sus posibilidades de supervivencia. Servirá también para órganos de trasplante, que podrán sobrevivir unas 24 horas y así llegar a cualquier rincón del mundo, algo hasta ahora impensable. Pero también tendrá otros usos. Una de las vertientes de estudio es utilizarlo en terapia contra la obesidad”. “Falta un tiempo para esto”, concluye Biggiogera, “no podría precisar cuánto. Lo que sí sé es que hemos entrado en lo que creíamos que era ciencia ficción.” Afortunadamente, estos hallazgos son cada vez más ciencia y cada día menos ficción. Y además, si la hibernación no funciona, siempre tendremos la regeneración. Mientras en el mundo se están haciendo avances que nos convertirían en salamandras (véase el recuadro), en España no nos quedamos atrás. Juan Carlos Izpisúa Belmonte, director del Centro de Medicina Re­generativa de Barcelona (CMRB), es uno de los investigadores dedicados a la reprogramación celular, algo que hace un año no existía. En el CMRB ya han conseguido que algunas células de pelo, una vez reprogramadas, vuelvan a diferenciarse hasta obtener células cardía­cas. Esto significa un salto hacia la evolución. Hasta ahora, para reparar tejidos era necesario obtener embriones, de los cuales se lograban células madre capaces de desarrollarse y formar cualquier tejido. Hoy ya sirven todas las células del paciente para reprogramarlas y obtener la información necesaria para reparar el tejido de prácticamente todos los órganos de nuestro cuerpo.

Viaje al centro del hombre
Pero para introducir estas células en el organismo se necesita una suerte de nave, una Nautilus nanométrica. Y de esto se encarga Ernest Giralt, jefe del programa de Química y Farmacología Molecular del Institut de Recerca Biomèdica de Barcelona. Giralt investiga la tecnología necesaria para convertirnos en un cruce entre Galeno y el superhéroe Atom (que lograba reducirse a tamaño subatómico). Decorando “naves” que miden apenas unos pocos nanómetros (un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro) con un péptido, estos Nautilus logran entrar en la célula sin dañarla, y allí liberar su carga, ya sea un medicamento o una célula madre, algo sumamente novedoso y que podría detener el avance de enfermedades neurológicas. Estas “naves”, hechas con oro, son 4.000 veces más pequeñas que el diámetro de un cabello. El objetivo de Giralt es el alzhéimer. La causa de esta enfermedad es la formación de depósitos de proteína ameloide. En tests realizados en laboratorio han comprobado que al calentar el oro de las partículas, el calor se disipa y disuelve los depósitos de proteína ameloide de la célula. Desde ese momento se podría restaurar la función neuronal. Quizá llegue el día en que los niños ya no pidan ser invisibles, tener rayos X o volar, sino ser científicos y curar enfermedades.

Redacción QUO