La teoría de la evolución biológica se ocupa de tres materias diferentes. La primera es el hecho de la evolución; es decir, que las especies vivas cambian a lo largo del tiempo y están emparentadas entre sí debido a que descienden de antepasados comunes. La segunda materia es la historia de la evolución, o sea, las relaciones particulares de parentesco entre unos organismos y otros; por ejemplo, entre el chimpancé, el hombre y el orangután. La tercera materia se refiere a las causas de la evolución de los organismos. La primera cuestión es la básica, pues si los organismos no evolucionan, la teoría de la evolución no tendría nada que estudiar. Charles Darwin, el fundador de la teoría moderna de la evolución, acumuló evidencias de que los seres vivos son descendientes modificados de antepasados comunes. Y estas evidencias a favor de la evolución han aumentado desde entonces. El origen evolutivo de los organismos es hoy una certeza científica comparable a las de la redondez de la Tierra, la rotación de los planetas alrededor del Sol y la composición molecular de la materia. Este grado de certeza, que va más allá de toda duda razonable, es lo que señalan los biólogos cuando afirman que la evolución es un “hecho”. Lo afirmaba el papa Juan Pablo II en un discurso a la Academia Pontificia de Ciencias el 22 de octubre de 1996: “El nuevo conocimiento científico nos ha llevado a darnos cuenta de que la teoría de la evolución ya no es una mera hipótesis. De hecho, es notable que esta teoría haya sido progresivamente aceptada por los investigadores, como consecuencia de una serie de descubrimientos en diversos campos del conocimiento. La convergencia, ni buscada ni fabricada, de los resultados de trabajos llevados a cabo de forma independiente es en sí misma un argumento importante a favor de esta teoría.” Charles Darwin (1809-1882) fue hijo y nieto de médicos. El 27 de diciembre de 1831, unos meses después de su graduación en la Universidad de Cambridge, Darwin zarpó, como naturalista, a bordo del HMS Beagle en un viaje alrededor del mundo que duró hasta octubre de 1836. Con frecuencia desembarcaba largos períodos para recoger especímenes de plantas y animales.

La clave de galápagos
El descubrimiento de huesos fósiles pertenecientes a grandes mamíferos extinguidos en Argentina y la observación de numerosas especies de pájaros pinzones en las Islas Galápagos estimularon su interés en cómo se originan las especies. Estas islas, en el Ecuador, a 900 kilómetros de la costa oeste de Sudamérica, habían sido llamadas Galápagos por los descubridores españoles debido a la abundancia de tortugas gigantes, distintas en diversas islas y diferentes de las conocidas en cualquier otro lugar del mundo. Las tortugas se movían perezosamente, alimentándose de la vegetación y buscando las escasas charcas de agua fresca existentes. Habrían sido vulnerables a los depredadores, pero estos brillaban por su ausencia en las islas. En las Galápagos, Darwin encontró grandes lagartos, que a diferencia de otros ejemplares de su especie se alimentaban de algas y sinsontes, bastante diferentes de los hallados en el continente sudamericano. Los pinzones variaban de una isla a otra en diversas características, notables sus picos distintivos, adaptados para hábitos alimentarios dispares: cascar nueces, sondear en busca de insectos, atrapar gusanos… En 1859, Darwin publicó On the Origin of Species (El origen de las especies), un tratado que expone la teoría de la evolución y, aún más importante, el papel de la selección natural en determinar su curso y explicar el diseño de los organismos. Publicó otros libros en los años siguientes, entre ellos La descendencia humana (1871), que extiende la teoría de la selección natural a la evolución humana. Darwin y otros biólogos del siglo XIX hallaron pruebas convincentes de la evolución biológica en el estudio comparativo de los organismos vivos, en su distribución geográfica y en los restos fósiles de organismos extinguidos. Desde la época de Darwin, la evidencia de estas fuentes se ha vuelto más fuerte y más completa. Disciplinas que han surgido recientemente –la genética, la bioquímica, la ecología, la etología, la neurobiología y, especialmente, la biología molecular– han proporcionado potentes pruebas adicionales. Entre ellas, señalaré más adelante los numerosos descubrimientos de fósiles intermedios entre los humanos modernos y nuestros antepasados simios. Los paleontólogos han recuperado y estudiado los restos fósiles de muchos miles de organismos que vivieron en el pasado. Muestran que muchas clases de organismos extintos poseían formas muy diferentes de las de cualquiera de los ahora vivos. Las sucesiones de organismos manifiestan con el tiempo su transición de una forma a otra. Dos ejemplos importantes son el Archaeopteryx, intermedio entre reptiles y aves, y el Tiktaalik, intermedio entre peces y tetrápodos.

Redacción QUO