Un gol de cabeza probablemente “encabece” la lista de los mejores de la Liga. Sin embargo, puede no ser el más saludable para el futbolista. Según un estudio del Albert Einstein College of Medicine realizado en 2011, estos cabezazos dañan las fibras nerviosas de determinadas regiones del cerebro. Este estudio se realizó mediante el escaneo del cerebro de 32 jugadores no profesionales con una media de 31 años de edad. Entre aquellos que remataban más a menudo de cabeza, los investigadores observaron “diferencias en cinco regiones del cerebro en el lóbulo frontal y en la región temporo-occipital”. La repetición de estos remates, sospechan, puede provocar un deterioro cognitivo a largo plazo. No es extraño si pensamos que los balones de fútbolpueden alcanzar una velocidad de hasta 50 kilómetros por hora en partidos de aficionados y más del doble en uno profesional.

El autor principal del estudio, Michael Lipton, director médico de los servicios de resonancia magnética en Montefiore, explicaba que el objetivo del estudio era determinar “si existe un umbral en la frecuencia de golpear la pelota con la cabeza que, cuando se supera, da lugar a una lesión cerebral detectable”. Y dio con él: el umbral está aproximadamente entre 1.000 y 1.500 cabezazos por año. Una vez superada esta cifra, los investigadores observaron “lesiones importantes”.

En su laboratorio de la Universidad de Boston, la doctora Ann McKee analiza decenas de cerebros de deportistas de fútbol americano. Su centro se ha convertido en referencia después de analizar el tejido cerebral de muchos jugadores fallecidos al final de sus carreras en circunstancias extrañas. “Este es un cerebro en la etapa final de una enfermedad”, asegura McKee enseñando una de las muestras. “Se parece mucho al de una persona con alzhéimer”, precisa. “Por los daños, se ve que tenía una demencia y apenas podía caminar”. El cerebro no pertenece a ningún anciano, sino a un jugador de fútbol americano diagnosticado con Encefalopatía Traumática Crónica (ETC).

Las primeras pistas de esta enfermedad aparecieron en los cerebros de los boxeadores hacia 1920, por lo que el cuadro de temblores, la confusión y los problemas de lenguaje se bautizaron como “demencia pugilística”. Los avances en neuropatología permitieron comprobar que la enfermedad se producía en otros colectivos, como jugadores de hockey, luchadores y militares, y que se debía a la acumulación de pequeños golpes en la cabeza y al desprendimiento de una proteína llamada tau, la misma que se encuentra en los cerebros de los enfermos de alzhéimer.

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Los síntomas de la Encefalopatía Traumática Crónica van desde la pérdida de concentración de las primeras fases a la pérdida de memoria y depresión de la segunda. En la última etapa empiezan la demencia, los comportamientos agresivos y los impulsos suicidas. En el caso del fútbol americano, cuando se produce uno de estos minitraumatismos muchos jugadores aseguran que siguen corriendo por el campo mientras ven lucecitas de colores.
Lo que ocurre en su cerebro es que las neuronas acusan el impacto y las proteínas tau se desprenden y acumulan donde no deben. “Cuando el cerebro sufre una sacudida”, explica la doctora McKee a Quo, “acelera y desacelera con rapidez dentro del cráneo y todos sus componentes se estrechan y deforman. Esto provoca que la proteína tau se desprenda de los microtúbulos donde se encuentra habitualmente y que se acumule en forma de ovillos tóxicos en la neurona que, con el tiempo, la acaban matando”.Al cabo de varios años, los daños pueden ser irreversibles.

Mckee y su equipo del Centro para el Estudio de la Encefalopatía Traumática Crónica analizaron 85 cerebros de personas que habían sufrido traumatismos leves repetidos en la cabeza durante sus carreras, y entre los que había 64 deportistas y 21 militares. El resultado es escalofriante: 68 de los casos (el 80%) tenían la enfermedad y 50 de ellos eran jugadores de fútbol americano, muchos de la liga profesional (NFL).
Entre los que dieron positivo había algunas estrellas del fútbol, como Dave Duerson, Cookie Gilchrist y John Mackey, además de 7 boxeadores.

Como patóloga del Banco de Tejidos Neurológicos del Hospital de Navarra, la doctora Teresa Tuñón Alvarez ha visto las consecuencias fatales de los golpes en la cabeza, y los explica a Quo: “El cerebro del boxeador está sometido a una combinación de fuerzas que hacen que sufra fenómenos de aceleración y deceleración bruscos”, explica. Otro factor muy importante es el daño de los vasos sanguíneos y el deterioro cognitivo que provoca la falta de oxígeno. “Los movimientos de rotación dañan las estructuras de la línea media del cerebro, por lo que es frecuente que sufran síntomas propios del párkinson”, añade la doctora. “Presentan desequilibrio, trastornos del habla e intolerancia al alcohol.” La incidencia en boxeadores es alta. Cuanto más jóvenes comienzan a practicar el boxeo, más riesgo tienen de sufrir daño cerebral, según Tuñón

Redacción QUO