La historia de amor entre Carlos de Inglaterra y Camilla Parker empezó hace más de cuarenta años, pletórica de pasión, tórrida y ajena a linajes, cánones de belleza, preceptos matrimoniales y la mítica flema británica. Y ahí sigue la pareja. Es así como surge la atracción sexual, espontánea, en medio de un júbilo hormonal inconsciente. Y el desafío es mantener una sexualidad de calidad y entretenida con la pareja incluso más allá de los 85 años, según indica el psiquiatra Ricardo Capponi, autor de El amor después del amor. Las parejas roñosas con el sexo y faltas de imaginación deberían aprender: los expertos calculan que en un 60% la felicidad de la pareja depende de su actividad sexual.

Aún está por descifrar el misterio capaz de sostener una relación, y no es la satisfacción del orgasmo u otras explicaciones exclusivamente biológicas. “De ser así, nos quedaríamos en el autoerotismo”, dice Capponi. Él no descarta un poso biológico, pero propone la continuidad del deseo erótico como principal motivación.

Pero el sexo sin amor también existe, y ocupa hoy un lugar de privilegio en nuestras sociedades. En Los misterios del amor y el sexo, la psicóloga Silvia Olmedo dice que el deseo sexual se puede dar sin amor y sin ningún otro tipo de afecto o emoción. Pero esa atracción sexual, las relaciones frecuentes y pasionales, con todos sus ingredientes (emociones, pasión, intimidad y sexo) constituyen a veces el inicio de una relación de amor romántico y después de apego a largo plazo, en la que la conexión y la complicidad funcionan como el más potente de los afrodisíacos. Y según Olmedo, cabe esperar que la sexualidad baje de intensidad en ciertos momentos. Los niveles de dopamina descienden a medida que la relación se asienta y toma el relevo la oxitocina (que potencia la vinculación afectiva). Pero esta hormona no se segrega por arte de birlibirloque, sino que necesita mimo. “El circuito neuronal del sexo tiene elementos en común con el de la vinculación afectiva”, según neurólogos de la Universidad de California.

Amores sin compromisos

Si en el momento posterior al orgasmo el hombre y la mujer no sienten la necesidad de ternura, sino de separarse e incluso de rechazo, hay algo que funciona de modo deficiente.

Cualquier compromiso supone entonces un lastre. Pero en este caso, como no hay más carga que el buen desempeño erótico y sexual, se vuelven relaciones adictivas y muy intensas, que surgen de manera casi espontánea. Su repetición hace que se cree, además del vínculo sexual, cierto afecto, aunque en raras ocasiones acaba en noviazgo o compromiso. Tenemos tal repertorio de sensaciones que pocas veces reparamos en que a veces la unión no se produce por amor, sino por una sensación placentera. Si solo hay sexo, habría que reducir la eternidad a una semana. “Es lo que duran hoy los amores eternos, listos para usar y tirar, que no comprometen a nada y son los preferidos”, explica el psiquiatra canario Enrique Hernández Reina. Como ejercicio para estar en forma, magnífico. “Pero sexo sin amor y sin compromiso es pura gimnasia”, matiza.

Pero si, como decía José Ortega y Gasset, “el deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece al satisfacerse”, ¿se puede hablar de desamor? Una vez que el sexo se desploma, no hay lugar para el duelo, el malestar o la angustia que provoca la pérdida de un amor. ¿Será este entonces el licor para espantar el mal de amor? “No conozco receta”, zanja Hernández Reina, “para luchar contra el desamor, pero no creo que sea la de dejar de amar”.

Redacción QUO